En mi caja de los recuerdos y en mi parcela de tierra prometida está Barcelona, pero no la de las rutas turísticas. En esas se suelen enredar muchos “merluzos” para perder tiempo y energías y dinero.
Soy tan viejo, mejor, tan anticuado, que prefiero los edificios que tienen un nombre en cada ventana, aunque la lluvia y las tormentas lo hayan borrado o las esquinas rotas con leyendas de fantasmas o milagros imposibles, o los viejos portales que muestran garabatos dibujados por niños, o tapias desconchadas y recosidas con “grafittis” pintarrajeados por colegas de la contracultura.
Mis pasos por Barcelona siguieron la grafía de una historia romántica del siglo XIX. Por eso me interesaron los Hogares Mundet, el Hospicio, los Hospitales con Hijas de la Caridad, el Archivo episcopal y del Ayuntamiento, las Adoratrices, las calles perpendiculares a las Ramblas, a la Barceloneta… las casas oscuras, ahumadas y con letanías corales de llanto y tos.
Por fin, estoy en la calle Conde del Asalto, hoy Nou de la Rambla.
Le digo a mi amigo Antonio Larios, que me acompaña, que me deje solo, que haga sus “Américas”… yo voy a hacer mi “asalto”.
Intento captar como en una foto antigua que me pasan por delante de los ojos todos los grises de la calle: aceras, balcones, ventanas, escaparates; todos los blancos de los rostros sin sol; todos los negros de los portales, buhardillas, tejados, bares de copas.
Me tengo que elevar por encima de las nubes, porque me urgía una obsesión: la verdad del caso Rodón Asensio, hasta hace poco Enriqueta, una perfecta desconocida, que ha pasado ya al Diccionario Biográfico de la Real Academia, gracias a mis desvelos. Yo creo que todo el mundo es interesante si le aprietas un poco.
Floto en medio de ese ferial de raterillos y chulos, de aceras cabalgadas por tacones de aguja.
Mi intención es captar todo, todo el entorno, porque esta cara B de Barcelona tiene unos rasgos y una personalidad fascinantes.
Pero, amigo Javier, no vengo buscando la órbita de Juan Manuel Serrat, que nació aquí en el nº38, ni la emblemática sede de Pronovias, que también se fundó aquí, ni la cercana estatua de Raquel Meier, junto al Paralelo… ni la fuente ornamental: la Font del Geni Catalá, esa, la que le costó una multa a la cantante Shakira por bañarse en ella mientras rodaba un vídeo. No, no. Quiero registrar con humanidad de historiador, sorprendido ante lo azaroso, ante lo mínimo de una criatura que vivió aquí los tres primeros años de su vida en el nº53, entresuelo, de 1863 a 1866.
Calle Conde del Asalto.
Hecha del metal hirviente de tantas bailarinas como se vendían desde los carteles, de tantos garitos de juego que destilaban riqueza, de tantas academias de canto de donde salieron las gargantas más sinceras.
Quizá, amigo Javier, debería hablarte un poco de esa mujer singular, de Teresa Rodón Asensio, y es que seguro que lo haré, pero permíteme que después de hablarte de la calle Conde del Asalto, te hable del nº53, entresuelo, en que nació. Yo creo, Javier, que los edificios tienen alma, y que, si no la tuvieran al nacer, la van adquiriendo porque se la vamos dando nosotros al habitarla o porque asumen el alma de los seres que siempre hay enterrados en sus cimientos. Por los cimientos de los edificios y los túneles de las calles van subiendo poco a poco las almas de los muertos.
Esa sensación tuve yo al estar delante del nº53 de la calle Conde del Asalto. De aquí parte el alma de Teresa Rodón Asensio, la fundadora de las Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo.
Desde “Las Ramblas”, más en concreto desde “Nou de la Rambla” hoy, “Conde del Asalto” ayer, tomé la imagen de Barcelona y Cataluña en 1995. También podría haber sido en el 2000 o en el 2002. O en 1973, año en que volví de Roma. Cincuenta y tantos años de trabajos dan para muchas relaciones, contundentes y amigas, en los más diversos ámbitos, conocedores de la intrahistoria, que me ayudaron a lograr mi mirada propia sobre Teresa y toda la época.
Teresa hizo de la contradicción una norma.
De la polémica un recurso para pensar.
De la paradoja una fuente de ideas y de sentimientos, de idas y vueltas. De vueltas e ideas.
Barcelona era también entonces una ciudad atacada por mil rumores. Y Badalona. Y Papiol. Y Manresa. Y Montserrat. Cuando me acerqué a la biografía de la Asensio hacia muchos años que había muerto. Cayó con apenas cuarenta y pocos años de golpe seco. La derrotó la vida (Siempre poniendo ella más, de lo que la vida le daba). La derrotó, pues, la vida. La fatiga. El cansancio. La envidia. La tergiversación. La maledicencia. El agotarse y decir adiós a mayor gloria de su propia madre (ese “cascabel de Badalona”, esa “maestra nacional contundente”) y de sus dos vicarias generales en el Instituto. Dos desengañadas feroces de su elección, que vivieron para cambiar su rumbo.
Rodón y Asensio. Dos apellidos a los que más rarezas les cabían, hasta un diputado en las Cortes de Madrid. Y el insólito documento de su matrimonio en una carpeta del Archivo de la diócesis de Barcelona.
“Es un hallazgo excepcional”, cuajado de datos excepcionales.
El inconveniente es que a un lado y otro del horizonte hay muchas más cosas difíciles de justificar en un acontecimiento así.
Quise que la verdad capturada a través de los documentos notariales, expedientes personales, cartas reservadas, notas medio traspapeladas, sonaran a algo interesante. No era el ruido de la violencia fin de siglo XIX y principios del XX lo que me importaba, aunque también, sino cuánta exigencia había de tener con la memoria, propiamente dicha, para no confundir la verdad como algo que sucedió atrás en el tiempo y que llega hasta hoy.
El mundo es bestial cuando traspapela la memoria.
El mundo es bestial cuando traspapela los documentos.
El mundo es bestial cuando tergiversa la verdad, la encumbra, la desplaza, la borra. Mejor, la intenta borrar. Son maneras de comprar seguridad. Por poco tiempo.
Amigo Javier, ver vivir en la escasez, en guerras y miedos a los españoles, me resultó difícil de romantizar. Lo siento. Caídos todos en el suelo colonial, regional y cantonal, parecimos imbatibles en el empujón final, que fue retrasándose, retrasándose, hasta 1898.
A Teresa Rodón Asensio se le hizo tarde en todo con el apoyo de todos, hasta de sus propios orígenes, tutelada por una nodriza, allá en “Conde del Asalto” y había que ponerla en hora. No fue fácil ni la búsqueda, ni el proceso de elaboración. Pero era su historia. Su absoluta historia. Y las Franciscanas del Buen Consejo me facilitaron todas, absolutamente todas, las herramientas a su alcance.
Según se aceleraba el paso de los días, tuve que definirla, con entidad propia, entre el enorme ruido de la santidad catalana del siglo XIX –tanta, tantísima– que tapiza el santoral más amplio de España: la fecunda e insólita Joaquina Vedruna, el agudo y audaz Enrique de Ossó, la monumental María Rafols Bruna, la recurrente Teresa Jornet e Ibars, el predicador de la gracia Francisco Coll y Guitart, el sabio y subidísimo filósofo Jaime Balmes, el irrepetible arquitecto y místico católico Antonio Gaudí.
En ese grito de santidad, que tenía que escuchar y estudiar, Teresa Asensio, gozaba de su lugar propio, sostenido por historiadores, tan usados y mantenidos en mis trabajos, como Carr, Fusi, Vicens y Vives, Revuelta, Palacio Atard, Sanz de Diego, Villoslada, Cuenca Toribio, Juan Mari Laboa, José María Magaz, zurcidos con la palabra creativa de Ramón Lluch, Josep Plá, Miguel de Unamuno, el “todo Vázquez Montalbán”, Maruja Torres, Eduardo Mendoza.
Asensio.
Vivió como tenía que vivir. Mejor todavía, como quiso vivir. Al margen del margen. Nada de lo que hizo respondía a una estrategia que no fuese su instinto básico, volcarse en lo importante, asumir el compromiso vital como una causa ética y social, bracear contra corriente.
Asensio.
Fue un ser radical que estableció su código en asuntos difíciles y necesarios: el maltrato en la mujer, los soldados enfermos y heridos vueltos de Cuba, las chiquillas perdidas y encontradas en hospicios, las madres solteras en dificultad. Más aún, la desgarradura de las encarceladas.
Asensio.
Teresa Rodón Asensio.
Encontró un sitio propio y lo mantuvo hasta el final. Los zarpazos de su propia biografía, le salieron en su obra: las Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo, virgen que abre y cierra puertas en su propio instituto.
Asensio.
Enseñaba “catequesis y cuentas” para comprender. Para acercarse. Para explorar qué había detrás de la profundidad de las niñas en la escuela. “Afirmar la dignidad y la importancia eterna del ser humano”.
Asensio.
No escapó a ningún lugar, tan sólo dejó de estar en la escudería de los santos catalanes más nombrados del momento: Antonio María Claret, Manuel Domingo y Sol, María Rosa Molas, José Mañanet Vives… y no le supuso problema alguno.
Fulgurante, rápida, valiente, encarnó una de las formas de feminismo en España, con ímpetu ingobernable, donde todo tenía sentido y porqué. A gloria de San Francisco de Asís, amén.
Amigo Javier, con esa potencia de Teresa de estar fuera de horma, durante un año largo acepté la invisibilidad como lugar de residencia, roto por Aureliano Laguna, Martín McPake, Jesús Guerra, Ramón Alberdi… y Nacho Sevilla, Antonio Balaguer, Samuel del Pozo, Fernando R y Val, el Tole, Agüi y María, Echaniz, Román Jasanada.
Asensio fue un secreto guardado que tardó décadas en revelarse, en mi libro Teresa Rodón Asensio. La fuerza de la verdad. Madrid, BAC, 1995, 584 págs., respaldado por el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar, y las superioras generales: Alegría de Blas, Presentación Álvarez, Victoria Martín.
Me guardaron presencias, llamadas, preguntas y velaron mi intimidad los jóvenes salesianos de Vitoria Joxerra De La Rica, Javi Arca, Iñaki Sánchez, Imanol Galarraga, Javi Valderrábano, Iñaki Napal, Carlos Díez, Iñaki Rivera y Koldo Calvo.
A la magnifica pintora y amiga Monserrat Gudiol le pedí una de sus “mujeres en rojo” para la carátula que, desinteresadamente, nos dejó, concediendo a nuestro trabajo una vibración distinta. Como el apetito del “marketing” no cesa en ningún momento, la “c” del segundo apellido de Teresa lo sustituí por una “s”, dando cabida a una más ancha realidad, en vez de “Asencio”, por “Asensio”, queriendo dar una zancada gigantesca hacia el Real Madrid.
Postdata. Amigo Javier, extenuado, al cumplir 82 años el pasado viernes, después de una vida de oficio extremo entre la historia, la narrativa, el periodismo, la predicación, la docencia en enseñanzas medias, la universidad pública y privada de los vascos, y, en fin, el teologado salesiano de Santo Tomás de Aquino primero y después Instituto Superior de Teología San Juan Bosco hasta su final y, siempre la polémica, he querido traerte aquí y hoy uno de mis mejores libros Teresa Rodón Asencio. La fuerza de la verdad, con motivo del día internacional del libro.
Trabajo contundente. Un año para recoger los datos que acoplé a los datos que ya habían recogido dos franciscanos y tres franciscanas del Buen Consejo durante otro año y un segundo año encerrado en su noviciado para escribirlo con todas las facilidades habidas y por haber por parte de las religiosas.
En estas me llamó la Real Academia de la Historia de España, pues requería mis servicios para su Diccionario. Para ser prácticos les indiqué que me uniría sólo a biografías del siglo XVIII, XIX y XX. Fue una manera de comprar seguridad y cierta rapidez. Después de enviar 100 biografías me presenté en la Docta Casa y advertí que el historiador de los salesianos, después de tres años, no había empezado.
Acudí a los salesianos y en breve presenté 22 biografías de los nuestros, que fueron aprobadas por la comisión, y por unanimidad. Los que fallecieron los podéis consultar hasta por Internet.
Han rodado las horas, y los días y los años, mientras el trabajo, la memoria, la dedicación y la consagración a la curiosidad y el esfuerzo se abrazaron en el laberinto de la soledad y el silencio, para sumar yo 70 libros –serios, densos, perfumados– publicados en los más variados sellos, financiados en su mayoría por instituciones públicas. Gracias.
BIOGRAFÍA DE TERESA RODÓN ASENSIO EN EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
Rodón Asencio, Enriqueta Manuela Salvadora. Barcelona, 26.II.1863–Madrid, 28.XII.1903. Religiosa, fundadora de la Congregación de Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo.
Enriqueta nació en Barcelona el 26 de febrero de 1863 y no el 15 de julio de 1862 como afirman tradicionalmente sus biografías. Su madre se llamaba Manuela Asencio Villarropal y estuvo casada con José Ramón Puyols Palau, al que abandonó. Manuela estudió posteriormente la carrera de Magisterio y ejerció de maestra nacional en Igualada y Badalona. A los treinta años, dio a luz a Enriqueta, producto de su relación con Pedro Rodón y Gallija, registrador de la propiedad, abogado ilustre, magistrado de la Audiencia de Valencia y Barcelona y diputado a Cortes por el Partido Liberal, inscribiéndola en el Registro Civil, como hija de padres desconocidos pues el magistrado tuvo sumo interés en guardar su fama y en ocultarlo a sus cinco hijos y sobre todo a su mujer. Fue bautizada en la parroquia de San José y Santa Mónica, en Barcelona, con los nombres de Enriqueta Manuela Salvadora, figurando como padrinos Salvador Repolles y Francisca Desveus.
Después de tres años y medio viviendo en Barcelona, en la calle Conde del Asalto, hoy de la Rambla, su madre se la llevó a vivir a Badalona, a su escuela, aparentando tenerla como alumna interna. Fueron los años de 1869 a 1875. Corría el año 1871, cuando se complicó su situación al entablar su madre relaciones íntimas con un joven de veintitrés años, Ignacio Agell, hijo de farmacéutico. Pero en 1875, a las cinco de la mañana del 8 de julio, las artes de Manuela Asencio lograban unir en matrimonio eclesiástico a Agell con su hija Enriqueta en la parroquia de Badalona, para así poder seguir ellos viviendo juntos en el mismo domicilio.
Todo Badalona fue un clamor, por lo que los tres se trasladaron a vivir a Manresa, a la calle dels Drets. Enriqueta, aconsejada por una de sus vecinas y ayudada por los jesuitas, sobre todo por el padre Governa, aprovechando un viaje de su madre y Agell a Zaragoza, se escapó a Barcelona. El juez de primera instancia de la Ciudad Condal ordenó que fuera admitida en el colegio María Santísima de las Desamparadas, dirigido por las religiosas adoratrices. Era el año de 1877.
Seis años pasó Enriqueta en este centro acumulando conocimientos, relaciones, amistades y devociones.
De aquí pudo captar la devoción a la Virgen del Buen Consejo, una de las advocaciones, junto a la del Sagrado Corazón de Jesús, más enraizadas en el ambiente. Asimismo y gracias a los trabajos de su padre desde la sombra, se pudo presentar demanda de nulidad de su matrimonio con Ignacio Agell en el Tribunal Diocesano de Barcelona, el 18 de marzo de 1878, quedando paralizado a su muerte, no sin antes darle ya los apellidos de Rodón Asencio. Las diligencias de aquellos abogados han podido conocer los hechos de la vida de Enriqueta hasta su llegada al citado colegio de las Desamparadas.
Tenía veinte años al salir de las Adoratrices en 1883 y fue “a servir” a casa de la señora Teresa de Peix, pariente suya, de buena posición económica, quien la envió a Francia a un colegio de religiosas, donde pudo ampliar sus conocimientos religiosos y científicos. Quiere la tradición de la Congregación de Franciscanos que ella fundara, verla como capuchina; otros estudiosos la sitúan en el pueblo de San Gregorio, departamento de Taru, arzobispado de Alli, en la residencia-colegio para chicas, llamada “Predicadoras”, regentada por dominicas.
El caso es que en 1892 se encuentra en Lecaroz con Gabriela de Quintana y Durante, para fundar una congregación de la mano del capuchino Joaquín Llevaderas para “la redención de las presas recluidas en las cárceles públicas y la corrección de menores del sexo femenino”. Todo fue un fracaso, pues los proyectos de Enriqueta y Gabriela se pospusieron a los de sor Teresa Vives y Tutó, hermana de Llevaneras, y a las religiosas de la Purísima Concepción.
Las dos cambiaron sus agujas de marear, nunca el proyecto, y se dirigieron a Pamplona, donde el rector del Seminario de San Francisco Javier, Pedro Velasco, les ayudó, junto al benemérito sacerdote Bartolomé Istunz.
Y de Pamplona a Madrid; y con las credenciales de Velasco y de Istunz al obispo de Madrid-Alcalá en 1894.
Gabriela de Quintana y Durante era una noble de Sobremazas (Cantabria), y antes de conocer a Enriqueta, había ingresado en las Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia de Luis de Masamagrell, en 1886. Hasta había llegado a ser su superiora general y el mismo León XIII la había recibido en audiencia en 1888. Las divisiones entre Llevaneras y Masamagrell se llevó por delante a Gabriela que abandonó aquel instituto, para unirse a Enriqueta en la fundación de uno nuevo.
Entre los amigos de los Quintana estaba el escolapio Vicente Alonso Salgado, quien, elegido obispo de Astorga, llamó a Enriqueta y a Gabriela para fundar casa. Todo estaba listo el 14 de febrero de 1896, en la calle de San Martín n.º 10 ya no estaban solas.
Les acompañaban Matilde Guel, Antonia Navarro y Juana Micaela Zubillaga. Seis días más tarde se les unían Filomena Sartaguda, Anastasia Uriga y Valentina Andía, tomando el hábito otras seis postulantes más, el día 26 de abril, fiesta de la Virgen del Consejo, patrona municipal del nuevo instituto.
Pero Astorga era ya entonces un nudo de comunicaciones por ferrocarril. Por su estación entraban en España cientos y cientos de jóvenes soldados, devueltos de La Habana o de Santiago de Cuba, con clima de fracaso, enfermedad o muerte. Alonso Salgado salió a su encuentro. Enriqueta, ya en religión, Teresa Rodón Asencio y sus hijas se pusieron a su servicio en improvisados hospitales de la villa, generando una página de dedicación a la sociedad española, que se había de repetir a lo largo de su historia, en hospitales de Madrid o Melilla, de Sidi Ifni o San Sebastián, de Llanes o Granada.
La Iglesia, con León XIII, abordaba la “cuestión social” en su Rerum Novarum. En esos cauces, Teresa acudía para el tema de la presencia de sus monjas “en las cárceles de mujeres”, una de las misiones del instituto, a Francisco Lastres, el mejor especialista en temas penitenciarios de la época. Lastres había tenido relación directa con san Juan Bosco para traer los salesianos a Madrid, como con Luis de Masamagrell para traer a los terciarios capuchinos a Carabanchel Bajo. Lastres guió las manos de Teresa y de Gabriela, cuando escribieron la carta a León XIII, el 12 de octubre de 1897, para obtener la sanción pontificia de su Congregación.
El 30 de noviembre de 1897 fueron aprobadas las primeras Constituciones del Instituto por el obispo de Astorga, Alonso Salgado, después de emitir su informe favorable al superior de los redentoristas de esta ciudad.
Mientras tanto, Teresa Rodón Asencio desde su refugio sumamente secreto de Astorga salía, una y otra vez, para fundar en Gijón, Llanes o Madrid. No faltaron dificultades: un grupo de sus hijas alentadas por la vicaria general, sor Purificación Navarro, en quien había puesto toda su confianza, empiezan no sólo a desobedecer, sino que le sobrevinieron denuncias ante la autoridad civil y religiosa, tergiversaciones y calumnias, burlas y descréditos sobre su capacidad, motivado porque la vicaria general, superiora en Astorga, pretendía convertirse en madre general. Con este fin, provocó una denuncia contra Teresa ante el arzobispo de Madrid, en la que varias monjas solicitaron no sólo deponer a Teresa como madre general, sino también su salida de la congregación, para poner en su lugar a Sor Purificación. Las denuncias consiguieron el efecto contrario, cuando los testigos eclesiásticos conocieron la verdad. Como no conseguían su intento, por tres veces consecutivas quisieron envenenarla.
En la capital de España dejó, primero, una obra en Juan de Austria n.º 1 y, después, en la calle Pacífico n.º 35, donde falleció el 28 de diciembre de 1903.
Sin nada que requerir para sí, dejaba asentado “un asilo para el amparo y educación de las hijas desamparadas de las presas y correccional de niñas en la villa”. Sus restos fueron trasladados a la capilla de la Casa de la Congregación en Pozuelo de Alarcón (Madrid) el 4 de junio de 1974, abriéndose el proceso diocesano de su canonización el 19 de marzo de 1992 y cerrándose el 4 de julio de 1993 para abrirse ya en Roma a otros horizontes.
Bibl.: F. Rodríguez de Coro, Teresa Rodón Asencio. La fuerza de la verdad, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995; Teresa Rodón Asencio. Un amor que perdura, Madrid, Carf, 1995; Vida de Teresa Rodón Asencio, Madrid, San Pablo, 1996.
Francisco Rodríguez de Coro, SDB
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