
Elena Martínez
¿Cómo va esa Cuaresma? Espero que estéis aprovechando este tiempo para conectar con lo que de verdad importa. A veces, con tanto lío del día a día, se nos olvida que la vida es mucho más que likes y stories, y eso que yo me considero una persona apasionada de las redes sociales. Por eso, hoy quiero invitaros a poner el corazón en obras, a hacer que nuestro amor se note en cada cosa que hacemos.
¿Os acordáis de cuando Jesús nos dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros»? (Juan 13:35). Pues eso, que no se quede solo en palabras bonitas. Que nuestro amor se traduzca en gestos concretos, en detalles que hagan la diferencia.
A veces, siento que mi corazón es como una hormigonera gigante. Todos los días, se le meten un montón de cosas: alegrías, tristezas, miedos, esperanzas, experiencias… ¡Un revoltijo total! Pero, ¿sabes qué? Esa mezcla, por caótica que parezca, tiene el potencial de transformarnos en algo mucho más valioso.
En la hormigonera de nuestro corazón, los ingredientes clave son:
- Amor: Es el cemento que une todo, el que da fuerza y consistencia a nuestra transformación.
- Compasión: La arena que suaviza las asperezas, que nos hace más empáticos y comprensivos.
- Perdón: El agua que limpia las heridas, que nos permite soltar el pasado y seguir adelante.
- Servicio: La grava que da estructura, que nos impulsa a poner nuestro corazón en obras y a ayudar a los demás.
Al igual que la hormigonera gira y mezcla los materiales, la vida nos pone a prueba, nos desafía, nos hace crecer. A veces, el proceso es doloroso, como cuando la grava choca contra las paredes de la hormigonera. Pero, al final, el resultado es un producto mucho más útil y valioso: una versión mejorada de nosotros mismos.
Cuando ponemos nuestro corazón en obras, cuando dejamos que el amor, la compasión, el perdón y el servicio nos transformen, nos convertimos en personas más fuertes, más resilientes, más capaces de hacer el bien. Nos convertimos en esa mezcla de materiales que al final construye algo mejor. La Cuaresma es una oportunidad para dejar que el «proceso de la hormigonera» nos transforme.
Es un tiempo para trabajar en nuestro interior, para pulir nuestras imperfecciones y para emerger como personas más íntegras y comprometidas con el bien.
Observa esta imagen y piensa en alguna de las siguientes preguntas:
¿Estoy permitiendo que el «proceso de mezcla» de la Cuaresma me transforme, o me estoy resistiendo al cambio?
¿Qué tipo de «materiales» estoy permitiendo que entren en mi «hormigonera» interior? ¿Son constructivos o destructivos?
¿Estoy añadiendo suficientes «ingredientes» de amor, compasión y perdón a mi vida diaria?
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