La gratuidad del amor de Dios

El Rincón de Mamá Margarita

14 febrero 2024

Marta M. Peirat

Marta M. Peirat

A las puertas de la Cuaresma y en el día de San Valentín, me apetece hablar de amor, del amor más puro y gratuito que yo he conocido. La Cuaresma es un tiempo de Conversión. Como dice el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de 2024 (1) cuyo tema es «A través del desierto Dios nos guía a la libertad», la Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor(Os 2,16-17). “Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones” añade.

El día de los enamorados, nos anima a recordar que amamos y somos amados. Aunque no seamos de regalar las tradicionales tartas con forma de corazón, sin duda ver los escaparates repletos de corazones rojos, te sitúa en esta fecha en medio de febrero.

¿A quién amo yo? Pues puede que a una buena amiga con la que me veo cada viernes, a mi padre con quien almuerzo una vez al mes, a mis familiares a quien visito dos veces por semana, a mi marido al que atiendo con detalles en cada aniversario, a mis hijos a los que dedico tiempo en escucharlos cada día.

Pero a veces, me surge un imprevisto y un viernes no puedo quedar con mi amiga, estoy cansada y no puedo visitar a mis abuelos, surge un compromiso laboral y no puedo comer con mi padre, olvido un aniversario o sencillamente las prisas del día no permiten que escuche a los pequeños. He fallado podría pensar. Pero aquí es donde llega el amor más puro y gratuito. El mismo que descubrió San Pablo (Os 2,16-17) mientras perseguía a los cristianos. El amor de Dios que nos quiere con nuestros pecados, que nos desborda con su dulzura y misericordia y nos anima a continuar.

¿Pero quién soy yo para merecer este amor gratuito? Este tiempo de Cuaresma que comenzamos nos llama a la conversión. A recordar la elección de Dios que nos amó hasta el extremo entregando a Jesús por nosotros. Don Bosco lo descubrió en su vida, por eso se caía y se volvía a levantar. Se equivocaba, se disculpaba y volvía a empezar. Porque se sentía profundamente amado por Dios, pudo amar a los jóvenes hasta el extremo y gratuitamente, imitando el amor de Jesús.

Si estamos en esta tierra no es por casualidad. Lo recordaba el papa Benedicto en aquella primera homilía de su pontificado (2). No somos el producto casual de la evolución, somos fruto de un pensamiento de Dios por eso cada uno de nosotros es importante. En cada uno de nosotros ha pensado Dios. Nuestra vida es una historia de amor con Dios. Es decir, Dios que me conoce perfectamente porque me ha creado, me ha puesto en este lugar y momento concreto, confiando en mi, para que yo llene esta tierra de amor. Del amor que él ha puesto en mi corazón.

Sin duda un amor gratuito que quiero para mi vida.

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