Un medio de comunicación casi divino
Cuando echo la mirada atrás y recuerdo mis primeros años de vida, aflora una sonrisa de nostalgia en lo más profundo de mi ser.
En aquel tiempo nadie dudaba de nuestro trabajo. Las imprentas estábamos llamadas a difundir ideas de libertad, igualdad y fraternidad… por todos los rincones del mundo.
Desde los más encumbrados gobernantes, hasta los humildes campesinos, nos consideraban faros de luz capaces de iluminar las tinieblas de la ignorancia.
Don Bosco llegó a mí una mañana de otoño. Me contempló. Cuando me enteré que mi destino era convertirme en la imprenta de un cura, la duda hizo nido entre mis mecanismos. Pero pronto se disiparon mis temores. Mi futuro tenía un horizonte claro según palabras de mi futuro dueño: “la misión de esta imprenta consistirá en proporcionar ocupación laboral a los jóvenes más pobres y más abandonados de la sociedad”. Valía la pena. Me apresté a cumplir mi tarea.
Semanas después llegó nuevamente el joven sacerdote. Todo fue distinto. Se había desdibujado el brillo de sus ojos. Intercambió breves palabras con el dueño de la fábrica. Comprendí. El gobierno del Piamonte no le concedía autorización para que yo, una humilde imprenta, pudiera instalarme en el Oratorio. Intuí que los poderes públicos, -recelosos siempre de las libertades-, no deseaban que yo me convirtiera en ventana abierta de opinión.
Me hubiera gustado proclamar a los cuatro vientos aquella injusticia. Yo había nacido para tatuar ideas en libertad sobre la piel blanca del papel. ¿Por qué aquel gobierno temía las opiniones de aquel cura que tan sólo buscaba el bien de sus muchachos? Era como si los poderosos imprimieran páginas en negro sobre el alma de Don Bosco.
Pero Don Bosco jamás se rendía. Antes de marchar dijo en voz baja al dueño de la fábrica: “Voy a insistir hasta conseguir la autorización. La imprenta es un medio de comunicación ‘casi divino’. Dios mismo se ha servido de los libros de la Biblia para comunicar su salvación a la humanidad”.
Renació la esperanza en mí. Deseé con todas mis fuerzas instalarme junto a aquel hombre que tenía a las imprentas en tan alta estima.
Y el milagro se produjo. Días después entraba Don Bosco con una autorización en la mano: el gobierno le concedía el ansiado permiso.
El resto de mi historia ya lo sabéis. Trabajé a destajo junto a los jóvenes del Oratorio. Les enseñé a multiplicar ideas de bondad sobre el papel. Imprimí cientos de libros que Don Bosco distribuía. Mis obras frecuentaban la casa de los nobles, los despachos de los políticos, las mesas humildes de obreros y campesinos. ¡Larga vida al papel impreso!
Tras varios años de intenso trabajo, Don Bosco me sustituyó por una imprenta nueva. A mí me colocó en un rincón del taller para que iniciara en los secretos de la impresión a los nuevos aprendices que llegaban. Imprimí muchas páginas de dignidad sobre la vida de aquellos muchachos pobres. Fui feliz.
Nota. Octubre 1861. Don Bosco inicia los trámites para abrir un Taller de Imprenta en el Oratorio. El gobierno pone trabas y objeciones. Por fin le es concedido el permiso. Prontamente el humilde Taller de Imprenta se convertirá en una editorial. (MBe VII, 61-62).
Fuente: Boletín Salesiano
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