Cuando mis hijos eran pequeños caían agotados después del cuento, la oración y el beso de buenas noches. Mi marido y yo aprovechábamos los últimos momentos del día para hablar de ellos, de cómo los veíamos, de los progresos que iban haciendo. Hoy ya son más mayores, pero siguen ocupando mucho espacio en nuestras conversaciones: ¿En qué trabajarán? ¿Cómo les irá en la vida? ¿Qué clase de personas serán? ¿Conseguirán ser felices?
A las puertas del 31 de enero, imagino cómo serían esos diálogos entre Don Bosco y Mamá Margarita en las noches del oratorio, cansados de las faenas del día. Ella remendando calcetines a la luz de una vela, él haciendo cuentas que nunca cuadraban.
—Domingo ha vuelto a darle el pan a uno de los más pequeños. Este muchacho se alimenta del aire.
—Hablaré con él para que coma, debe cuidarse también, pero solo el Señor sabrá si me hace caso.
—Hay que pagar al panadero, hijo. Ya no me fía más.
—Lo sé, madre, Dios proveerá, siempre lo hace.
Otra vez mirarán el crucifijo y callarán. Un silencio que es oración.
Al amanecer Mamá Margarita continuará tejiendo la vida de los muchachos con más amor que bienes materiales, pensando cómo alimentarlos y vestirlos, igual que hizo tantas veces con sus propios hijos. Don Bosco seguirá dejándose la piel para sacarlos adelante: “pan, trabajo y paraíso”.
¿De qué hablarían hoy Don Bosco y su madre? Quizás Mamá Margarita curaría las heridas descubiertas en los brazos de una joven devorada por la ansiedad; o acompañaría con amor de madre a un muchacho triste que dice que ya no tiene ganas de vivir. Don Bosco aliviaría con su escucha y su palabra al oído la historia de los MENA que se acercaran al oratorio en busca de paz y esperanza. Sabría reconocer y acompañar también a los “Domingo Savio”, “Magone” o “Besucco” que van llegando a nuestras casas y son luz para sus compañeros.
Los muchachos de Turín levantaron casas en el corazón de Don Bosco pues los consideró hijos, y los hijos echan raíces profundas en sus padres, no se pueden cercenar nunca. Seguimos necesitando la audacia, el valor y la fe del santo de los jóvenes, para que los chicos y chicas de hoy -con sus anhelos y luchas- sigan encontrando espacio en nuestro corazón salesiano y allí echen raíces para que nunca se sientan perdidos. Donde hay un corazón salesiano hay una casa donde siempre se puede volver.
Os dejo la canción que me inspiró este post: Escucha «Levantarán casas en mi corazón»
0 comentarios