
Covadonga Cid
La Pascua es el tiempo más importante para un cristiano, es la base de nuestra fe. He vivido muchas pascuas con mi familia, en el pueblo, con los de siempre y otras con mi grupo de fe. Sin embargo, este año pensé que era un buen momento para cuidar mi interior un poco más y me animé a participar en la Pascua del Camino que organiza la Inspectoría de Santiago El Mayor.
Aunque son días para cuidar y cultivar la fe personal, estos días son compartidos y esa es una de las cosas más especiales de estos días. Este año decidí aventurarme a vivir una Pascua distinta, una decisión propia a la que me apunté sin conocer a nadie. Días en los que compartes absolutamente todo durante las 24 horas, donde florece la vulnerabilidad y también la sinceridad, una oportunidad para seguir creciendo y madurando, tanto en el aspecto personal como en la fe.
Hay cierta magia que aparece en estos días de Pascua. Hemos tenido la suerte de compartir las celebraciones con personas de los lugares por los que vamos pasando durante la peregrinación. Una celebración con las monjas de clausura del Monasterio de Armenteira, un Vía Crucis compartido con otro grupo en un monasterio franciscano y una Vigilia Pascual con Scouts en una pequeña parroquia en una zona rural de Santiago.
Parece mentira que hayamos vivido tantas cosas en tan poco tiempo, pero las dificultades del camino y el ánimo de las personas que te acompañan hacen que eso pase a un segundo plano. Nos hace recordar lo que Jesús se sacrificó por todos nosotros, sin quejas y entregando todo por amor.
Una prueba de superación en la que sabes que no estás solo y que Jesús siempre te acompaña en tu camino de vida.
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