AGOSTO 1956
- Lobo pero menos
“Una madre basta para cien hijos
y cien hijos no bastan para una madre”.
Este antiguo dicho italiano muestra la justa proporción,
donde el trabajo del nacimiento recae
casi todo sobre la madre,
casi nada sobre el padre ni los hijos. No sé.
Tenía 14 años. De vacaciones en Madrid.
El asunto es el mal del crecimiento.
El seminario no lo cura, lo agrava.
Mi padre me lleva al médico.
La Clínica de la Concepción es la mejor,
él trabajaba allí.
Es su resistencia contra la mía.
No quiere que vuelva a Arévalo.
Mi padre era un lobo, pero menos,
sólo quería irse lejos de Ocaña,
desde antes de cumplir los dieciséis años,
un día antes mejor todavía.
Fue allí al colegio de los dominicos,
a malapena,
durante la República,
por eso papá daba tanta importancia
a la educación y al trabajo manual
–me colocó de tendero en ratos libres desde los 10 años–
para que yo no acabe en las calles,
para que no me resigne a vivir en internados,
y menos de curas.
– ¿Qué enfermedades tuvo el chico? –avanza el médico.
– Algo de tisis, sarampión.
– ¿Tosferina?
– No, tosferina no.
– Pasó dos años con su abuela en Huesca.
– De los cinco a los siete años.
– ¿Y bien por allí, no? En los pueblos… mejor.
– Sí, muy bien.
– ¿Y por aquí, por el seminario?
– Hambre, mucha hambre.
– No quiero que vuelva.
Solo el lobo se suele mover sin parar
o por nostalgia o por gimnasia en lo doméstico
y observa largos ratos los puntos de lejanía,
aunque para él no hay ninguna lejanía.
- Chorizo cular
– Le recetamos este reconstituyente –dice el doctor.
– En cápsulas. Tres al día. Ya sabe: desayuno, comida y cena.
– Ya que estamos aquí… –le digo.
– Le duelen los oídos al chico con frecuencia.
– A ver… –y me ausculta así, por encima.
Espero la llegada de un buen diagnóstico.
De un profesional, me digo, y no de los curanderos de pueblo.
Un salvador, un experto:
– Señor Román, nada grave… un poco de cera.
– El chico será sordo de viejo.
Tengo 82 años y oídos de hipopótamo,
y memoria de elefante.
– Pacorro, salte un momento, porfa.
– Quiero hablar a solas con tu padre… –añade el médico.
– Quédate cerca que acabamos pronto.
Bajo la testuz. Salgo y me sitúo detrás de la puerta.
Entreabierta.
Estoy habituado a moverme por la vida
con golpe cimarrón,
mientras la mayoría del aforo, mantea a los demás con la lengua por detrás.
Oigo toda la conversación.
– ¿Cuántos hijos tienes?
– Dos vivitos y coleando y Alejandro que nació muerto.
– ¿Abortos?
– Alejandro que nació antes que Paco.
– Dos entre Paco y Román.
– Uno después de Román.
– Cuatro abortos.
– Cuide de su mujer, señor Román.
– Son de su mujer los nacimientos y los abortos.
– Son de ella los embarazos y las pérdidas.
– Son de su mujer sus hijos, también de usted, pero… son de ella.
– Que joya deber ser su mujer.
– Pacoo, entraa, entraa…
– Seguro que esos reconstituyentes te irán bien, chaval.
– Señor Román… y chorizo cular de Salamanca.
Hasta antes de morir me mandaba
cada dos o tres meses chorizo cular
de Salamanca,
demasiado para una obviedad.
- De María, la Virgen
Mi madre –maestra nacional– nos explicaba
a mi hermano Román y a mí,
las escrituras santas, sobre todo, las escenas navideñas.
“Producen asombro a la hora de repetirse los papeles cada quien”, decía.
Cerramos la ventana de la cocina.
Allí “acontecen” sus explicaciones.
Jesús, el hijo, brilla más si cabe por la presencia de una estrella.
– La estrella de los Reyes, ¿no? –añade mi hermano.
José, “el padre”, tiene que tomar decisiones difíciles, movido en sueños
por sólidas voces de ángeles.
María, la madre, en cambio, es un cuerpo que la naturaleza pone
a disposición de Dios, de la providencia de Dios,
porque ella le dijo sí cuando se lo propuso.
– Y la Virgen queda encinta porque Dios así lo quiere.
– Y la Virgen acoge en su cuerpo la carne de Jesús, mientras su sangre
late envolviendo una placenta de…
– Mami, ¿qué es eso de la placenta…?
– Pues una especie de forro del embrión –germen de niño–, por donde respira
y se nutre, mientras está en la tripa de mamá.
– ¿Así pues, el nacimiento de Jesús es de María? –dice Román.
– De, de… preposición propia “posesiva”; parte invariable –añado.
– Es un posesivo que corresponde a las madres y a nadie más.
Mi madre nos tiene en vilo. Prosigue:
– El hijo es suyo. Lo hace
– De ella recibe el alimento, la formación de los miembros.
– ¿Los pies y las manos?
– Todos los miembros y la misma salud.
– Resulta que el emperador romano quiso saber cuántos súbditos tenía y los mandó empadronarse en su ciudad natal.
– Y José y María en cinta acudieron a Belén…, de donde eran naturales.
– Mientras José llamaba a las puertas de las posadas, María aguardaba fuera y rompía aguas, junto al asno.
– Encontraron acomodo en un establo y dio a luz en un lecho de paja.
– Claro sin comadrona ni mujer que la ayude se abre su seno durante la noche.
– Y da a luz.
– María está sola con aquel mamoncillo de Mesías al que tiene que limpiar la sangre y las cacas.
– Al que estrecha contra su pecho una y otra vez.
– Así conoce los buenos presagios.
– Es de María la vida nueva parida.
– Es suya la paciencia de cómo hacerlo.
– Solo después será de todo el mundo.
Y llegará a ser un día de fiesta
en el calendario –concluye mamá.
- De nieves, mi madre
A mi padre lo asustan hasta los buenos deseos.
La tercera semana de agosto cierra la casa y se va a respirar aire puro
a Ocaña o a Santa Cruz de la Zarza con mi madre y mi hermano.
Madrid se eleva tanto con muros y balcones, que no hay cielo.
En La Mancha todo es cielo.
Pero este año estoy yo… y…
– No habrá salida a los pueblos –dice.
Recuperaremos la playa de Madrid y la Casa de Campo.
Además todo Lavapiés, Inclusa, La Latina, barrios sanos, se quedan para las verbenas.
San Cayetano, San Lorenzo, La Paloma.
Había llegado la hora de irse y no dijo más, se puso de pie, enjuaga
su taza en la pila. Es la primera vez que lo hace, le salpica agua, se seca, y me sonríe.
– Chicos, ayer fue la Virgen de las Nieves.
– Es verdad, mami –observa Romanín.
– Ya sabéis que a vuestro padre le gustan más los cumpleaños…
– …que los santos.
– …que los santos –repetimos todos.
Mamá nos mira directamente a la cara.
– ¿Qué os parece si tomamos el tranvía para Atocha? ¿Y luego el de Atocha a Puerta del Sol?
– Bien, mami y ¿nos compras una milhoja?
Y nos compró una “Reina” a cada uno y un zumito.
Parece un Jueves Santo.
Burla burlando mamá nos ha traído a las Carboneras.
Sólo suenan nuestros zapatos al pisar el suelo.
Sin el movimiento de la ciudad, me mareo un poco.
– De rodillas, hijos. Dios está aquí.
– Jesús, en ese pan del sagrario brilla más si cabe por la presencia
…de la lamparilla.
– ¿La lamparilla también es de los Reyes?
– La lamparilla es nuestra, es de todos.
– Cuando seáis mayores y tengáis hijos, traedlos aquí.
– Aquí está Dios presente.
He vuelto a las Carboneras. Vuelvo a las Carboneras siempre que puedo. Por ver si está mi madre. En vano. Sólo suenan mis zapatos al pisar el suelo.
– En la custodia sigue Dios presente.
Al día siguiente, 16 de agosto, salimos los cuatro para Arévalo.
Mi padre, mi madre, mi hermano y yo.
Se nos va de las manos la despedida,
mi padre no quiere seminarios,
mi madre pasa caricias de espíritus por la nuca.
Abrazo a mi hermano Román.
Nuestros cuerpos aliados forman nudos.
Así pues mi nacimiento y crecimiento
en el seminario lo hace mi madre Nieves,
es suya la paciencia de ir adelante.
“Una madre basta para cien hijos
y cien hijos no bastan para una madre”.
Este antiguo dicho italiano muestra la justa proporción,
donde el trabajo del nacimiento recae
casi todo sobre la madre,
casi nada sobre el padre ni los hijos. No sé.
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