Ayer antes de dormir releía estas palabras que Mamá Margarita le dijo a Juan Bosco: “El párroco vino a decirme que quieres entrar en un convento. Escúchame bien. Quiero que lo pienses con mucha calma. Cuando hayas decidido, sigue tu camino sin mirar a nadie a la cara. Lo más importante es que hagas la voluntad del Señor. El párroco querría que yo te hiciese cambiar de idea, porque en el futuro podría tener necesidad de ti. Pero yo te digo: En estas cosas tu madre no cuenta nada. Dios está antes que todo. De ti yo no quiero nada, no espero nada. Nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo quiero decir en seguida: si te hicieras sacerdote y por desgracia llegaras a ser rico, no pondré mis pies en tu casa. Recuérdalo bien».
Estoy convencida de que Don Bosco nunca olvidó estas palabras, es más, sería su madre quien acudiría en su ayuda cuando él la necesitó. Me sobrecoge la generosidad de Mamá Margarita, lo claro que tenía que Dios estaba antes que todo. Y me da miedo muchas veces dirigir demasiado la vida a mis hijos, sin dejarles espacio suficiente de reflexión, sin permitir que se equivoquen, protegiendo demasiado… Sin fiarme del todo de Él, ¨que hace salir el sol sobre justos e injustos”. Admiro profundamente su fe.
Imagino cuando se despidió de él porque la situación en casa era insostenible y ella sabía que Juan quería estudiar. ¡Qué difícil ese momento! Sigue tu camino… separarse de él tan jovencito. ¿Pero no fue eso lo que forjó al santo de los jóvenes? ¿No fue la confianza en la providencia lo que sostuvo toda su obra?
Hoy solo me atrevería a pedir poder ser un trocito del delantal de Mamá Margarita para servir con alegría “aquellas gachas” y limpiarme las lágrimas cuando se vayan, sin que me vean.
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