La casualidad, la Vida, la Providencia… Algo ha hecho que durante el pasado verano mi familia se haya encontrado con otras familias de distintos lugares (Granada, Burgos, Madrid, Salamanca) con un punto en común; todas ellas han metido en sus vidas a algún chico o chica que hasta ese día no tenían un hogar.
Los formatos legales son muy dispares; adopción, acogimiento temporal, acogimiento permanente… “Vives en mi casa porque sí”… Familias a cuyas vidas han llegado esos chicos hace semanas o hace años o, incluso, de cuyas vidas del día a día ya han salido porque se han independizado, pero que siguen siendo parte de ellas. Y en todas, un punto en común: gente que, con una vida de fe más o menos intensa, se ha sentido llamada a abrir sus puertas y su intimidad a alguien, a iniciar un camino que entraña peligros y que para bien o mal cambia a todos para siempre.
Situaciones y dificultades
Por propia experiencia, el tiempo normaliza todas las situaciones, también estas “ampliaciones” de las familias. Y es, cuando llega el momento de la verdad, el momento donde resuena aquello de “ya podría yo dejarme quemar vivo que, si me falta el amor no soy más que un platillo que resuena…”, las dificultades llegan. Los roces con los otros hijos, las batallas inconscientes con alguno de los “padres”, las rebeldías, los huecos sin rellenar de la infancia que florecen… y entonces se pone a prueba el amor con el que se hacen las cosas y la consistencia de todo el sistema.
Sólo puedo decir que tengo la sensación de que en todos los casos con los que me he cruzado, las vidas de las familias y las vidas de los chicos o chicas son mejores que antes de que la providencia los uniera. Y resuena en mi cabeza un texto evangélico que este año salía cuando hacía ejercicios espirituales en Buenafuente del Sistal (que si no lo conocéis… ya estáis tardando): “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí”. Y me viene a la cabeza aquello de Don Bosco de que el Señor y la Virgen no se dejan ganar en generosidad y… con todo eso en mi cabeza me surgen dos cosas:
– Lo primero: un gracias a Dios por cruzarnos con familias que viven esta apertura a la Vida con generosidad.
– Y lo segundo: una invitación a todos los que como familia salesiana leáis esto a discernir si ésta puede ser nuestra vocación y si es así… ¡pues adelante! Que quien nos eligió no nos dejará.
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