Carta desde El Retiro a Fernando Ruiz y a Julián Sevilla, médicos sin fronteras.
Queridos Fer y Julen, Julen y Fer:
Espero que al recibo de esta os encontréis bien; yo, bien, gracias a Dios.
Desde hace tiempo, me zarandea el bronco sabor de la existencia.
Es Navidad. Emmanuel: Dios con nosotros.
Nuestros corazones se abrasan en los deseos. Siempre.
Emmanuel prende fuego en mi corazón ‘partío’. Soy católico desde 1941.
Salgo de casa en busca de las ‘luces’ de Navidad.
No acepto razones para la inercia triste de la nostalgia y me entrego a las caricias del estanque de El Retiro.
Bajo la pandemia del COVID-19, es tan corto el amor y es tan largo el olvido. Aunque no todo está perdido, porque es el alma la que habla, solo el alma. Vosotros, que de tanto tocarla, seguro que la habéis visto.
Camino por el Paseo de México iluminado; por allí escucho el ruido estridente de mi corazón. Vienen conmigo Julián Sevilla y Carmen Navarro; Titina Balaguer y Marisol; Julio Cámara y Emi Clemente; Luis Leceta y Trini García; Antonio Rebollo y Javier; Vicente del Pozo; Manuel Román; Antonio Sánchez; Mariano Remartínez; José Luis Martín. Escucho el ruido estridente de mi corazón.
Enfilo el camino que me lleva al Paseo de Coches.
Ya en él, salta la oscuridad precipitada.
La verdad no sé a dónde vamos ni de dónde venimos. O sea.
Miro hacia arriba.
Me sumerjo en la sabiduría del firmamento.
Cielo raso.
Noche fría.
Por aquí paseaba de la mano de mi abuela Mamá Nona. Íbamos a la Fuente de la Tripona para beber agua. Era 1945.
Vuelvo al firmamento.
Cuántas estrellas lanzadas como canicas al fin de la Vía Láctea.
¿Cien mil años luz para llegar a la galaxia vecina, La Gran Nube de Magallanes?
No, no, ciento cincuenta mil. Hay que puntualizar.
Las serpientes del olvido quieren clavar sus mandíbulas anchas sobre mi pensamiento. En vano. Me entrego a las caricias del estanque diminuto del Palacio de Cristal: mi madre Nieves, mi padre Román, mis hermanos Alejandro y Román, y mis otros cuatro vividos y abortados.
Derramamos lágrimas de fuego por los hermanos en el cauce de Sor Juana Inés de la Cruz: “Y cuando esquives el ardiente beso, más querrá besarte”.
Vuelvo al sabor del firmamento.
No hay verdad que no entre en algún momento por los ojos.
En este tiempo de reencuentros, regalos y nostalgias, se da una concentración única de vida y realidad. Los solos, sin duda, están más solos, y muchos de los acompañados desearían posiblemente estar solos o acompañados en lo íntimo de otra manera.
Tengo que domar las palabras.
Tengo que domar el amor.
Tengo que domar el olvido.
Los ojos infinitos de la noche ven los amigos compartidos hasta el final: Gustavo, el corazonazo; Bris, el universal; Fer, el compatible; Nacho, el amigo; Juliancho, el complementario; Burgos, el imprescindible; Sam, el único; Paquico, otro corazonazo; Agui, el irrepetible; Isi, el magnánimo; Luisfran, el líder; Joseli, el auténtico; Orea, el audaz; Nardo, el decidido; Zofío; el fiel.
Mientras avanza la noche, avanzo hacia la estatua del Ángel Caído. Me hago pegamento. Pego un sueño con otro. Lejos de mi celda de trabajo, mantengo fuego en mi pensamiento.
Recorro la senda de los amores italianos: Dante y Beatriz; Petrarca y Laura; Orlando y Angélica; Cecco y Fabiana. Esos amores sin un solo beso, que caminan alrededor de su propia tumba, pues desde el nacimiento no hacemos otra cosa que dar vueltas al cerco de nuestra tierra.
Alcanzo la Fuente de la Alcachofa. Me acerco después a La Tripona. Desde allí contemplo en silencio el estanque, rodeado de 37 cerezos en colores rosas y blancos, que dan la impresión de que un millón de luciérnagas revolotean sobre Alfonso XII.
Las bombillas Led abren grietas a su manera, donde germinan nuevos proyectos, quizá otros ideales. Las nuevas crisis generan otras, pero por el camino inventaremos otras formas de estar en las cosas, en las instituciones, en las iglesias; de tenerlas, de cuestionarlas, de gestionarlas.
Yo, antes de que el mundo se ajuste -no lo veré-, tengo por horizonte una tapia blanca en la que seguir escribiendo, y en la que anotar nombres no tan nuevos, pero traspapelados. Dicho.
Lo único que sé, con una seguridad instintiva, es que durante algunos años tendremos que soportar grandes rebajas en casi todo. Me refiero a la calidad humana, democrática, social, pero no importa.
A esta edad media -¿qué son 80 años? tan asequibles hoy por otro lado-, Fer y Julen, sé muy bien de parte de quién estoy. Entendido esto, se puede avanzar mucho y de qué manera. Y comprendes la estulticia de algunos sujetos que llegué a creer algún día amigos totales –amici per la pelle-. También la grandeza de algunos amigos, que nunca llegaré a entender cuánto.
El millón de luciérnagas sigue revoloteando sobre Alfonso XII.
Mi mirada sobre el estanque es la de quien se pone un par de guantes antes de tocar. Reacciono como alguien que se despierta de la anestesia con preguntas disparatadas. Oye, Fernando, ¿en este tiempo la vida se puede llenar de otro modo? ¿Crees que quedará una interesante geografía arrasada, una interesante historia arrasada?
Julen Sevilla, ¿en todo lo cerrado, abandonado o despreciado, aprovechando la espantosa corriente del virus, volverán abrirse venas donde salten otros proyectos? ¿O también será el turno de nuevas basuras? ¿Los ruines estarán de suerte? ¿O todo quedará probablemente ahí y tampoco sucederá nada?
Fer y Julen, el mejor vascular del Hospital La Princesa y el mejor hematólogo del Hospital Niño Jesús. De vivir los dos en el Renacimiento de la Complutense verdadera, la de Alcalá de Henares, seguro que seríais cada uno en lo vuestro El Tostado de la plenitud, de la luz que arde en la Universitas. Por tanto ya dado y tanta vida arremetida. Pero la modesta potencia de las bombillas Led también ilumina nuestra medicina y la endogamia gusanera de la ciencia.
Os habéis convertido en vigilantes.
En vigilantes de la vida.
Yo busco al absoluto.
Yo busco al Emmanuel: Dios con nosotros.
Julen y Fer.
No se puede juzgar a los volcanes ni condenar a las tormentas.
Vosotros, humanistas irreprochables.
Y, por tanto, profundos irreprochables.
Que habéis encontrado en la vida vuestra única forma de existencia.
Vosotros, que unida la generosidad al IVA de vuestra inteligencia genuina, disponéis del humanismo de Miguel Servet, a los que llega la circulación de la sangre porque existen corazones de verdadera carne que la pueden bombear.
Feliz Navidad, chicos.
Si el católico Servet tuvo su protestante Calvino, que lo llevó a la hoguera, vosotros, atrancados con las mollejas de la humanidad, podéis sufrir la vida. Eso es el puto sufrimiento universal.
Gracias a los dos. Qué gusto haberos conocido en mi camino.
La Navidad no es solo un gran laboratorio donde testar los rudimentos del deseo en la fuerza invasora de la publicidad. La Navidad es un grito de esperanza, es un modo de vivir la fe, solo a través de la caridad. Emmanuel: Dios con nosotros. Acontecimiento y presente, mejor que recuerdos.
No hay verdad que no entre en algún momento por los ojos.
Enfilo, pues, el Paseo de México, que recuerda a los Campos Elíseos de París, donde 48 árboles se visten con siete cordones de luces Led de color rojo, que dan formas de copas.
Termino.
Chicos, me olvidaba de una cosa.
Las luces Led ejercen su magia adelantándose a lo que queremos antes de que las palabras salgan de la boca. “La luz”. Cuánto nos gusta hablar de “la luz”. Y con razón.
¡Pero olvidamos una cosa! “La luz” no solo ilumina. Quema. Julen, salúdame a Sandra y a los chicos, Diego e Isabel. Fernando, salúdame a Val y a los chicos Pablo, Carlos y Sara.
0 comentarios