Con las primeras lluvias de otoño supimos que habíamos enfermado de gravedad. El cuero de nuestras suelas se había desgarrado buscando jóvenes por plazas y mercados, visitando aprendices o descendiendo a las celdas de la cárcel… Por las redondas heridas de nuestras suelas se filtraba el agua y el barro de las calles de Turín. Don Bosco nos sustituyó provisionalmente por unas alpargatas de lona y cáñamo… y nos dejó en la quietud del cuarto trastero. Imaginamos que estaba próximo nuestro fin. Nos sumergimos en un sopor de nostalgia y dolor.
Varios días después Don Bosco nos tomó del suelo con compasión. Pensamos lo peor y nos dispusimos a abandonar este mundo con dignidad. Pero unos minutos después nos hallábamos sobre el banco de un taller de zapatero. Era la señal de que había remedio para nuestros maltrechos cuerpos. Las manos expertas del zapatero restañarían heridas y aliviarían el dolor de nuestros clavos, desmejorados por agudos ataques de óxido. Pero la alegría se tornó temor. Quien iba a intentar remediar nuestros males no era un experto zapatero, sino un chaval de trece años que nunca había remendado un zapato. Un escalofrío nos recorrió de la punta al tacón. La lezna, el martillo y la cuchilla podrían transformarse en crueles instrumentos de tortura. Y así fue…
Durante horas sufrimos la lucha del chaval inexperto con las tenazas para extraer los clavos. Cada extracción, una herida. Cuando le vimos con la cuchilla afilada entre sus manos, cerramos los ojos. Él chico sonreía entusiasmado por el privilegio de arreglar los zapatos de Don Bosco; nosotros temblábamos aterrorizados. Por fin logró clavetear las nuevas medias suelas. Como sobraba cuero por los lados, enmendó los errores a golpe de cuchilla. Remató la faena con los hierros para pulir cantos. Cuando nos embadurnó con betún negro y nos cepilló, comprendimos que había pasado lo peor y ensayamos una sonrisa de brillo. Regresamos a las calles de Turín.
Nunca entenderemos el abrazo y las felicitaciones que nuestro dueño prodigó al chaval por la “chapuza” perpetrada sobre nosotros. Aunque no nos extrañó: Don Bosco siempre tenía para los jóvenes una mirada de afecto cargada de futuro.
Nota.- Año 1853. Don Bosco inicia los Talleres de zapatería y sastrería en el Oratorio. Con ellos nace la Formación Profesional. Los zapateros se sitúan en un corredor de la casa Pinardi. Don Domingo Goffi será el primer maestro zapatero (MB 4, pg. 504).
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