Héroe salesiano en la Real Academia de la Historia
Allá por 1947, un día de madrugada, mi abuela, Mama Nona y mi tío “Mosén Gregorio” nos fuimos a Barbastro en automóvil desde Carbas de Huesca. No recuerdo quien conducía. En pocos minutos dejamos atrás Casbas, Angües, Leguzano y la constancia rítmica de no sé cuántas huertas rectangulares.
Una vez en la ciudad episcopal ganó Mosén Gregorio la calle mayor solo. Y se perdió por ella.
Mi abuela y yo nos dirigimos a la catedral.
Conquistada la catedral, nos abría sus puertas de par en par. Me emociona. Iba su aliento artístico, cuando repasé al entrar por una de sus puertas abocinadas, de inspiración gótica, la larga fila de estatuas decapitadas y le di un codazo a mi abuela.
– Mama Nona, las estatuas, mira, mira, están sin cabeza.
– Son así, chico. Son tan viejas, que el tiempo se las comió.
– Fíjate bien, abuela. Parece como si un hacha las hubiera cortado.
– Un hacha, un hacha.
El recorrido por el templo se me hizo pesadísimo. En mi reloj mental sólo afloraba una urgencia: ¿Quién había descabezado las estatuas? Mientras un escalofrío incierto zarandeaba nuestra visita.
Rozo la pesadilla.
De vuelta a Casbas escucho las escarchas secretas de Barbastro.
El silencio es para mí un océano en calma.
– Abuela, ¿quién cortó la cabeza a las estatuas?
– ¡La guerra, hijo, la guerra!
Ya en el coche, Mamá Nona se inclina para besarme en la sien. Vi entonces algo que no había visto nunca. No sé, como una lágrima detenida en un rincón de uno de sus ojos. Me sentí fuera de lugar, rumbo a otro espacio.
– Nunca –dijo– nunca tuvieron que fusilar a aquellos chicos.
Atravesamos Angües y ya en Casbas.
– Un vaso de leche y a dormir, chico, que mañana hay que levantarse a las seis… que hay que ayudar a misa.
Amigo Javier, han pasado setenta años desde aquel viaje.
Hoy carezco de razones para engañar el corazón. Pienso que nadie sabe estar en el mundo, que vivimos en ciudades en ruinas, entre la extensa escombrera de los desaparecidos o asesinados. Los 29 jóvenes anarquistas fusilados entre los días 3 y 6 de enero de 1937 en Angües y los 51 jóvenes claretianos de Barbastro entre el 12 y 13 de agosto de 1936.
No fueron buenos tiempos los que pasé en Casbas de Huesca. Estuve sometido realmente a una ardua prueba de resistencia ante la adversidad y el desatino, como el resto de todos los niños de Huesca y de España. Compartí como propias sus congojas, como de acosados por no sé qué enemigos agazapados en la imaginación. Y su legado me lo traje a Madrid, desarrollándose primero en el Grupo Escolar Miguel de Unamuno, de la calle Alicante y después en Salesianos Atocha.
Mira, Javier, los chiquillos de posguerra fuimos cada vez más envenenados de silencios y con ellos en nuestras mochilas aparcábamos sin saberlo el futuro. Fue una tregua para nuestras propias fiebres, un reposo en falso que, en mi caso, estallaría tan sólo en mi primer año de estudiante en Roma (1968-9). Íbamos a optar, todos a nuestra manera, por hacernos cómplices invisibles o visibles con cualquier estado o clarividencia. Hubo que ecualizar nuestra existencia, única e irrepetible, para aceptar el sonido de un nombre y un estado de vida: la posguerra. Y después ya se vería.
En el estrago del paisaje de la “Hoya de Huesca” destaca entre la desolación de los mártires anarquistas de Angües y los mártires claretianos de Barbastro, el asesinato del salesiano José Calasanz Marqués. En la casa de la Abadía de Casbas –hoy desaparecida– los planos narrativos se superponen, se entrecruzan hasta formar un denso entramado de asesinatos contados por la primera generación protagonista de los hechos o de la narración de los hechos.
Las fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo verosímil y lo ficticio se hacían intercambiables. El hecho es que los vecinos de nuestra casa, en Casbas, los Mairal levantaban un altar callado para los salesianos asesinados en la guerra, en torno a la lumbre de la cocina en las noches de rosarios comunes. Sin tiempo para lo superfluo, los chicos de los Mairal, que alguno estudiaba en Salesianos Huesca y algún otro en Salesianos Gerona recordaban la muerte de un tal José Calasanz Marqués, aragonés como ellos, en medio de un silencio incalculable.
Así pues, cimentada en la brumosidad de mis cortos años la presencia y el martirio de Don José Calasanz comparece sin remedio en mi vida entre los fantasmas del Monasterio Cisterciense de la Virgen de Gloria, la parroquia de San Nicolás, los Viáticos en que moco monaguillo acompañaba a mi tío, Mosén Gregorio, la presencia de Doña Soledad –dama sensible y excelente–, las Misas de Angelis pautadas, sobre todo, por la voz de tenor del cabo de la guardia civil, los relatos ciertos de los maquis –esos chicos perseguidos– y perdidos por la Sierra de Guara. Y hay como una avenencia gustosa entre cierta expresividad realista y la concepción fantástica de las historias o de la reconstrucción mítica de las historias.
De hecho tardé en comprender que José Calasanz, el salesiano y San José de Calasanz eran dos personas distintas, por más que Jesús Mairal me lo apuntara constantemente. En todo caso cada Calasanz dispone de su particular recompensa, pero ambos acaban por completarse. La singularidad del nuestro, del salesiano, terminó siendo para mí maestro de seducción por su martirio. Tanto que cuando la Real Academia de la Historia, me invitó a escribir una voz de mártires salesianos, sin dudarlo, escribí la de Don José Calasanz, desplazando la de Don Enrique Saiz para otro diccionario. Decía Borges que la lengua es “un modo de sentir la realidad” ahí te dejo, Javier, con mi apunte sobre Don José y demás compañeros en la que con tan seductora maestría se comprendía la épica salesiana de la defensa de la fe en Jesucristo.
El Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia recoge entre sus egregios españoles a Don José Calasanz Marqués en estos términos:
Beato José Calasanz Marqués
Marqués, José Calasanz. Azanuy (Huesca), 23.XI.1872 – Valencia, 29.VII.1936. Beato, misionero y fundador de los salesianos (SDB) en Cuba, provincial de Perú y Bolivia, provincial de Barcelona, beato.
Nació en Azanuy, provincia de Huesca, diócesis de Barbastro (hoy de Lérida), y fue bautizado el mismo día en su parroquia. Nacía José en una familia pobre, donde tanto sus abuelos como sus padres eran labradores. Pronto perdió a su padre Benito, a los diez años, el 21 de agosto de 1882, y después a su madre Antonia a los once años, el 22 de agosto de 1883.
Fue su hermana Dolores, la mayor, que servía en casa de los señores Fontcuberta, en Barcelona, quien le ayudó a salir de Azanuy para llevarlo a Barcelona.
Los Fontcuberta, cooperadores salesianos, le pagaron sus estudios en el colegio de Salesianos-Sarriá, desde agosto de 1883 hasta el 7 de junio de 1884, que fue cuando ingresó como alumno interno en dicho centro.
Allí Calasanz conoció personalmente a san Juan Bosco, cuando, en su visita a Barcelona en abril-mayo de 1886, vivió en aquella casa. Tenía entonces trece años.
El 3 de mayo de 1886, cuando todos los alumnos de Salesianos-Sarriá se desplazaban a la finca Martí-Codolar, en Horta, con ocasión de la visita de san Juan Bosco, Calasanz se quedó al cuidado del centro, con sólo trece años y medio.
Calasanz se ganó la confianza de los salesianos, que le encaminaron a la vida sacerdotal y salesiana por la vía más corta, recibiendo el presbiterado en diciembre de 1895, cuando sólo contaba veintitrés años. Por consiguiente, ni tuvo tiempo ni medios adecuados para realizar bien sus estudios eclesiásticos. Sin embargo, tuvo la fortuna de formarse al lado de uno de los padres y maestros de la Congregación salesiana, el beato Felipe Rinaldi, quien venía dirigiendo Salesianos- Sarriá desde el año 1889.
Rinaldi apostó por él para regir el desarrollo del colegio.
Así, en 1903, al desglosar la dirección del bachillerato de Sarriá, instalándola en la torre La Esmeralda, en el barrio de les Corts, junto a la Diagonal, Calasanz fue nombrado director de la nueva obra.
Ésta, en 1905, dio origen al colegio de Salesianos- Mataró, del que, además de fundador, estuvo al frente once años (1905-1916), de reconocido prestigio hoy en la sociedad catalana. Calasanz supo que el escudo de don Bosco, en tiempos de la “ley del Candado”, no era la loba romana de la ciudadanía, sino el águila de un grupo de servicio a la sociedad, donde unos religiosos de Turín —en plena revolución industrial— tomaban los barrios populares para intentar formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos”.
Pasó once años en Mataró coincidiendo con la Semana Trágica de 1909.
El 24 de diciembre de 1918, a los cuarenta y cuatro años, fue nombrado director de Camagüey, la proyectada primera obra de los salesianos en Cuba.
Una vez en la isla, Calasanz se dedicó a realizar la fundación de la primera escuela profesional de Cuba, que llegaría a ser una de las mejores de toda América. Dirigía el arzobispo de Santiago desde el año anterior, 1915, el emprendedor salesiano piamontés Félix Guerra, nacido en Volpedo (Alessandría), fundador de periódicos, promotor de escuelas, fundador de hasta veintiuna iglesias. Pero los tiempos le fueron hostiles a Calasanz y las facilidades que parecía ofrecerle la señorita Dolores Betancourt fueron un pasaporte al fracaso, que, sin embargo, él y sus colaboradores, los salesianos Capra, Ullivarri y Celaya, supieron asumir. Calasanz sabía que la pobreza es inmortal y que genera pobreza, y se quedó a trabajar por los jóvenes pobres de Camagüey, en clima de provisionalidad, de 1916 a 1920 y de 1920 a 1922 en La Habana-Guanabacoa. Tan sólo a finales de 1939 se lograba la influyente fundación de Camagüey.
Calasanz seguía siendo él mismo, realizando las misiones más punteras, pero sin querer o sin poder renunciar a su personalidad, cuando recibía el nombramiento del beato Rinaldi como provincial de los salesianos de Perú y Bolivia, servicio que prestó durante los años 1923 a 1925. La marejada de solicitudes de fundaciones en los dos países era elevadísima pero expiraban los plazos por falta de personal. Calasanz se unció a América del Sur como lo hiciera en Cuba, caminante de los suburbios y como sacerdote misionero al servicio de la Iglesia.
En 1925, Calasanz fue nombrado provincial de los salesianos de la provincia Tarraconense, que comprendía Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares, sucediendo a Marcelino Olaechea Loizaga, que más tarde sería elegido obispo de Pamplona y arzobispo de Valencia.
Tenía cincuenta y tres años. Durante once años (1925-1936), pues, regló la expansión y organización de los centros salesianos en Barcelona (Rocafort, Sarriá, Tibidabo), Ciudadela, Gerona, Huesca, Sant Vicent dels Horts, Alicante, Alcoy, El Campello, Villena, coincidiendo con los días difíciles de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), primero del directorio militar y después del civil.
Las llamadas “luminarias republicanas” de mayo de 1931, con repercusiones negativas en algunos centros salesianos, le hicieron desconfiado y muy cauto.
Calasanz le escribía al superior general, Pedro Ricaldone, el 22 de enero de 1935: “Créame, me siento muy cansado y me temo mucho que se malogre la obra de la Congregación por mí, cada día más falto de energías, efecto también de mis penas”. Fue el amanecer del 22 de julio de 1936. La casa salesiana de Valencia, después de haber sido atacada con ráfagas de proyectiles durante la noche, fue invadida por incontrolados.
Los salesianos estaban haciendo ejercicios espirituales, presididos por él, como provincial. Calasanz, después de haber dado la absolución a todos, fue obligado a subir a un camión en compañía de otros tres salesianos más. En cierto momento del trayecto, se disparó un tiro y José Calasanz cayó muerto.
Fueron noventa y siete los salesianos muertos, entre ellos Calasanz Marqués, quien era beatificado, junto a otros treinta y dos salesianos, por Juan Pablo II, en Roma, el 12 de marzo de 2001: Jaime Buch Canals —Bescanó (Gerona), 9.IV.1889 – El Saler (Valencia), 31.VII.1936—; Juan Martorell Soria —Picassent (Valencia), 1.IX.1889 – Valencia, 10.VIII.1936—; Pedro Mesonero Rodríguez —Aldearrodrigo (Salamanca), 29.V.1912 – El Vedat de Torrent (Valencia), VIII.1936—; Antonio Marún Hernández —Calzada de Béjar (Salamanca), 18.VII.1885 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; Recaredo de los Ríos Fabregat —Bétera (Valencia), 11.I.1893 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; Julián Rodríguez Sánchez —Salamanca, 16.X.1896 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; José Giménez López —Cartagena (Murcia), 31.X.1904 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; Agustín García Calvo —Santander, 3.II.1905 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; José Otín Aquilé —Huesca, 22.XII.1901 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; Álvaro Sanjuán Canet —Alcocer de Planes (Alicante), 26.IV.1908 – Picadero de Paterna (Valencia), 9.XII.1936—; Francisco Bandrés Sánchez —Hecho (Huesca), 24.IV.1896 – Barcelona, 3.VIII.1936; Sergio Cid Pazo —Alláriz (Orense), 24.IV.1884 – Barcelona, 30.VII.1936—; José Batalla Parragón —Abella (Lérida), 15.I.1873 – Barcelona, 4.VIII.1936—; José Rabasa Bentanachs —Noves (Lérida), 26.VII.1862 – Barcelona, 8.VIII.1936—; Gil Rodicio Rodicio —Requejo (Orense), 20.III.1888 – Barcelona, 4.VIII.1936—; Ángel Ramos Velázquez —Sevilla, 9.III.1876 – Barcelona, 11.X.1936—; Felipe Hernández Martínez —Villena (Alicante), 14.III.1913 – Barcelona, 27.VII.1936—; Zacarías Abadía Buesa —Almuniente (Huesca), 5.XI.1913 – Barcelona, 27.VII.1936—; Jaime Ortiz Alzuela —Pamplona, 24.V.1913 – Barcelona, 30.VII.1936—; Jaime Bordás Piferer —San Pol de Mar (Barcelona) – Barcelona, 23.VII.1936—; Félix Vivet Trabal —San Félix de Torelló (Barcelona), – Barcelona, 25.VIII.1936—; Miguel Domingo Cendra —Caseres (Tarragona), 1.III.1909 – Barcelona, 12.VIII.1936—; José Caselles Moncho —Benigoleig (Alicante), 8.VIII.1907 – Barcelona, 27.VII.1936—; José Castell Camps —Ciudadela (Menorca), – Barcelona, 28.VII.1936—; José Bonet Nadal —Santa María de Montmagastrell (Lérida), 26.XII.1875 – Barcelona, 13.VIII.1936—; Jaime Bonet Nadal — Santa María de Montmagastrell (Lérida), 4.VII.1884 – Tárrega (Lérida), 18.VIII.1936—; Alejandro Planas Saurí —Mataró (Barcelona), 31.X.1878 – Garraf (Barcelona), 25.VIII.1936—; Eliseo García García —El Manzano (Salamanca), 25.VIII.1907 – Garraf (Barcelona), 19.XI.1936—; Julio Junyer Padern —Villamaniscle (Gerona), 30.X.1892 – Monjuic (Barcelona), 26.IV.1938—; María del Carmen Moreno Benítez —Villamartín (Cádiz), 1885 – Barcelona, 6.IX.1936—; María Amparo Carbonell Muñoz —Alborada (Valencia), 9.XI.1893 – Barcelona, 6.IX.1936—.
Bibl.: A. Burdeus, Lauros y palmas, Barcelona, Librería Salesiana, 1957; A. Díaz, Los salesianos en la barriada de la calle Sagunto, 1898-1990, Valencia, Colegio Salesiano, 1989; V. Carcel Ortí y R. Fita Revert, Mártires valencianos del siglo XX, Valencia, Edicep, 1998, págs. 63-65; R. Alberdi, Los mártires salesianos de Valencia y Barcelona (1936-1938), Madrid, CCS, 2001.
Dedicatoria
Con motivo de la canonización del salesiano SAN ARTÉMIDES ZATTI, este artículo y el de la Real Academia se lo dedico a los Salesianos Piamonteses, amigos y compañeros míos en Roma, alguno de ellos ya fallecido: Luigi Rondolini, Cozzolino, Casalegno, Maffei, Amato, Ardito, Farina, Alessi, Abbá, Perrenchio, Semeraro, Luciano, Morosinotto, que siempre estuvieron conmigo desde el principio de mis escritos sobre Donoso Cortés, Quevedo, San Gregorio Magno, Iglesia/Estado en España y País Vasco. Todos «me criticaron por delante» hasta la nausea para bien. Fue de 1968 a 1973. Fueron años difíciles para la alegría de elegir. Gracias a ellos seguí marcado a fuego por y para la búsqueda de la verdad en el Archivo Vaticano sobre todo. Y también, como no, a algunos Salesianos españoles que me «criticaron y critican por detrás» hasta la nausea siempre para bien ¡qué bueno! Fue un crimen necesario y deseable, y una deuda que pagarán en su momento.
Desconozco si soy clásico o moderno. Qué más da a mis 81 años. Sólo, sólo, cuento historias veraces y sencillas, como el calambre de cuando alguien desea a alguien; la soledad de quien se queda solo y el desgarro de aguardar en la estación consciente de que no habrá ningún retorno. ¡Abrazos, chicos y viva San Artémides Zatti! Adelante siempre, aurrera beti.
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