Gianduia

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

7 octubre 2025

Me creó Luigi Caffarel, un famoso titiritero de Turín. Actué de plaza en plaza animando las ferias de los pueblos de la contornada. Aprendí a hablar repitiendo las palabras de mi dueño; originales monólogos cargados de ingenio. Todos me conocían como Gianduia, una popular marioneta de madera que representaba a un campesino. Los humildes aldeanos esperaban mi llegada. Decían que yo era astuto, irónico, socarrón y defensor a ultranza de su dignidad.

Pero los años también hacen mella en títeres y polichinelas. Con el paso del tiempo, envejecí. Se fueron apagando mis vivos colores. Mis mofletes encendidos se fundieron en un rosado desvaído. Mis manos se agrietaron. El color negro de mi tricornio se transformó en un gris ceniciento. Los agudos monólogos de mi dueño se tornaron repetitivos y carentes de sorpresa… Y un día, me vendió. Fui a parar al fondo del desvencijado carromato de otro titiritero.

Nunca supe el porqué. Pero una jornada de feria mi nuevo dueño me sacó de su carreta. Me apoyó junto a una de las ruedas. Allí me dejó. Las miradas de desprecio de las gentes se clavaban en mi madera deslucida. Una lágrima invisible rodó por mi demacrada cara. Añoré aquellos días en los que yo era la estrella que surcaba el diminuto firmamento del escenario de marionetas.

De pronto, un joven reparó en mí. Me contempló. Parecía que, mirándome, atisbaba nuevos paisajes sembrados de sonrisas. Me compró por un módico precio.

Me llevó a la casa donde un joven sacerdote acogía a los chicos de la calle. Me restauró. Regresó el color a mis mejillas. Mi fular recuperó el rojo encendido. Con la ayuda de Don Bosco fabricó un pequeño escenario con tablas rescatadas del olvido y cortinas rojas cosidas por Mamá Margarita.

Aquellas primeras veladas

Comenzaron los espectáculos. No había feria, ni campesinos algo bebidos diciendo procacidades, no había monedas… Pero allí descubrí a un público que nunca había imaginado. Eran decenas de niños obreros que, tras una jornada de extenuantes trabajos, se reencontraban con la risa y el jolgorio en amistad.

Renací a una nueva vida. Nunca olvidaré que, desde aquel humilde escenario, algunos pequeños me decían cada noche con su mirada: añoro a mi madre; temo la inseguridad de la calle; me duelen las manos de trabajar a destajo en fábricas de patronos sin escrúpulos; tengo agujetas hasta en el alma… Entonces, yo me convertía para ellos en un barco que, gobernado por don Bosco, surcaba el mar de la alegría. Creo que entonces fui todo lo feliz que puede ser una marioneta de madera.

Nota. Invierno de 1848. Los primeros chicos acogidos por Don Bosco son niños obreros. Necesitan entretenimientos para mitigar sus jornadas agotadoras. Antes de que llegara el teatro al Oratorio, llegó «Gianduia», una marioneta que representaba a un campesino ingenioso y socarrón. La accionaba el joven Carlos Tomatis. Llenó de sonrisas las primeras veladas del Oratorio (MBe III, 455).

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