Amigo Javier, seguro que comprendes que en el Foro, y más en concreto, en nuestros barrios de Lavapiés, Embajadores, Delicias, Legazpi… el mar está en un vaso de ginebra y las elecciones en los madroños.
Los madroños. El madroño.
Ese arbolillo de 4-7 metros con tronco rojizo más o menos cubierto de largas escamas grisáceas. El fruto de 7-10 mm. en baya, es globoso, rojo, en la madurez, con 5 lóculos polispernos.
El madroño contiene glucósidos, taninos, pectina y vitamina P.
Su ingesta puede anunciar el futuro del poder, también sus calumnias.
Se comen crudos o se cocinan para elaborar mermeladas o confituras. También se preparan vinagres y licores con el fruto.
Decíamos que aquí el mar está en un vaso de ginebra y el voto de las elecciones en los madroños. Y quien no comprende esto aquí no sólo no gobierna, sino que ni vive ni convive, ni vence ni convence, ni amola ni mola. Vivimos entre El Rastro y Puerta de Atocha, entre Las Vistillas y Puerta del Sol, entre el Mercado de La Cebada y Puerta de Toledo.
Aquí nuestra vida es un bazar, no persa, sino chino; un rastro, qué digo, un rastro (todo con cinco dóciles letras mayúsculas), una liquidación por rebajas y cómo y de qué manera. Aquí la gente, de sábados y domingos, compra lo que brilla si es barato, aunque sea vulgar y se deja llevar por los charlatanes y demagogos. O sea que estoy convencido, ¿sabes de que el futuro de Madrid –en estas elecciones-, como su pasado, no está en las encuestas ni en los agoreros, sino en los soguillas de la Transición de 1978: “Libertad, justicia, igualdad, pluralismo”.
Aquí, Javier, quien no sepa comer el madroño, rojo por fuera y naranja por dentro, no se hace un hueco. Que aquí “no se es demasiado de una sola manera”. Por estas calles de fuerte personalidad y desparpajo, el bardo vasco Iparraguirre compuso el Gernikako arbola; Lope de Vega y Calderón se conocieron y se odiaron; Quevedo y Góngora se maldijeron; el explorador vitoriano Manuel Iradier se reinventó en un almacén de maderas. Aquí se defienden cuatro años de aire limpio, por ejemplo, sin contaminación ni corrupción, mientras las calles se asfixian de polución y excrementos. Aquí el “¡Agua va!” de los Siglos de Oro se perpetúa en los eructos y vomitonas de los borrachos beodos que saben cómo ir a la Puerta del Sol pero no cómo volver.
Aquí hay que crear en la diversidad y considerar un grave error desdeñar otras culturas y otras tierras o manipularlas. Aquí cae mal el odio y la discordia, la mediocridad y la avaricia.
La avaricia, ese pecado capital de ruines y malandrines, de advenedizos y picaflores.
Se acercan las elecciones, ¿no las huelen, no las ven venir?
Ya para el cortejo. /Señala el abuelo los héroes al / niño.
Ved cómo la barba del viejo / los bucles de oro circunda de armiño / Rubén Dario.
Por favor, más, más soguillas de la Transición de 1978: “Libertad, justicia, igualdad, pluralismo”.
Ya, ya lo sabemos, ¿verdad Javier?
El mundo es una jungla de intereses y por ello seguirá habiendo en él violencia, explotación, sufrimiento, tristezas. Pero no podemos perder la fe, porque también en el foro, hay mucha gente sencilla que sabe cómo comer madroños y beber ginebra, corazones libres y mañanas claras, pese a la contaminación.
Oye, me dicen que apenas quedan ya madroños en El Retiro.
Por favor, vendimien los escasos frutos que quedan y animen a sus hijos y a sus nietos a comer el madroño, rojo por fuera y naranja por dentro, para hacerse un hueco; estimulen a la juventud de nuestros barrios a que despierten para hacer nuevo el sol de cada amanecer, viviendo en todo momento como esas llamas que queman el tronco en el fuego –lentamente, despaciosamente, pausadamente- sin atajos y sin urgencias, sin prisas y sin pausas.
Elecciones a la vista. Mejor con un vaso de ginebra: ese es nuestro mar. Mejor con un frutero de madroños: esos son nuestros votos.
Hay que comer el madroño, rojo por fuera y naranja por dentro.
Ojo, no suframos el expolio de la realidad, de nuestra realidad. Cuando nos arrancan la carne de las palabras. Los amigos. El hijo. Los compañeros. La madre. Aquel olor, diría John Berger, que precedió al olor del aire. El olor de la verdad de Juan Gelman.
Por eso parece muy necesario suprimir cerraduras en hogares –tantos– blindados con alarma y mentes juveniles con nostalgia de trincheras. Sabrán de trincheras los menores de cincuenta años para abajo, fuera de lo estudiado con el “Insti” o en la “Facul”. Nosotros –los niños de guerra y posguerra–, ni conscientes, lo usábamos para jugar al escondite, aunque olieran a orín o excrementos.
Elecciones ya a la vista, amigo Javier. Mejor con ginebra. Mejor con madroños.
Que resplandezca la luz, que un mundo sin olor a verdad, es como un mar sin olas, un bosque tras el incendio, un amanecer sin esperanza.
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