Quedan en nuestra retina las impresionantes imágenes del multitudinario encuentro del Papa con los jóvenes en Lisboa. Millón y medio de jóvenes peregrinos, de prácticamente todos los países del mundo, llenaron las calles de la capital portuguesa la primera semana del mes de agosto convocados por Francisco para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
Siempre me ha sorprendido la respuesta de los jóvenes a la convocatoria de los Papas, desde san Juan Pablo II, para participar en las JMJ. Jóvenes que, durante una semana, acuden a catequesis, celebran la eucaristía, participan en conciertos, exposiciones, charlas, se divierten junto a otros jóvenes creyentes y comparten la fe. Jóvenes que acuden a los momentos centrales de estos días: la bienvenida al Papa, el Viacrucis, la Vigilia y la Misa del envío.
Jóvenes que cantan, bailan, rezan, hacen silencio y escuchan, muchas veces emocionados –lo hemos visto estos días en Lisboa–, al Papa que los ha convocado. Sería bueno releer los discursos del Papa en estos días. Es verdad que dejaba de lado lo que tenía escrito y hablaba espontáneamente al corazón de los jóvenes, y les ha repetido unas cuantas ideas: que la Iglesia es la casa de todos y todos tienen un lugar en ella; que lo importante es escuchar a Jesús, abrir el corazón a Dios, acogerlo y ser su testigo; que hay que defender la vida en todas sus etapas y especialmente a los descartados por la sociedad; que hay que tomarse la vida en serio, entrenarse día a día, caminar cuidando las propias raíces, servir a los otros más necesitados y empeñarse en hacer un mundo más justo, más fraterno.
Pastoral de procesos
Llama la atención la dificultad de muchos, incluso dentro de la Iglesia, y no digamos ya en los medios de comunicación, para comprender la profundidad y validez de estas experiencias. Si fueran mil jóvenes que van a un concierto, o participan en una rave ilegal, serían noticia, se hablaría de ellos en las tertulias. Entraría dentro de lo que se espera de los jóvenes. Pero que millón y medio de chavales de 151 países se movilicen para escuchar a un Papa de 86 años, que se traslada en silla de ruedas, y que les habla para que se tomen en serio sus vidas y se comprometan, escapa de los marcos mentales de muchos.
Y es que esos jóvenes, pienso por ejemplo en los 9.000 que han participado del Movimiento Juvenil Salesiano, no son una masa anónima. Se conoce a cada uno por su nombre, por su historia personal, por el momento en que se encuentra en su camino de fe. Cada grupo va con su animador, sacerdote, religiosa, catequista. Estos encuentros se preparan antes, volverán a retomarse lo vivido en ellos después y se incluyen en un proceso de acompañamiento. Son experiencias importantes y significativas en la vida de los jóvenes, en su forma de vivir y expresar la fe.
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