HOSPICIO CIUDAD REAL, MEJOR DESCALZOS

De andar y pensar   |   Paco de Coro

10 enero 2024

  1. Sorolla

El director del Museo Sorolla, Enrique Varela Agüí, selecciona

el cuadro: ¡Triste Herencia!, 1899,

como pieza fundamental,

entre otras piezas:

Madre, 1895-1900; Bajo el toldo, Zarauz, 1910; La siesta, 1911,

a su consagración.

El mar como escenario del drama.

Narra el propio Sorolla:

“Estaba trabajando en uno de mis estudios de la pesca valenciana,

cuando descubrí unos cuantos muchachos desnudos,

dentro y a la orilla del mar y,

vigilándolos,

la vigorosa figura de un fraile.

Eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios,

el más triste desecho de la sociedad.

No puedo explicarle cuanto me impresionaron,

tanto que (…) allí mismo, al lado de la orilla del agua,

hice mi pintura”.

Con esta obra Sorolla alcanzó su consagración.

Grand Prix de la Exposición Universal de 1900 y

Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901.

Siempre me he detenido ante el cuadro.

Siempre me he conmovido,

porque no se me ocurre más vida que inventarme

y me daría un puñetazo en la frente por mi penuria.

Fíjate, amigo Javier, los pies de los chicos reciben una caricia larga,

una ola diluida con más empuje.

Me distraigo del centro y me devuelvo al borde de la playa

y de una aurora o de una noche.

Recuerdo haber venido a Ciudad Real, al Hospicio

por unas citas sensatas con madres solteras,

acostumbradas a ser el florero de nadie,

en vela siempre,

viviendo de espaldas al tendido de la sociedad

y por los mejores niños y garzones

que reclamaban y presuponían

una obcecación vocacional.

Hay momentos y lugares que reclaman

el vaciado de toda intención.

Me bastaba con haber llegado,

donde el tren se para,

la superficie se detiene,

y los chiquillos andan mejor descalzos,

que en alpargatas.

 

  1. Reyes Magos

El salesiano veinteañero viene a ejercer

de maestrillo

de educador

de asistente

de sí mismo,

pasando la guadaña de la presencia

a la altura del tobillo

como cuando aún disimulaba

que era un maestro nacional de vieja escuela,

un enchufe adaptable a cualquier corriente.

Hasta el final de enero de 1962

compartí dormitorio con los mayores.

Llegó un día en que sólo algunos pocos pudieron comprender

que lo más valiente en momentos decisivos es callar

para que la razón actúe.

Fue el 6 de enero.

Para los Reyes Magos dar el espectáculo es casi una profesión.

Melchor, Gaspar y Baltasar forman parte de ese linaje estridente

que entre un silencio nocturno y un ruido de cabalgatas

intentan pillar de los dos, amortizando en silencio

el ruido que ellos mismos provocan.

Su venida al Hospicio tiene más de revancha acelerada

–media docena de slips, de camisetas, de calcetines,

de camisas; un par de pantalones y de zapatos,

y de betún y de pasta de dientes y de jabón Lagarto–

que de advenimiento.

En cualquier caso, intentarán que el sinuoso cambio de agujas

sea una lanzadera, cuando todavía no había,

desde la que intentar asaltar el cielo de La Mancha

o todo lo que se ponga a tiro,

deslumbrados por los mil aciertos y debilidades

de Quijotes y Sancho Panzas.

A pie de calle les esperamos nosotros,

los once primeros salesianos

y los ya ciento quince primeros internos,

con las mejores ganas

de sentirse fiables

y con derecho a soñar… calzados.

“La vida en baño maría, no es vida”.

 

  1. Acantilado

El primer paso de un maestrillo salesiano

tras la mascletá de los Reyes Magos

fue darles la bienvenida, pero ni un paso más,

ni a ellos, ni a nadie.

– “La confianza, hijo, me decía mi madre,

hay que currársela desde abajo”.

Un chico de posguerra y de Lavapiés,

lo suele resistir casi todo,

pero también detecta rápido las malas artes.

Los zalameros y jacobinos son un clásico transversal.

Les sobra soberbia consolidada;

Y les falta grandeza humana y social.

Hasta el 14 de febrero estuve con los mayores.

Ese día fui responsable del gran dormitorio de los pequeños.

– Arréglate para que lleguen a tiempo a misa, Paco.

– Todo en media hora –advierte don Benigno.

– “Visi” y “Montalvo”, a calzar a los más pequeños, porfa.

– Joaquín y Mejías, hacemos las camas.

Los cuatro sabían flotar como una mariposa

y picar como una abeja, pero lo hacían

armados de jabón, calcetines y calzador

–El calzador de Nieves–.

– Fuera remilgos.

– Fuera cretinos.

– Fuera comodones.

– “Uno para todos, todos para uno”.

– Nadie al margen.

Por algo un internado no es la mejor plaza

de un educador, ¿o sí?

Por algo un Hospicio, aunque sea de San Francisco,

y en Ciudad Real,

donde los pequeñajos me rompían la sotana

de afecto y vacío, no es la mejor plaza

de un maestrillo, ¿o sí?

Amigo Javier, creo que

ya no vale con aquella emoción

de cuando molaba vivir al borde

del acantilado,

pues el acantilado definitivamente somos todos. Hoy.

A gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

“La historia en baño maría no es historia”.

 

  1. Provocación

Son pocos los que recuerdan la vertiente musical

del maestrillo salesiano Paco de Coro.

El lugar que le corresponde a nuestros chicos músicos

sería similar al que ocupaban

en el deporte, formación profesional y hasta en

el arte de pensar en imágenes

y que consiste en ver con claridad.

Con una arquitectura sólida,

plena de ensayos, dedicación y hasta vanguardias,

cimentamos una “banda” que facilitaba

las procesiones y los desfiles en las fiestas patronales

de Almagro, Puertollano, San Carlos del Valle,

Miguelturra, Fernán Caballero, Malagón, Las Casas.

Cuando caían las máscaras de los convencionalismos

y los maquillajes religiosos,

me quedaba solo ante la incógnita de los muchachos.

No es desdeñable la rápida recreación de la tarde

en Fernán Caballero.

Ceñido al calor de agosto

pedí a unos aparceros poder bañarse a los chicos en el pilón.

Concedido.

Desplazado el condicionante religioso, al atardecer,

saltaba, por sorpresa,

la intriga acelerada,

la tensa aventura,

la escabrosidad del sexo,

la condición humana,

el salvaje corazón del hombre…

y mi inexperiencia.

Uno de los mayores se me quedó desnudo.

La apropiación incierta y turbia del momento

me hizo levantarle la baldosa

pegando una patada a su balón

a lo más lejos posible… entre rastrojos.

Los de la misma línea de fuego –pocos–

dejaron asomar sus demonios con una sonrisa,

que ocultaba, desde la parte de atrás del colmillo

un turbio pacto, guiado por los instintos

de una provocación.

Callo, impávido y vegetal,

para oír la música que hay tras las voces cantarinas

de los pequeñajos que se lanzan aguadillas.

Me uno yo al concierto

y me empapan la sotana de agua y de risas.

Ninguna vida contada al detalle queda lustrosa.

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