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Aquí
El mundo va tan del revés,
tan verde de maldad, tan deshecho de entusiasmos,
que en bastantes ocasiones
el único antídoto
es celebrar que aún se puede cantar y palmear
en cualquier iglesia católica
como si la vida fuese una fiesta abarrotada
que en Vejer de la Frontera lo es.
Aquí los ojos son capaces de saciarse de luz
en cualquier atardecer monumental sobre la arena
de la playa de El Palmar.
Aquí se puede vivir placenteramente
sin perder por el camino sensatez, honestidad,
sentido de la justicia.
Aquí tiembla el ojo del cansancio del mar océano
y el aliento lírico
se adensa en el delirio sutil y religioso
de la Virgen de la Oliva
que vibra
bajo la luz de un mundo que amenaza con irse,
sin lograrlo.
Aquí el misterio de nuestras culturas –tantas–
no ocurre en la oscuridad,
sino en el exceso de luz.
Aquí estallan en mil pedazos
las lápidas blancas del cementerio vejeriego,
junto a su cabecera, la iglesia de San Miguel,
que pega un sueño con otro,
porque el paraíso ha demostrado ser insostenible
con tanto vejeriego y gaditano.
Aquí los bordes dentados de los pensamientos
nos devuelven a la niñez,
a la canción de las hadas,
que eran los villancicos.
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Luz, más luz
Sigo adelante.
Solo pienso en una cosa. Acortar.
Acortar las distancias es mi primer paso. Siempre.
La iglesia del Divino Salvador está de bote en bote.
Mi prosa, cuando mejor emulsiona, es al fundir
el análisis histórico con la literatura instintiva.
En cada artículo, homilía, conferencia, charla, café
sacudo fantasmas, aleluyas y caricias.
– Queridos hermanos –digo–
el silencio de la asamblea, que ilumina el sonido del prodigio
me animo a proseguir. Me animo a alzar la voz.
– Damos inicio a la novena de nuestra patrona,
la Virgen del Olivo.
– De la Olivaaaa –chilla mortificante la multitud.
Los vejeriegos no soportan el ultraje de la equivocación,
y yo conjuro el error y el desuso con disculpas.
Derramo palabras como versos,
espadas como labios:
Oliva / Reyes en Sevilla.
Oliva / Fuentesanta en Córdoba.
Oliva / Mar en Almería.
Oliva / Capilla en Jaén.
Oliva / Cinta en Huelva.
Oliva / Victoria en Málaga.
Oliva / Rosario en Cádiz.
Oliva / Angustias en Granada.
Dopados de amor hasta las encías,
resolvemos la novena vejeriega
como una eterna primavera,
porque al final del verano
lo mejor es amortizar ese instinto de luz,
ese saciarse de luz, más luz,
no de Goethe, sino de Alberti
porque al final del bosque gaditano
hay un arbusto
y está en llamas.
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Fuego en la garganta
En el alma sólo habla el alma
“Dos asesinados”.
Me enfurece que sea por eso por lo que conocen ahora
a Cádiz y su costa gaditana: Barbate, Conil,
Zahara, Tarifa, Chiclana, Vejer de la Frontera:
Por los cárteles de la droga y las matanzas.
Esta es nuestra tierra, tierra de escritores y poetas:
Cadalso, Muñoz Seca, José María Pemán,
Alberti (salada claridad), Mercedes Fornica.
De compositores:
Paco de Lucía, Camarón de la Isla,
Falla, Falla, el inmortal Falla, don Manuel.
De fabuladores insignes:
Fernando de Zeballos, Ángela Reyes, Francisco Rubiales,
Valeriano Bernal.
De deportistas universales:
Cañas, Melli, Tisi, Padillo, Cortijo.
De artistas eternos:
Lola Flores, Rocío Jurado, Paquirri, Jesulín, La Paquera.
Cádiz, esta es nuestra capital:
El barrio del Populo, el Teatro Romano, la catedral,
conocida como “Santa Cruz sobre el mar”, donde destacan
las capillas de San Servando y San Germán, sus patronos, y la imprescindible
de San Juan Bosco, que trae hasta aquí a los chicos del “Salesianos”,
del entrañable Juan Carlos Pérez Godoy,
la plaza de San Juan de Dios, la plaza de Topete,
la plaza de las Flores, con sus restaurantes,
entre ellos por su saber hacer La Marina, con Mari Carmen, su dueña.
Cádiz, la tierra de los desiertos y las junglas,
de las montañas y las playas, de los mercados y los jardines,
de los bulevares y las calles de adoquín, de las extensas plazas
y los patios escondidos,
ahora es nombrado como tierra de asesinatos. Y no, no, no.
¿Y para qué?
Para que los europeos puedan colocarse.
Justo en Europa se encuentra el mercado,
gigantesco mercado, por cierto,
la insaciable máquina de consumo, que trae la violencia
hasta aquí, hasta aquí.
Los europeos fuman la hierba, esnifan la coca,
se inyectan la heroína y toman el cristal,
y luego tienen el valor y la cara dura de señalar
al Sur (hacia abajo, por supuesto, en el mapa) y hablar
“del problema de la droga en España” y de la corrupción gaditana.
El problema de la droga no es español solo, pienso,
sino europeo.
Corrupta Europa hasta la médula.
Esa es la gran historia.
Esa es la historia que alguien debería escribir.
“Puede que lo haga yo. Y nadie la leerá”.
No sé. Tengo 83 años.
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El río Barbate
El río Barbate nace en la Sierra del Aljibe, Alcalá de los Gazules,
pasa por Benalup-Casas Viejas, Vejer –atravesando un desfiladero en
la Barca de Vejer– y Barbate, donde desemboca.
A través de las manos de la Virgen de la Oliva,
me enamoro del calor que las enciende,
mientras canta el ruiseñor y llora el cuco.
Explosiona la historia de las tres religiones –cristiana, árabe y judía–
cuando escribe Antonio Morillo dentro de su farmacia,
que no tiene la lengua enredada en la oreja del amor en vilo,
mientras las comadres, después de misa, compran información
en la farmacia de arriba, al par que sellan sus recetas.
Después de despedir a Paco Grosso y a su hijo Javier y entretenerme
con el “abejeo” de los monagos, bullebulles y escurridizos,
para que no se me escape el alma de la villa,
bajo la calle de la parroquia,
y ¡zas! me topo con “Paquito”, cortadas ya las cabezas de las noticias primeras,
que flotaban entre hilos de oro, para seguir cantando a la vida.
El mundo vejeriego, saludablemente aventurero y primerizo,
bastante desatado y pasional, con “El niño” y su película
enlaza destellos importantes,
en torno al párroco Antonio Casado, al alcalde Pepe Ortiz, y su señora Isabel
y a su generoso padre, desde el kiosko de la prensa.
En el recorrido diario de la población “coagula”, poco a poco,
la decisión de volver
a predicarle otra novena a la Virgen más aceitunera:
“En los nidos de antaño (no)
caben los pájaros de hogaño:
Ignacio, el peluquero; Pepi, la gobernanta; Ángel Tinoco, el “radioacumulador”;
“Galindo” y sus pasteles; Paca Tello y sus detalles; Charo Vite y sus cafés;
Paco Algora y sus evangelios proféticos;
y “los tres abuelillos salesianos”
–mis hijos estudiaron en Salesianos y ahora mis nietos–
y Adelaida y sus “chicas” de la caridad de San Vicente de Paul,
y los bedeles del Hotel San Francisco…
Todos de una perspicacia,
de una originalidad,
de una sutileza,
que mueve a añorar
desarrollos menos disciplinados,
y más aire
y más calle.
El río Barbate pasa por Vejer de la Frontera, provincia de Cádiz.
Escucho su discurrir a mi lado.
También escucho cosas del cuerpo que desconocía.
Ahora sé que la selección natural es una tiranía más,
y que conviene detectar cuanto antes a los fanáticos,
a los lunáticos y a los moralistas de la vida y de la muerte ajena,
pues con lo nuestro tenemos cuerda suficiente.
Qué vida tan desbordante y única acumula la muerte en
la cuenca del río Barbate.
Me doy cuenta de que en lo hondo del río hay una rosa
y que allí está la Virgen de la Oliva, en esa rosa.
Bravo Paco…hay que tener el alma llena de poesía para escribir así…El sur también existe.