Mis amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano, recibid mi cordial saludo como cada mes, saludo que preparo dejando que hable el corazón que desea seguir mirando el mundo salesiano con esa esperanza y certeza que tenía el mismo Don Bosco acerca de que juntos podemos hacer mucho bien y que el bien que se hace hay que darlo a conocer.
He leído ya, antes de escribir mi saludo, todo el contenido del Boletín Salesiano de este mes. Siempre me lo ofrecen con antelación para que pueda también yo escribir lo que considere y acorde con la temática.
Me ha gustado también mucho el boletín de este mes, con toda su diversidad, con el precioso testimonio de cómo se puede ser muy salesiano desde la entrega cotidiana en el oratorio salesiano en cada patio, en cada lugar donde niños y adolescentes –y jóvenes que los animan– encuentran un espacio de vida, un espacio saludable, un espacio educativo, un espacio que educa para la vida y para el sentido de la vida, un espacio de fe (si uno lo desea).
Pues bien, al mismo tiempo que con dolor y preocupación he leído la crónica sobre Sudán, donde la situación de todos es muy difícil y también la situación salesiana, yo hoy deseo ofrecer otro hermoso testimonio, aunque esta vez yo no he sido testigo presencial, sino que relato lo que a su vez se me han compartido.
Testimonio en Palabek
La escena se desarrolla en Palabek (Uganda), donde al mismo tiempo que llegaban los primeros refugiados hace ya cinco años, hemos querido ir nosotros, salesianos de Don Bosco, con los primeros refugiados. La tienda de campaña era el alojamiento, y la capilla para orar y celebrar las primeras eucaristías eran la sombra de un árbol.
Allí, a Palabek llegaban cientos y cientos de refugiados de Sudán cada día. Primero a causa del conflicto en Sudán del Sur. Años después siguen llegando, ahora a causa del conflicto en Sudán (se entiende del norte).
Quien me contaba lo que ahora os narro era el Consejero General para las Misiones, el salesiano filipino Alfred Maravilla, que había ido a Palabek días antes para seguir acompañando esa presencia, en un campo de refugiados donde ya son decenas de miles las personas acogidas.
Hace diez días llegaba una mujer con once niños y niñas. Ella sola, sin ninguna ayuda había atravesado varias regiones llenas de peligro para ella y para los niños; había recorrido a pie más de 700 kilómetros a lo largo del último mes y el grupo de niños iba creciendo. Y es a esto a lo que me quiero referir, porque esto es Humanidad y esto es Amor. Esta mujer llegaba a Palabek con once niños y niñas a su cargo, y a todos los presentó como sus hijos. Pero, de hecho, seis eran sus hijos verdaderamente. Tres eran hijos de su hermano, que había fallecido recientemente y de quienes se había hecho cargo, y otros dos eran pequeños huérfanos que encontró por el camino, solos, sin nadie, y naturalmente sin ninguna documentación (¡quién puede pensar en papeles cuando falta lo más esencial para vivir!), han pasado a ser hijos adoptados de esta mujer.
En alguna ocasión se le ha dado el calificativo de “madre coraje” a alguna madre que se ha dejado la piel por defender a un hijo hasta el final. Pues en este caso yo deseo atribuir a esta madre de once hijos el título de “madre coraje”, pero, sobre todo, mujer que sabe muy bien –en las entrañas de su corazón– lo que es amar, quizá hasta que duela, porque ella vive y ha vivido en la más absoluta indigencia con estos sus once hijos.
Bienes sencillos
Bienvenida a Palabek ¡madre coraje! Bienvenida a la presencia salesiana. Sin duda que se hará todo lo posible para que a esos niños y niñas no les falte alimento, y después un lugar donde jugar y reír y sonreír –en el oratorio salesiano–, y un puesto en nuestra escuela.
Este es el bien sencillo y silencioso que Don Bosco hacía. Este es el bien que juntos hacemos porque, –creedme–, sentir que no estamos solos, tener la certeza de que muchos de vosotros veis con agrado y simpatía el esfuerzo que cada día hacemos en favor de los demás, nos da también mucha fuerza humana, y sin duda el Buen Dios la hace crecer.
Os deseo un buen verano. Sin duda que el nuestro, el mío también, será más sereno y cómodo que el de esta madre de Palabek, pero creo poder decir que habiendo pensado en ella y en sus hijos hemos tendido, de alguna forma, un puente. Sed muy felices.
Ángel Fernández Artime, sdb
Rector Mayor
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