Los cristianos hemos heredado del pueblo judío unas oraciones que nos resultan a la vez preciosas e intrigantes: los salmos, que son cantos, himnos, súplicas, poemas, alabanzas, recordatorios, deseos y, sobre todo, expresión de fe.
No son fáciles de utilizar en la oración para quien no se ha acostumbrado antes a su lenguaje o ha leído un poco acerca del origen y significado de cada uno de ellos.
Tampoco ayuda a orar con ellos el hecho de que los autores usan, en algunas ocasiones, expresiones que hoy nos pueden sonar escandalosas por su contenido violento y vengativo.
Sin embargo, otras veces, sus palabras son suaves y profundas y pueden iluminar y orientar nuestra oración y nuestra vida.
Los ciento cincuenta salmos de la Biblia son un mundo de contrastes entre presente y pasado, belleza y violencia, paz interior y gritos de dolor, alegría y llanto, esperanza y decepción. Creo que no podemos perdernos la oportunidad de adentrarnos en este fascinante paisaje a través de la oración.
Orar con los salmos requiere paciencia, lectura tranquila y tiempo para entender lo que el autor del salmo va expresando. Las prisas y carreras con que se recitan, en algunos grupos o comunidades, deberían ser sustituidas por silencios y pausas que ayuden a penetrar en el corazón del salmo.
Se necesita también seleccionar, ya que cada uno de ellos está escrito con un objetivo y en un ambiente distinto. Así que no cualquier salmo sirve para cualquier momento.
Salmos y empatía
Y, sobre todo, desde mi punto de vista, orar con los salmos requiere mucha empatía. Tratar de rastrear los sentimientos que expresa el autor. Sentimientos de rabia, odio, libertad, alegría, humildad, admiración, miedo, alabanza, fiesta, luto… Cada salmo es un recorrido por el mundo afectivo de una persona o grupo, por lo que tratar de ponernos en su lugar puede ayudarnos a entender por qué dicen lo que dicen y por qué y cómo se lo dicen a Dios. Quizás con esta actitud no sea tan difícil comprender los salmos, ya que también en nosotros mismos descubrimos esos mismos sentimientos en distintos momentos de nuestra vida.
La grandeza y la belleza de los Salmos reside en que son expuestos a Dios con una libertad y confianza plena, sin miedo a ser juzgados por su contenido o a equívocos en su significado.
En definitiva, orar con los salmos con una actitud de empatía, se convierte para nosotros en una escuela para nuestra propia oración, tan necesitada de sinceridad y autenticidad, de libertad y confianza ante el Dios que nos escucha y que siempre escuchó a los autores de cada salmo.
Fuente: Boletín Salesiano
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