Amigo Javier, cada vez estoy más convencido de que sólo hay un tema realmente interesante: Dios; Dios, el temazo. Todo lo demás, maíz inflado, casquerías pardas, clanes cavernarios, arrabales cutres. La pena es que se nos va la vida en los arrabales sin entrar en “la ciudad”. ¡Tiene bemoles la cosa! ¡Y cuántos viven y mueren enzarzados en miles de tonterías, sin que les sirvan de prólogo a la entrada en “la ciudad”.
Sin embargo, Dios espera, Dios ama, Dios vive con todo el misterioso fuego de su increíble pasión por el hombre. Y nosotros ¡hala! A jugar con las ramas podadas del árbol de la vida.
¿Cómo hincarle el diente a Dios?
¿Cómo acercarnos a su misterioso fuego?
¿Prosperar en la vida significa consagrarse a las “cosas” que nos lo ocultan? ¿La renuncia a vivirlo pertenece a una herencia de comodidad más que a un espíritu de salvación?
¿Dios, en sí mismo, es una manera de adecuar los sueños a la realidad?
¿Dios es un irracionalismo que se instala entre nosotros y alrededor del que se prenden hogueras de deseos, se inventan paraísos, se reparten favores y hasta milagros que no se tienen?
Dios es un buen conductor de la electricidad del entusiasmo, y de ahí el desencanto. El milagro de Dios desembruja el mal, la enfermedad, el fracaso, la muerte. Estos años la ventura divina también es esquivar el virus, porque en salud la fortuna cuenta.
El santuario de esta religión, al menos en Madrid, es el Cristo de Medinaceli, en la calle del Cristo. Las colas de devotos crecen y se multiplican, sobre todo, los primeros viernes de mes y los viernes de cuaresma y alrededor hay un ambiente de referéndum que llega hasta el mismísimo día de Viernes Santo.
Jean D´Ormesson escribió un libro con este título detonante: Dios, su vida, su obra. Por supuesto que no es la biografía de Dios. No puede serlo. Es un libro exaltante y barroco, donde se cuentan fantasías bellísimas, anteriores a la creación del mundo por Dios. Es un fárrago esteticista de gran valor literario. Pero de Dios, nada de nada.
Pensé que con mis cinco años de Estudios Teológicos en Salamanca y Roma iba a coger al vuelo algunas de sus confidencias, pero no me he acercado a su secreto. Permanecí en la superficie, esperando que alguna noticia suya viniera a mi encuentro. Era entonces demasiado joven para forzarla y mi impotencia me ponía de mal humor. Después no ha habido nadie con quien hablar de él sin traicionarme. Ni siquiera Luis Chiandotto, Antonio Javierre, Ricardo García Villoslada, Miguel Rodríguez…
Hubo un poeta inglés, anglicano, convertido al catolicismo en la onda del movimiento de Oxford, jesuita después, personaje de extraña sensibilidad, dibujante finísimo, muerto a los cuarenta y cuatro años y cuya vida y obra fueron una constante “lucha con Dios”. Se llamó –y se llama– poeta excepcional, eterno –Gerard Manley Hopkins–, “una guerra de mis labios/batallando con Dios son ahora mis preces”, escribiste.
– Amigo Gerard, me gusta pensar que existe una corriente circular entre mi infancia y mi relación actual con Dios.
– Es decir…
– Es decir: “Dios te ve”, me decía mi madre con frecuencia. “Que no te tengas que avergonzar de hacer algo malo, porque nadie te ve”. “Dios, hijo, está en todas partes”.
– Supongo, Paco, que la pobre fe del carbonero también habrá desaparecido de tu vida, consumida por el aburrimiento y habrás retornado al asombro del niño que nunca pregunta por el prodigio de la vida propia, consecuencia de esa primera causa: Dios.
– Gerard, disfruto ya de 80 años, patrullando paisajes y personas, rotundos y redondos, convencido de que son la prueba de que Dios existe.
– “Por verte, Dios, cara a cara, espero la eclosión de la mañana entera”, dije tantas veces.
– Lo ves, el silencio de Dios te atormentaba dulcemente.
– Vivía y me acercaba a la muerte temblando, no de desconfianza o de desamor, no; sino de temblor santo de los enamorados de Dios, ese único, absoluto y maravilloso misterio.
– Dije: “Tú me dominas, oh Dios, dador del aliento y del pan”.
– “Del aliento y del pan”. Qué bien encajas las palabras. La esperanza está ensartada en tu corazón. Sabes mantener en alto el palo del ánimo.
Siento el hormigueo del desengaño en las manos.
– Ha vuelto, Gerard, la violencia de sospecharnos enemigos y vivir una fe cristiana ya no es un verbo seguro.
– Nunca lo fue, amigo Paco.
– Con qué facilidad hemos renunciado a creer en Dios, extirpando la primera causa de la vida y del amor.
La vida humana así es una herida que no cesa de sangrar.
Cuadrillas de políticos –quorum deus venter est / cuyo dios es el vientre.
Cuadrillas de políticos –quorum deus pecunia est / cuyo dios es el dinero.
Qué inmenso error confiar en la suerte de estas pirañas ante el banco de niebla segregado que nos envuelve y nos anega. La suerte ya no es nada hasta que abren la boca tales o cuales políticos y entonces los abrazamos como una ciencia exacta. ¡Habráse visto!
Desde los restos de mi latín custodiado de buena gana invoco: Domine, Domine, non sum dignus, no soy digno ni siquiera de llamarte domine, con la desinencia del caso en vocativo. Gerard Manley Hopkins remachaba con frecuencia: “Libérame de las sangres”, incluso se lo pedía David a Dios.
De esas sangres infectadas de desesperación, de ingravidez irracional, de idiotez supina, de pus moral inhumano.
– Amigo Gerard, nos quieren imponer aquelarres de desesperación, sin saber a donde vamos y de donde venimos, olvidados de esa ley misteriosa que todo lo gobierna, todo lo rige y tiene su causa primera en Dios. Chico, desorientados de cansancio y palabrería…
– ¡Ay, amigo Paco! ¡El no saber de la inocencia que decíamos! ¡Qué importante es esa corriente circular de la que ya hablamos! ¡Que una vida que da la espalda a esa causa primera de una vida sin amor, estéril y fatigada por zascandiles que disfrazan el dolor de estar vivos, tapándose ahora la boca con mascarillas grimosas y siempre empujando a realidades con contornos de bestias.
Amigo Javier:
Ya lo expresó con acierto Rubén Darío así: “Ser, y no saber nada, y sin ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por / lo que no conocemos y apenas sospechamos, / (…) y no saber a dónde vamos, / ni de donde venimos”.
Patéticos gallos descabezados.
Mientras tratamos en vano de sortear el espanto, atendemos milongas cientifistas cambiantes y picardeadas órdenes de políticos interesados que no saben nada, porque cegaron la primera causa que rige el universo.
– Amigo Gerard, antes que tú también hubo otro poeta, dibujante y grabador, inglés como tú, fascinado por el misterio de Dios.
– Sí, sí, un tanto tosco, visionario, intransigente, descuidado escritor y fascinante poeta. Se llamaba William Blake. Su esposa comentó en una ocasión: “Veo a mi esposo muy poco, siempre está en el paraíso”.
– Nada raro que afirmara: “La imaginación no es un estado: es la existencia humana misma”.
– Dicen, amigo Paco, que a los cuatro años se le apareció Dios Padre por la ventana de su dormitorio y que también asistió de niño, al entierro de un hada cuyo cadáver yacía sobre un pétalo de rosa.
– Blake sabía de Dios mucho más que la mayoría.
– Blake “supo” que “donde moran la Misericordia, el Amor y la Compasión/también mora Dios”. Lo llegó a describir como un auténtico genio de la poesía así: “Aquel que ama, siente el amor descender hacia sí y si tiene sabiduría lo puede percibir como Gran Poeta, quien es el Señor”. Estrafalario como era, escribió en uno de sus “cantos de inocencia” este poema: “El niño perdido en el pantano solitario / seguía la vagabunda luz. / Comenzó a llorar; pero Dios, siempre cercano, / se le apareció bajo forma de padre, vestido de blanco, / besó al pequeño y tomándole de la mano, / lo llevó a su madre…”.
Lo de Dios, la claridad de la vida.
Lo de Dios, el milagro de ser.
Lo de Dios, el templo donde la esperanza se fecunda y germina.
El apóstol Tomás, cayéndose del guindo al fin, ante el Señor Resucitado, exclamó: “Señor mío y Dios mío”, que también mi madre me enseñaba a repetir con frecuencia, sobre todo en la consagración de las misas. El santo rozó los dedos del cielo y de allí descolgó su calidad pastoral y hasta lírica. El mismo Jesús tuvo una muletilla: Padre, hablando de Dios. Y una vez lo comparó con la gallina que cobija a sus polluelos. Y el papa Juan Pablo I tuvo tiempo de decirnos antes de morir, que Dios era Padre y… Madre.
Por ahí va el misterio de Dios.
Posdata: Recordando con afecto al catedrático Don Miguel Rodríguez, maestro consumado del Tratado Teológico: “De Deo uno”, del que heredé en el Inst. Int. San Tarcisio de Roma, su habitación, donde la realidad adquiría contornos de buhardilla. En ella ultimé mis trabajos sobre Donoso Cortés y la cuestión social, Los Sueños de Quevedo, La Roma subterránea de Rossi y el Cantar de los Cantares de San Gregorio Magno.
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