Diferentes experiencias vividas a lo largo de estos años me han enseñado que las personas no somos fotos fijas que permanecemos inalterables a lo largo del tiempo. El verbo ser, tan importante para construir y comunicar una identidad propia, se puede convertir en una trampa cuando se usa para encerrar al otro en una etiqueta de la cual ya nunca puede salir.
Esta sociedad ha dado un giro hacia las recetas simples que diluyen lo complejo. El esfuerzo que supone el razonamiento y el diálogo se ha sustituido por el titular ocurrente, por el comentario inmediato en las redes sociales o por la frase que toca la parte más emocional o visceral de quien la recibe sin que la búsqueda de la verdad sea un objetivo que interese.
Aumenta la crispación
El resultado de estar respirando en esta atmósfera tóxica está siendo un envenenamiento de las relaciones que se vuelven tensas por el aumento de la crispación. Así se produce un debilitamiento de las profundas posibilidades que hay en el espíritu humano al abdicar del esfuerzo de pensar y al dejar de considerar al otro como un interlocutor válido del cual hay cosas que aprender.
Meter a todas las personas en el mismo saco, con juicios que reducen a simple lo complejo, es un riesgo para la convivencia. Recuerdo con admiración, la lucidez de mente y de corazón del profesor Víctor Frankl cuando al hacer una lectura de los aprendizajes vividos durante su internamiento en el campo de concentración de Auschwitz, concluye que solo hay dos razas de hombres: “La de las personas decentes y la de las personas indecentes”. Una persona que ha encontrado un sentido al sufrimiento injustamente causado fue capaz de ver la bondad de algunos de los soldados nazis que custodiaban el campo y al mismo tiempo la vileza de alguno de sus compañeros de internamiento.
Necesitamos razonar con la cabeza y con el corazón para superar el prejuicio que etiqueta a las personas y les niega la posibilidad de cambiar. Necesitamos hacer el esfuerzo y la valentía de pensar para no dejarnos atrapar por medias verdades o por mentiras hábilmente presentadas. Necesitamos escapar de esa dureza de corazón que juzga de modo inflexible y que olvida que detrás de cada acción, se esconde el misterio de una persona.
Te invito a abrir los ojos para poder ver en qué medida te puede estar condicionando esta sociedad de la etiqueta y del juicio fácil, que encasilla y generaliza metiendo a las personas en el mismo saco. Jesús de Nazaret, en cambio, nos enseñó a no juzgar para no ser juzgados y a aprender a mirar en el interior de la persona y no en los formalismos y las apariencias. ¡Cuánto bien nos haría recuperar esa enseñanza!
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