Cada día, miles y miles de jóvenes en el mundo germinan como semillas que caen en tierra buena y fructifican.
A los amigos lectores del Boletín Salesiano, esta revista tan cuidada por Don Bosco, que llevaba en el corazón porque sentía que era el medio para dar a conocer el bien que se hacía en Valdocco, entre sus muchachos, y en otros lugares que intentaban imitar la vida de los primeros años en Valdocco, al igual que los primeros pasos de los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora en las Misiones de la Patagonia, os dirijo como todos los meses un saludo afectuoso y cordial, al mismo tiempo que os digo que me muevo entre sentimientos enfrentados al escribir este saludo del mes de noviembre.
Os explico
Quisiera referirme al presente de esta pandemia que ya no es la de hace meses, pero que me ha dejado una sensación extraña y fea de alejamiento que siento en mi entorno, de desconfianzas, de miedos a contagios (aunque estés en pleno bosque y no haya nadie a decenas de metros); quisiera también deciros que me gustaría referirme hoy a esos ancianos ‘tan nuestros y tan solos’, porque existen, porque crecen cada vez más, y porque esta pandemia de la COVID-19 ha sido un pretexto perfecto para que estén más solos, para que estemos más lejos, y para que ciertamente esté muy lejano a nuestro mirar el que son verdaderos portadores de la sabiduría de la vida.
Pero al final mi corazón es ganado por otra experiencia que hace referencia a los jóvenes, a jóvenes en situación de dificultad (primero) y de verdadera dignidad después.
No sé por qué pero esto me hace respirar ‘a pleno pulmón’ y me da más frescura.
Lo que os cuento lo he vivido hace tan sólo unos días. Conversando personalmente aquí en Roma con el inspector de nuestra Provincia Salesiana de Colombia-Medellín, mi curiosidad derivó a una pregunta. Quise saber cómo estaba esa presencia que yo visité llamada “Ciudad Don Bosco”, donde conocí a muchos jóvenes de todo tipo, también entre ellos a muchachos rescatados de la calle, pero en aquella ocasión me impresionó sobremanera mi encuentro con algunos adolescentes, muchachas y muchachos rescatados de la guerrilla. Pues bien, mi corazón se llenó de gozo al saber que esa realidad de jóvenes exguerrilleros presentes en dos de nuestras presencias tiene máxima actualidad. Una vez que los rescatan de esos lugares donde han estado (ya sea a la fuerza o por propia voluntad), dichos jóvenes son enviados, si lo aceptan, a la casa salesiana para emprender otra nueva vida.
Me contaba el inspector que una joven actualmente estaba a las puertas de su ingreso en la Universidad. Estaba llena de alegría y es verdaderamente un gran orgullo (hermoso orgullo como educadores salesianos). Lo que no esperaba escuchar es el testimonio de esta joven, que después de unos años en esa casa salesiana y sintiéndose realmente bien, diera este testimonio a un grupo de personas que de manera oficial visitaba nuestra casa, (nuestra institución educativa).
Palabras llenas de vida
Esta joven les dijo: “Mirad, yo prometí por años a la guerrilla que les entregaba mi cuerpo, mi corazón y mi alma. Y así lo hice. Después en esta casa conocí a Don Bosco y lo que sigue haciendo por nosotros los jóvenes. Os invito, jóvenes, a sumarse a esta causa, a comprometerse con todas sus fuerzas”.
Me quedé sin palabras puesto que creo entender bien cómo estuvo de comprometida esta joven en su momento con una causa en la que se encontró o se vio envuelta. Pero descubrió que la vida puede ser diversa y seguir “luchando” de otro modo por las causas justas. Y me imagino que sueña con verse una gran profesional, quizá esposa, seguramente madre.
En lo cotidiano sirve estar
Me digo a mí mismo, y comparto con vosotros, amigos lectores: siguen mereciendo la pena estas causas sencillas, estas ‘utopías’ que yo llamo de lo concreto y lo cotidiano porque cambian la vida de una persona, pero en una persona ha cambiado todo su universo de vida.
Cuando estuve en Calcuta visitando a las hermanas de la Congregación de Madre Teresa (Santa Teresa de Calcuta), y pude rezar en la misma capilla en la que ella rezaba, y celebrar la eucaristía al lado de su sepultura, y ver muy cerquita de la casa a pobres que allí estaban siendo atendidos por las hermanas que bien temprano salían a su encuentro para salvar el universo de cada uno, uno a uno, quizás unos pocos, me afirmé más en la convicción del valor de las pequeñas cosas que, vosotros que me leéis, y yo mismo que os escribo, podemos hacer.
El plato de arroz salvaba una vida en Calcuta, la casa salesiana en Ciudad Don Bosco, permitiendo que una joven fuese ella misma con toda dignidad, hizo desarrollar toda su potencialidad, y así millones y millones de casos en el mundo que no se suelen conocer pero que son como semillas que germinan y fructifican cada día.
Os confieso que me cansan las malas noticias, porque pareciera que sólo mas cosas malas son noticias. Os propongo que nos sumemos a las personas que queremos hacer de las buenas noticias un telediario. Alimentemos nuestro espíritu de lo que nos hace respirar bien, como me ha sucedido a mí con esta joven que descubrió que su vida podía ser diferente.
Gracias por tu atenta lectura. Gracias por compartir la simpatía hacia las cosas buenas. Os deseo lo mejor, amigos de Don Bosco.
Fuente: Boletín Salesiano
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