La sonrisa del tiburón

17 febrero 2023

No hace muchos días, escuché que, en una reunión de empresarios en Barcelona, el responsable para Europa de una de estas empresas transnacionales tenía como objetivo apropiarse del cuarenta por ciento del comercio europeo en los próximos años.
En efecto, los planes de expansión de estas empresas que te venden de todo a buen precio y en plazos cortos son muy ambiciosos.

Estas empresas tienen una fuerte base tecnológica, tanto para la gestión y distribución de pedidos, como de almacenes, flujo de mercancías, gestión del personal, etc. La expansión descomunal de estas organizaciones da más bien motivos de preocupación, si se conoce un poco el modus operandi de tales organizaciones: Ingeniería fiscal. Estas empresas, por medio de complicados mecanismos fiscales y procedimientos legales, tributan en paraísos fiscales, y pagan muy pocos impuestos en los países donde actúan.

Precariedad laboral. Por no decir explotación. Estas empresas suelen acudir a triquiñuelas legales; camuflaje de los trabajadores en falsos autónomos, horarios abusivos, y un abanico de variadas fórmulas para burlar la legislación vigente.
Práctica de la competencia abusiva. Es decir, aplicar precios ruinosos, para desbancar a las competidoras, y quedarse con todo el mercado. Esto se ha constatado recientemente con la implantación de “Uber” y “Cabify” en algunas ciudades españolas.

Esto se aplica tanto a la distribución, como al transporte, a la restauración, a la producción y distribución de alimentos, al agua, medicamentos, energía, vivienda, es decir, todos aquellos sectores indispensables que todos necesitamos para sobrevivir. De este modo, obtienen ganancias ilimitadas, seguras e indefinidas, pues eliminada la competencia, habrán consolidado sus posiciones y descartado el riesgo de ser removidos de su puesto preferente. Estas empresas no se contentan con limitarse a una actividad comercial. Una vez consolidado un sector, abordan el siguiente. Por ejemplo: Amazon ya está ofreciendo seguros sanitarios.

Si estos objetivos se cumplen, dentro de poco tiempo, los medicamentos, la ropa, los seguros médicos, la energía, los alimentos, el transporte, la vivienda, serán suministrados por pocas empresas gigantes a los que importarán muy poco las legislaciones laborales de los diferentes países, pues encontrarán argucias para burlarlas, y no habrá más ley que lo que a ellos les convenga.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Pues es muy sencillo: eliminando todas las barreras que impedían a los tiburones darse el atracón. En Estados Unidos se desmontaron las leyes  que desde los años 30 estabilizaron la economía mundial. En nombre de la libertad de mercado, se ha destrozado la libre competencia y se ha privilegiado la supervivencia de los más fuertes.

El futuro que se perfila es lo más parecido a la dictadura, pues los derechos de los ciudadanos no resultan rentables para estas transnacionales. Valga como ejemplo el derecho a la vivienda, reconocido por el artículo 47 de la Constitución española, y que jamás ha sido respetado, pues la vivienda se ha convertido en un valor de mercado, con lo cual resulta casi imposible comprar una vivienda sin entramparse de por vida con bancos o fondos de inversión, a los que los artículos de la constitución les traen sin cuidado. El final del proceso es que solo tienen derechos quienes pueden pagarlos.
Así, paulatinamente, volvemos a situaciones de precariedad laboral, que creíamos haber desterrado para siempre; oligopolios que imponen sus precios a productores, por un lado, y a consumidores por otro, y que resultan mucho más tiránicos que los monopolios tradicionales.

La única alternativa es una ciudadanía crítica para descubrir las trampas, y responsable, para comprometerse con el cambio. Y comprar al amigo de tu zona.
Potenciar las pequeñas empresas productoras y distribuidoras; apostar por el comercio de proximidad, negarse a colaborar con los gigantes que tienden a devorar todo lo que les rodea, son vías para plantar cara a los nuevos gigantes. Y especialmente, no ponerse de su lado y defenderlos.

Hemos de reivindicar el viejo principio de la doctrina social de la Iglesia, según el cual, el estado debe intervenir en la vida económica, para evitar que ésta se convierta en la ley del más fuerte.

Es la única forma de hacer que tu vecino sea feliz, amando a tu zona. Y hacer que se hiele la sonrisa del tiburón.

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