La adoración eucarística: ¿una nueva moda entre los jóvenes?

28 noviembre 2025

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Desde hace algún tiempo vengo reflexionando sobre el auge que en los últimos diez años se ha dado con respecto a la adoración eucarística. No sé si tendré razón, pero sin duda es una opinión que quisiera compartir, aunque sea de forma breve. Hemos pasado de una pastoral que hace apenas diez años veía con ciertas reticencias la propuesta de una adoración eucarística a los jóvenes por su incapacidad para comprenderla (yo estaba en contra de esta concepción, por supuesto) a una pastoral que ha centralizado sus propuestas de oración en realizar adoraciones eucarísticas por doquier, corriendo el peligro de absolutizarla.

Es una alegría, por supuesto, ver la Iglesia llena de jóvenes adorando al Señor. Pero debemos preguntarnos de nuevo: ¿es esto una nueva moda pasajera como hace diez años estaba de moda hacer voluntariado con los más pobres, obviando el aspecto sacramental de la fe? La cuestión no es baladí. El riesgo de convertir cualquier experiencia en una moda afecta a todo aquello que, por su fuerza simbólica o su capacidad de convocar, logra tocar el corazón de los jóvenes con cierta inmediatez. Pero precisamente por tratarse de la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana (Sacrosanctum Concilium 10; Lumen Gentium 11) conviene hacer un discernimiento especialmente fino.

La adoración no puede reducirse a un recurso estético o emocional que facilite un encuentro sensible con Dios, sino que tomando esto como punto de partida, debe conducir a la comunión con Cristo que es el que da sentido pleno a la existencia. Esto no puede agotarse en el silencio contemplativo, sino que se verifica en la vida sacramental y en el compromiso concreto de la caridad cristiana y su testimonio. Es curioso que muchos jóvenes que acuden los lunes o jueves al encuentro semanal de adoración al Santísimo se confiesen en esa misma noche de no haber asistido a misa el domingo. Y más interpelante aún que no sean pocos los casos. ¿No será esta especie de esquizofrenia, que desliga la presencia real de Cristo dentro y fuera de la misa, un síntoma de la mala comprensión de la adoración eucarística y su celebración sacramental?

Si la adoración eucarística se convierte en un espacio donde muchos jóvenes descubren por primera vez la profundidad de la oración, bendito sea Dios. Pero si se absolutiza como la única forma válida de encuentro o se vive desconectada de la celebración eucarística dominical, corremos el riesgo de crear un cristianismo selectivo, donde se elige aquello que resulta más atractivo y descuida lo esencial. Corremos el peligro de reducir la fe a experiencias emotivas frustrando a los jóvenes en aquellos momentos en los que viven la sequedad de la fe. También surge el problema de desconectar la adoración de la Eucaristía celebrada, en la que se valora más la adoración que la “aburrida” misa dominical. Por no hablar de una posible creación de una élite espiritual que olvide a los más pobres, fomentando una fe intimista que no implique una vivencia profunda de la caridad cristiana. Por ello, es necesario que se acompañe a los jóvenes hacia una buena interpretación de estas vivencias.

El problema no es la adoración en sí, que es un tesoro para la Iglesia y uno de los pilares fundamentales de la espiritualidad salesiana, sino la manera en que la proponemos. Y aquí volvemos al mismo dilema que hace diez años se proponía: ¿estamos formando a los jóvenes para que comprendan el milagro que ahí sucede? ¿Les explicamos la estrecha relación entre la presencia real de Cristo en la eucaristía y la vivencia efectiva de los sacramentos? ¿Los ayudamos a pasar del asombro y la atracción inicial a una vida coherente de seguimiento? ¿O simplemente aprovechamos que la adoración funciona para llenar templos sin profundizar en el porqué? Si nos quedamos en una adoración al Señor basada en un intimismo personal que no revierte en adorarlo también en el rostro de los más pobres, ¿no será que estamos idolatrando y no adorando al verdadero Señor de la historia y de la vida?

La adoración eucarística no es moda ni debe serlo. Es un camino de encuentro con Cristo vivo, pero solo da fruto cuando se inserta en un itinerario de fe coherente. De lo contrario, corre el riesgo de ser una llama encendida en una vela con poco aceite. La pastoral juvenil está llamada a custodiar esa llama, a acompañarla y a educarla para que se convierta en una llama firme que ilumine toda la existencia.
Ojalá seamos capaces, como nos decía el Papa Francisco, de convertir la adoración eucarística en un momento en el que nos dejemos mirar por Jesús para que él interpele nuestra vida cristiana y no convertirla en un momento en el que simplemente contamos nuestros problemas personales al Señor.

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