A menudo intento recordar a mis alumnos la necesidad de ponernos en el lugar de nuestro prójimo. Empatía.
Como trabajo con peques, cada vez que sale la palabrita, por ejemplo, en los ‘buenos días’, me toca reiterar el significado de ésta. Y cuando digo la frase “ponernos en el lugar de los demás”, no me resisto a hacer la broma de proponer al más cercano que se levante de su sitio para sentarme yo en su silla. Adoro cuando les pregunto: “¿Es esto la empatía?”. Después de tantas veces, ellos ya responden: “No. Hay que pensar lo que el otro está pensando y sentir lo que siente”. Pero recuerdo la cara de susto que puso Sara la primera vez que le quité el sitio, jajaja. Nunca la olvidaré.
Sentirse más
Todo esto lo cuento porque, una de las cosas que he aprendido en mi trabajo es que, para poder ser empáticos, antes debemos sentirnos bien nosotros mismos. Esto es igual en adultos que en niños. En definitiva, si tú no te sientes bien, no tendrás la capacidad para detectar las necesidades de los más cercanos (o lejanos).
Lo mismo ocurre con el cariño, la felicidad o cualquier otro sentimiento que se pueda compartir. Para dar amor, antes debemos sentirnos queridos (“…es preciso lograr ser amados…”) y también querernos a nosotros mismos (el auténtico “amor propio”). Para contagiar alegría, es evidente que tenemos que estar alegres. ¿Cómo podría transmitir felicidad una persona triste? Entiendo que jamás podríamos ser portadores de ningún sentimiento, si no lo vivimos antes.
Pues bien, no nos queda otro remedio: ¡Llenémonos para desbordar! Sólo cuando estemos plenos de amor, podremos rebosarlo. De igual modo, al sentir alegría seremos capaces de hacer felices a los demás, cuando hallemos la paz, podremos compartirla con nuestros hermanos, etc. Exactamente igual que un vaso de agua, necesitamos llenarnos de sentimientos positivos para poder volcarlos en los otros. Y esto te hace sentir tan bien como cuando tienes sed y la aplacas con ese vaso de agua.
¡Ah! Si “entras en reserva”, no dejes de pedir ayuda a quienes te quieren. Así, además de llenarte, podrás darlo a los demás después. Y cuidado con llenarte de problemas y malos rollos. No dejes de “vaciarte” de vez en cuando, pues recuerda que nos interesa desbordarnos de todo eso.
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