El pasado 25 de marzo el capítulo general de los salesianos eligió como su nuevo rector mayor al maltés Fabio Attard, que recibió la noticia en su comunidad de Roma, pues no formaba parte de la asamblea capitular. Una reunión anticipada tras la creación como cardenal de su predecesor, el español Ángel Fernández Artime. El undécimo sucesor de san Juan Bosco asume este servicio tras experiencias tan variadas como ser misionero en Túnez o, durante doce años, consejero mundial para la pastoral juvenil. Desde 2018 es consultor del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida del Vaticano. Ahora comparte con Vida Nueva los retos de la congregación más numerosa de la Iglesia.
PREGUNTA- ¿Qué retos le ha transmitido el capítulo general que le ha elegido?
RESPUESTA- Sin duda, creo que el reto más grande que tenemos es la identidad, pero no solamente como salesianos, sino que es el reto de toda la Iglesia. En una sociedad fragmentada, donde parece que no hay unidad, abordar la cuestión de la identidad abre oportunidades únicas para comprender la realidad y lo que estamos llamados a ser y ofrecer. Alguien que tiene clara su identidad, puede establecer un diálogo dinámico con una realidad que interroga a la propia espiritualidad. Los salesianos al contemplar a Don Bosco decimos que vivía la gracia de unidad, que es un hombre profundamente humano y profundamente Santo, que vivía una espiritualidad encarnada. Vivir así nos ayuda a leer y responder a los desafíos que tenemos. El capítulo ha sido una llamada para que nuestro ser “apasionados por Jesucristo” y “apasionados por los jóvenes” caminen juntos en un mundo en el que hay una percepción distinta de la fe frente al pasado, pero no cambia la sed de sentido, la sed de la espiritualidad de la gente. Don Bosco nos decía que todos, especialmente los jóvenes, tienen un punto de acceso, aunque a veces pueda estar muy escondido por sus experiencias negativas.
P.- El mensaje que envió el papa Francisco al capítulo, además de la identidad señalaba el desafío que supone la interculturalidad. ¿Cómo se puede vivir esto en la congregación más numerosa del mundo?
R.- En efecto hay que compaginar la identidad con la interculturalidad. Nuestro carisma viene del Espíritu y este habla a lo humano y se traduce en categorías culturales; de la misma manera que el evangelio cuando se encuentra con las culturas es una fuente de luz, que ilumina, hace crecer, hace madurar lo bueno que hay en ella. Así también nuestros elementos propios como el sistema preventivo, la caridad pastoral con su inteligencia pedagógica se hacen presentes en todo el mundo y en todas las culturas. Tenemos la responsabilidad de desarrollar este carisma que no es nuestro, sino que es el acción del espíritu a través la figura de Don Bosco que llega a nosotros a ambientes cristianos pero también a los demás, los no creyentes o indiferentes. He comprobado que como el salesianos, es un carisma que traspasa las fronteras culturales. Ahora bien, es un reto para las comunidades con salesianos de varias partes del mundo el encontrar la identidad carismática, para vivirla con alegría, con ilusión y poder ofrecerla. Pero la multiculturalidad está también presente en muchas aulas de los colegio europeos, en los que hay alumnos de 30 o 40 nacionalidades em los que tenemos que ayudar a descubrir las convergencias y ayudar a caminar juntos y no crear ghettos separados. Esto es también una experiencia multicultural alrededor del carisma salesiano.
P.- Y estando así la congregación salesiana, ¿cómo se vive la crisis vocacional?
R.- La crisis vocacional es una cuestión importante que también hay que leer desde la propia evolución de la cultura. En Europa hemos visto la que secularización nos ha mostrado que aunque haya sido culturalmente cristiana no necesariamente había un elección personal de la fe; hemos tenido cristiandad, pero no necesariamente cristianos. Esto nos ha de valorar la fa como decisión personal, con que nos ha dejado una minoría cuantitativamente pequeña, pero cualitativamente creadora. Es la minoría creativa de la que hablaba Benedicto XVI. Son las personas que tienen muy claro la llamada, la asumen con toda su personalidad. Y, en el tema vocacional, se da lo que decía hace años el cardenal André Vingt-Trois, de París, la relación entre vocaciones y practicantes sigue siendo la misma: antes de 100 personas practicantes salían 10 vocaciones, ahora de diez tenemos una. Más allá de esto, el Vaticano II nos ha lanzado a ver la Iglesia como una comunidad creyente donde cada uno tiene su responsabilidad, siente el compromiso que necesita vivir. Por ello, tenemos un compromiso laical que no se había dado antes, con personas con un conocimiento del carisma muy profundo y un deseo de vivir su misión con toda la fuerza. Esto nos obliga ver como en los procesos pastorales no siguen ser productos que se venden, sino experiencias que se proponen. Además, en Europa se está produciendo un repunte de los bautismos de adultos. Como decía el papa Francisco no solo estamos en un cambio de época sino una época de cambios en la que las claves interpretativas que hemos tenido ayer, hoy no funcionan. Y aquí tenemos que seguir abriendo puertas y ofreciendo oportunidades.
Misión de guerra
P.- Desde sus primeras intervenciones públicas se ha acordado mucho de los salesianos en territorios de guerra, ¿cuál es el testimonio de esos hermanos?
R.- El aumento de la violencia no es solo un fenómeno sociológico que va creciendo. Ahora como superior tengo una responsabilidad mucho más fuerte con estos hermanos, que son muchos, y que viven en medio de conflictos, guerras, terrorismo o violencia de pandillas. Cuando hablo con ellos me dicen: nosotros no necesitamos nada, te pedimos solamente que la congregación sigue acompañándonos porque necesitamos el cariño, el acompañamiento, la oración. La cercanía humana y espiritual es lo que necesitamos, porque no pensamos retirarnos –señalan–. Estos testigos en el campo pastoral son los mártires modernos. Desde el primer momento los salesianos en Ucrania tuvieron claro que la congregación está para trabajar por los jóvenes, especialmente cuando hay dificultad, y hacerlo con creatividad pastoral para responder a las nuevas demandas como el acompañamiento psicológico o la acogida de quienes no tienen donde dormir y comer porque alguien ha perdido a su familia.
P.- ¿Y cómo siente esa responsabilidad?
R.- Sabiendo que yo puedo hacer poco materialmente hablando, me esfuerzo en este sentido de la cercanía, la fraternidad, la oración continua y el interés personal. Son pequeños signos pero que son elocuentes, no hacen ruido pero dejan un fuerte impacto porque salen desde el profundo del corazón y ahí llegan. Mantengo contacto con estos hermanos y saber que cuando me necesiten me pueden llamar porque ahora para esas personas no soy solo Fabio, soy el sucesor de Don Bosco. Y luego hay otro acompañamiento más directo desde las propias inspectoría.
P.- ¿Cómo se ve cuando piensa que no es tanto sucesor del cardenal Fernández Artime, sino de Don Bosco, qué exigencia personal le suscita?
R.- He podido hacerme una foto frente al altar de Don Bosco cuando fue elegido, junto a los dos predecesores anteriores. Para mí fue un momento un bonito, estar con quienes yo todavía llamo “rector mayor” y ellos me lo llaman a mí. Por eso siento no solo que hay unidad, sino que vivimos el mismo amor. Es algo sencillo pero lo siento como demasiado grande. Necesito todavía tiempo para hacerme a la idea de esta misión que trasciende los elementos humanos. Yo haré lo que pueda y pido que los hermanos recen para que dejar que el Señor trabaje en mí y a través de mí.
P.- Yendo al momento de su elección, ¿qué puede implicar que los capitulares busquen fuera de la asamblea a su nuevo superior general?
R.- Ha sido realmente una sorpresa esta elección con tantos kilómetros de por medio. Ha llegado en un momento de mi vida que no me dejo impresionar fácilmente, pero esto no se puede explicar cuando recibí la llamada desde el capítulo. En el viaje de Roma a Turín iba pensando lo que me pedía el Señor a través de mis hermanos. Pero me siento querido, acompañado y lo interpreto como que los capitulares han tenido una gran libertad en la elección y para compartir las situaciones que necesita la congregación. Puede ser también que estamos en un momento nuevo de seguir profundizando en el discernimiento, en sintonía con la sinodalidad, en hacer la reflexión sintiéndose ante el Espíritu. Una escucha y un discernimiento, el de la metodología empleada en el capítulo en sintonía con el último sínodo, que tiene que seguir como paradigma de gobierno. Y es que ya contamos desde hace años con una plataforma de sinodalidad Salesiana como es la comunidad educativo pastoral, que reúne a los salesianos junto con todos los protagonistas de la misión. Para nosotros pastoral es siempre el proyecto educativo pastoral.
Impulsar a los hermanos laicos
P.- En el capítulo se ha aprobado un “hito histórico” con la aprobación de forma experimental que los salesianos laicos –los llamados coadjutores en terminología propia– puedan ser superiores locales. ¿Puede ser un testimonio de sinodalidad?
R.- Si miramos a Don Bosco, que tenía una mirada muy profunda en este tema, quería salesianos externos. Ahora hemos recuperado este tema que el papa Francisco nos ha puesto delante. Tenemos toda una tradición que pone junto al gobierno la dimensión sacerdotal y eso ha generado una gran diversidad de opiniones que nos servirán para seguir reflexionando los próximos seis años. Y es que también está cambiando el propio sentido de la comunidad y nosotros tenemos comunidades educativas pastorales que en algunos contextos hay personas de varias creencias que sintonizan con el proyecto de Don Bosco. Desde la experiencia vamos a leer e interpretar gradualmente y acompañar esta posibilidad de que los coadjutores puedan ser superiores de comunidad.
P.- El capítulo ha terminado con una peregrinación jubilar, ¿hay motivos de esperanza en los jóvenes de hoy?
R.- Ha sido providencial porque, inicialmente, el capítulo tendría que ser en 2026. Los salesianos nos caracterizamos con encontrar una salida cuando nos encontramos en situaciones de emergencia. El documento final es muy positivo y nos hemos visto impregnados por esta invitación a la esperanza del Jubileo. Además, nosotros celebramos el 150 aniversario del envío de la primera expedición misionera de Don Bosco y contemplamos que aún hay muchas fronteras abiertas. La esperanza no es esperar lo que ya no existe, es la tensión del “ya pero todavía no”, que expresa que en la medida que nosotros nos encontramos enraizados en lo que hay, tenemos que llegar a mirar el futuro sin perdernos, porque el futuro lo esperamos con la misma alegría que vimos el presente. Este es un elemento de la sabiduría del educador que en un chico de 15 años tiene la capacidad de ver el adulto de 30. Esto hay que transmitírselo a los jóvenes, plantar en ellos semillas de una esperanza hoy, porque son un terreno fértil si le ofrecemos una mirada de futuro desde lo que ya hay ahora, que sienta que tiene una potencialidad enorme. Esto es vivir la caridad pastoral y hacerlo con inteligencia pedagógica.
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