Pero, hoy me quiero detener en las vivencias que he experimentado una vez el tan ansiado “negativo” del test llega.
Vuelves a la presencialidad del trabajo, ya puedes moverte y hacer una vida “normal”, así entre comillas. Todas las consideraciones y espacios de descanso que habías tenido hasta ahora se transforman en una lluvia de recordatorios con tareas pendientes. Pero, tú sigues cansado y sin fuerzas. Y esta exigencia no solo viene de fuera sino también, de adentro, al exigirme cumplir con todos los pendientes, queriendo ignorar lo que mi cuerpo me estaba manifestado, siendo mi propia verdugo en ocasiones.
Esto me ha hecho pensar que los seres humanos; más allá de ser “animales de costumbre”, como se suele decir; somos seres de procesos. Es necesario y apasionante entender que cada persona tiene sus ritmos y que hay que aproximarnos a entenderlos. “Acercarle a casa lo que necesita”, no solo durante el COVID sino siempre.
Pienso en la anécdota de Don Bosco al repartir los bollos de pan a sus muchachos. A los más corpulentos les procuraba una pieza de pan más grande, cada uno según su necesidad, según su proceso vital.
A veces necesitamos espacios de soledad, otras veces compañía; en ocasiones una palabra y en otras el silencio cómplice. Lo importante no es acertar siempre pero sí procurar pensar qué necesita el otro, qué necesito yo en este momento.
Hacernos estas preguntas abre la posibilidad de un diálogo enriquecedor y que nos humaniza. No hay tratos prefabricados sino relaciones hechas a mano y a medida.
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