Aunque sólo fui una humilde cocina, siempre estuve limpia. Mamá Margarita, dueña y señora del fogón, de las ollas y sartenes que colgaban de mis pobres paredes, se afanaba por mantenerme reluciente. Por aquel tiempo mi vida era un continuo trajín. Casi todos los días había un plato que cocinar para alguno de aquellos pobres chavales que acudían a Don Bosco buscando un poco de comida o un lugar donde pasar la noche.
Recuerdo que ya había oscurecido. Llovía sobre Turín. De pronto alguien llamó a la puerta. Apareció un chico empapado y tiritando de frío. Suplicaba un lugar para dormir. Don Bosco dudó en acogerle. Y es que, según les oí lamentarse días atrás, varios mozalbetes, abusando de la buena fe de Juan y su madre, habían marchado al amanecer llevándose mantas y todo cuanto habían podido robar.
Mamá Margarita también dudó. Pero de pronto, como quien tiene una solución secreta e infalible, se animó a acoger aquel chico aterido de frío. Cuando le introdujo entre mis paredes para quitarle la raída camisa y secarla junto al fogón, me sentí orgullosa. Cuando improvisó un camastro para que durmiera al abrigo de mi calor, mi corazón de cocina sintió una nueva ternura. Enseguida ordené al fogón que se esmerara con el mejor de sus fuegos. Fuera seguía lloviendo y soplaba el viento frío de los Alpes.
Luego Mamá Margarita se sentó frente al chaval que acababa de dar cuenta de un plato de sopa caliente con abundante pan y queso. Mirándole fijamente le susurró con cariño de madre unas sencillas palabras que guardo como recuerdo imborrable entre mis paredes: “Sé bueno, trabaja con responsabilidad y nunca olvides rezar las oraciones que te enseñó tu buena madre. Buenas Noches”.
Don Bosco comprendió la lección. Consciente haber aprendido de su madre un secreto para ser mejor educador, se prometió a sí mismo despedir siempre a sus muchachos con unas “buenas noches”.
A la mañana siguiente el chico marchó para buscar trabajo como albañil. Había encontrado un nuevo hogar. Juan Bosco quiso comentar con su madre el secreto aprendido la noche anterior. Mamá Margarita sonrió por toda respuesta al tiempo que mostraba la llave de mi cerradura de cocina. Mi cerradura también formaba parte de nuestro secreto.
Nota.- En el mes de mayo de 1847, Don Bosco acogió al primer chico huérfano en el Oratorio. Mamá Margarita instituye las primeras “Buenas Noches”. Y cerró con llave la puerta de la cocina (Memorias del Oratorio. Década Tercera n.7).
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