Lo que falta en la ecuación

11 junio 2025

Ya tenemos nuevo Papa. En menos de un mes, hemos asistido al fallecimiento de Francisco, a sus funerales, al pre-cónclave, al cónclave y, finalmente, a la elección del nuevo Pontífice: León XIV. Han sido días intensos que han captado la atención de la opinión pública mundial. Más de 7.000 profesionales de medios de comunicación se acreditaron en Roma para cubrir un proceso que, pese a su raíz espiritual, ha sido tratado mayoritariamente desde claves políticas o sociológicas. Al leer o escuchar muchos análisis en los medios, uno comprueba que falta algo importante en la ecuación: la referencia a Dios, la fe.

¿Qué explica este interés global por un fenómeno marcadamente religioso? ¿Por qué el mundo, cada vez más secularizado, sigue mirando con tanta atención lo que sucede en el seno de la Iglesia Católica? Parte de la respuesta está, sin duda, en la figura de Francisco. Su pontificado dejó una huella profunda: su cercanía, su insistencia en poner a los últimos en el centro del discurso –los pobres, los migrantes, los descartados– lo convirtieron en un referente ético universal, más allá de su papel como obispo de Roma.

Pero hay algo más. Frente a la lectura superficial de bloques ideológicos –progresistas frente a conservadores, reformistas frente a tradicionalistas– la elección del Papa no puede comprenderse sin introducir un factor que los análisis suelen omitir: el acto de fe.

El Colegio Cardenalicio, tan diverso y global como lo configuró Francisco, no se comporta como un parlamento ni como un comité de poder. Los cardenales no votan como quien elige un CEO o un secretario general. Entran en cónclave tras días de escucha, diálogo, oración y discernimiento. Estudian la situación de la Iglesia, sus desafíos pastorales y estructurales. Comparten diagnósticos y vislumbran caminos. Pero, sobre todo, se sitúan ante Dios, y piden la luz del Espíritu Santo para acertar en la elección del hombre adecuado para guiar al Pueblo de Dios, pues creen que el Espíritu actúa también en medio de este proceso humano. Y eso cambia por completo la mirada.

Y quien es elegido, no lo es por ambición personal ni por estrategia de poder. Acepta el encargo en actitud de obediencia y servicio. Como Pedro, siente temor y fragilidad, así lo expresó el Papa en sus primeras intervenciones, pero da un paso adelante confiando en que Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama. El nuevo Papa, León XIV, no empieza una presidencia: empieza una misión.

Este dato, el de la fe, es el gran ausente en la mayoría de los análisis. Y sin él, sencillamente, no se entiende nada. Porque la Iglesia no es una ONG global ni una potencia diplomática, aunque movilice infinidad de iniciativas en esos ámbitos. Es, ante todo, una comunidad creyente que vive su historia desde una lógica espiritual.

Y sí: hay geopolítica, hay tensiones internas, hay desafíos institucionales. Pero hay, sobre todo, una dimensión sobrenatural que sostiene todo este proceso. Y es precisamente esa dimensión la que marca la diferencia.

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