El otro día hablaba con una madre que me decía que se estaba empezando a preocupar, que le mandaba hacer cosas a su hijo y ni caso. Yo le pregunté: Ponme un ejemplo. Y lo entendí. En casa, a veces nos sorprendemos diciendo cosas como: “¿Quieres irte a la ducha, por favor?” cuando en realidad lo que queremos decir es: “Venga. Tienes que irte a la ducha ahora mismo”. Y claro, luego nos frustramos porque nuestros hijos nos miran con cara de “Pues si me estás preguntando, yo elijo ¿no?”. Ahí está la clave: muchas veces no tenemos claro si estamos mandando “mandando” o pidiendo “pidiendo”, y nuestros hijos lo captan al vuelo.
Mandar, cuando toca, no es malo. Los niños, y no tan niños, necesitan límites; necesitan saber qué se espera de ellos y qué no es negociable. No se trata de ser autoritarios, sino de ser claros y ofrecer seguridad. Si decimos “Es hora de cenar” con firmeza y claridad, estamos mandando-mandando. Si decimos “Fulanito ¿Vienes a cenar?” cuando en realidad la cena está en la mesa y todos tienen que sentarse, estamos en un terreno confuso.
Pedir, mandar…
Lo mismo pasa al revés: a veces creemos que estamos pidiendo-pidiendo, pero en el fondo vamos con tono de orden. “¿Me puedes ayudar a recoger los platos, ya?” suena más a orden disfrazada que a verdadera petición. Y claro, nuestros hijos sienten la incoherencia: no saben si tienen derecho a decir que no o si es obligatorio, o… Ese baile entre mandar-pidiendo y pedir-mandando genera tensión, porque el mensaje no es claro.
Y ojo, que esto no pasa solo con los hijos. En la vida adulta también nos trae líos: en el trabajo, cuando disfrazamos una orden de pregunta amable o necesitamos algo y en lugar de pedirlo… Con amigos o familiares, cuando no nos atrevemos a ser claros y luego nos sentimos heridos porque “no hicieron lo que esperábamos” … e incluso con nuestra pareja…
Mandar-mandando
Mandar–Pidiendo
Pedir-pidiendo
Pedir-mandando
Y es que la clave está en distinguir.
Cuando mandamos, mandemos con cariño, pero sin disfrazarlo. Cuando necesitemos algo, pidamos de verdad, dejando abierta la libertad del otro. Si aprendemos a hacerlo en casa, nuestros hijos crecerán entendiendo la diferencia, y todos viviremos con menos frustraciones. Porque al final, educar también es eso: aprender y enseñar a hablar claro, con amor y coherencia.
0 comentarios