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Sorolla
El director del Museo Sorolla, Enrique Varela Agüí, selecciona
el cuadro: ¡Triste Herencia!, 1899,
como pieza fundamental,
entre otras piezas:
Madre, 1895-1900; Bajo el toldo, Zarauz, 1910; La siesta, 1911,
a su consagración.
El mar como escenario del drama.
Narra el propio Sorolla:
“Estaba trabajando en uno de mis estudios de la pesca valenciana,
cuando descubrí unos cuantos muchachos desnudos,
dentro y a la orilla del mar y,
vigilándolos,
la vigorosa figura de un fraile.
Eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios,
el más triste desecho de la sociedad.
No puedo explicarle cuanto me impresionaron,
tanto que (…) allí mismo, al lado de la orilla del agua,
hice mi pintura”.
Con esta obra Sorolla alcanzó su consagración.
Grand Prix de la Exposición Universal de 1900 y
Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901.
Siempre me he detenido ante el cuadro.
Siempre me he conmovido,
porque no se me ocurre más vida que inventarme
y me daría un puñetazo en la frente por mi penuria.
Fíjate, amigo Javier, los pies de los chicos reciben una caricia larga,
una ola diluida con más empuje.
Me distraigo del centro y me devuelvo al borde de la playa
y de una aurora o de una noche.
Recuerdo haber venido a Ciudad Real, al Hospicio
por unas citas sensatas con madres solteras,
acostumbradas a ser el florero de nadie,
en vela siempre,
viviendo de espaldas al tendido de la sociedad
y por los mejores niños y garzones
que reclamaban y presuponían
una obcecación vocacional.
Hay momentos y lugares que reclaman
el vaciado de toda intención.
Me bastaba con haber llegado,
donde el tren se para,
la superficie se detiene,
y los chiquillos andan mejor descalzos,
que en alpargatas.
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Reyes Magos
El salesiano veinteañero viene a ejercer
de maestrillo
de educador
de asistente
de sí mismo,
pasando la guadaña de la presencia
a la altura del tobillo
como cuando aún disimulaba
que era un maestro nacional de vieja escuela,
un enchufe adaptable a cualquier corriente.
Hasta el final de enero de 1962
compartí dormitorio con los mayores.
Llegó un día en que sólo algunos pocos pudieron comprender
que lo más valiente en momentos decisivos es callar
para que la razón actúe.
Fue el 6 de enero.
Para los Reyes Magos dar el espectáculo es casi una profesión.
Melchor, Gaspar y Baltasar forman parte de ese linaje estridente
que entre un silencio nocturno y un ruido de cabalgatas
intentan pillar de los dos, amortizando en silencio
el ruido que ellos mismos provocan.
Su venida al Hospicio tiene más de revancha acelerada
–media docena de slips, de camisetas, de calcetines,
de camisas; un par de pantalones y de zapatos,
y de betún y de pasta de dientes y de jabón Lagarto–
que de advenimiento.
En cualquier caso, intentarán que el sinuoso cambio de agujas
sea una lanzadera, cuando todavía no había,
desde la que intentar asaltar el cielo de La Mancha
o todo lo que se ponga a tiro,
deslumbrados por los mil aciertos y debilidades
de Quijotes y Sancho Panzas.
A pie de calle les esperamos nosotros,
los once primeros salesianos
y los ya ciento quince primeros internos,
con las mejores ganas
de sentirse fiables
y con derecho a soñar… calzados.
“La vida en baño maría, no es vida”.
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Acantilado
El primer paso de un maestrillo salesiano
tras la mascletá de los Reyes Magos
fue darles la bienvenida, pero ni un paso más,
ni a ellos, ni a nadie.
– “La confianza, hijo, me decía mi madre,
hay que currársela desde abajo”.
Un chico de posguerra y de Lavapiés,
lo suele resistir casi todo,
pero también detecta rápido las malas artes.
Los zalameros y jacobinos son un clásico transversal.
Les sobra soberbia consolidada;
Y les falta grandeza humana y social.
Hasta el 14 de febrero estuve con los mayores.
Ese día fui responsable del gran dormitorio de los pequeños.
– Arréglate para que lleguen a tiempo a misa, Paco.
– Todo en media hora –advierte don Benigno.
– “Visi” y “Montalvo”, a calzar a los más pequeños, porfa.
– Joaquín y Mejías, hacemos las camas.
Los cuatro sabían flotar como una mariposa
y picar como una abeja, pero lo hacían
armados de jabón, calcetines y calzador
–El calzador de Nieves–.
– Fuera remilgos.
– Fuera cretinos.
– Fuera comodones.
– “Uno para todos, todos para uno”.
– Nadie al margen.
Por algo un internado no es la mejor plaza
de un educador, ¿o sí?
Por algo un Hospicio, aunque sea de San Francisco,
y en Ciudad Real,
donde los pequeñajos me rompían la sotana
de afecto y vacío, no es la mejor plaza
de un maestrillo, ¿o sí?
Amigo Javier, creo que
ya no vale con aquella emoción
de cuando molaba vivir al borde
del acantilado,
pues el acantilado definitivamente somos todos. Hoy.
A gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
“La historia en baño maría no es historia”.
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Provocación
Son pocos los que recuerdan la vertiente musical
del maestrillo salesiano Paco de Coro.
El lugar que le corresponde a nuestros chicos músicos
sería similar al que ocupaban
en el deporte, formación profesional y hasta en
el arte de pensar en imágenes
y que consiste en ver con claridad.
Con una arquitectura sólida,
plena de ensayos, dedicación y hasta vanguardias,
cimentamos una “banda” que facilitaba
las procesiones y los desfiles en las fiestas patronales
de Almagro, Puertollano, San Carlos del Valle,
Miguelturra, Fernán Caballero, Malagón, Las Casas.
Cuando caían las máscaras de los convencionalismos
y los maquillajes religiosos,
me quedaba solo ante la incógnita de los muchachos.
No es desdeñable la rápida recreación de la tarde
en Fernán Caballero.
Ceñido al calor de agosto
pedí a unos aparceros poder bañarse a los chicos en el pilón.
Concedido.
Desplazado el condicionante religioso, al atardecer,
saltaba, por sorpresa,
la intriga acelerada,
la tensa aventura,
la escabrosidad del sexo,
la condición humana,
el salvaje corazón del hombre…
y mi inexperiencia.
Uno de los mayores se me quedó desnudo.
La apropiación incierta y turbia del momento
me hizo levantarle la baldosa
pegando una patada a su balón
a lo más lejos posible… entre rastrojos.
Los de la misma línea de fuego –pocos–
dejaron asomar sus demonios con una sonrisa,
que ocultaba, desde la parte de atrás del colmillo
un turbio pacto, guiado por los instintos
de una provocación.
Callo, impávido y vegetal,
para oír la música que hay tras las voces cantarinas
de los pequeñajos que se lanzan aguadillas.
Me uno yo al concierto
y me empapan la sotana de agua y de risas.
Ninguna vida contada al detalle queda lustrosa.
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