Mi vecino musulmán

30 mayo 2025

Hace algún tiempo hubo una manifestación en Polonia, en la que se reivindicaba la identidad cristiana del país, frente a lo que consideran “invasión” de extranjeros, especialmente musulmanes. En nuestro país también hay grupos que reivindican la tradición cristiana como signo de identidad, y suelen proclamar el lema: “España cristiana y no musulmana”. Esta gente interpreta la afluencia de extranjeros como una “invasión” a la que hay que enfrentarse, y no dudan en reivindicar las tradiciones belicistas de hace varios siglos, para plantearlo en términos de “reconquista”.

Estos planteamientos suelen venir acompañados de una nostalgia de los buenos tiempos en los que la religión tenía más presencia pública. Algunos no dudan en identificarse con el nacionalcatolicismo, y adoptan actitudes agresivas ante cualquier distanciamiento de su paralelo político, el franquismo, como si eso fuera algo esencial a la fe cristiana. Algunos obispos hemos visto en estos últimos tiempos enfrentándose a decisiones consensuadas entre el gobierno, el Vaticano y la Conferencia Episcopal relativas al Valle de los Caídos. No han dudado en criticar esta propuesta, que es el resultado de un nuevo contexto social y político, y de una larga negociación entre estas entidades. Parece que solo ellos son los defensores de la verdadera fe; se constituyen en guardianes de las esencias, los custodios del fuego sagrado, y no dudan en poner en entredicho al mismo Papa y al Concilio, si se tercia.

No hay duda de que existe una correlación fuerte entre la ultraderecha y el catolicismo, especialmente en España. Pero también en Francia, en Polonia y Hungría. Es indiscutible que la religión ejerce un papel de aglutinador de identidades, y esta fe sirve de identidad frente a un enemigo al que se le considera una amenaza, y es eficaz para motivar a bandas de jóvenes aulladores, a los que no les resulta difícil recurrir a la violencia, si se caliente adecuadamente el ambiente.

Este planteamiento está plagado de falacias y simplificaciones de la realidad, como todo el batiburrillo de motivaciones que utiliza la ultraderecha para lo que ha hecho siempre: defender los intereses de la oligarquía.

Empezando por la sensación de “invasión”: En España hay menos de tres millones de musulmanes, lo que no representa ni el diez por ciento de la población.  Por otro lado, si están aquí, no es porque hayan obedecido a una consigna desde algún gobierno, sino porque buscan un futuro mejor, ya que en sus lugares de origen no lo encuentran, entre otras razones, porque nuestros países occidentales se han encargado de machacarlos desde que los colonizaron.

Siguiendo con los datos, esta población inmigrante hace posible la producción agrícola, y el funcionamiento del sector servicios. Basta echar un vistazo a los campos de buena parte del país. Es difícil encontrar un nativo entre los grupos de recolectores. Por otro lado, los datos demográficos apuntan a que, de aquí al final de la década, España necesitará cubrir millones de puestos de trabajo con mano de obra extranjera, pues el crecimiento demográfico español está entre los más bajos del mundo.

Es falso que estos inmigrantes estén viviendo de “paguitas”. Esto es un bulo. Uno de los muchos bulos producidos para crear pánico y soliviantar a la opinión pública. En ocasiones, quienes enarbolan estos discursos no dudan en explotar cruelmente a estas personas en beneficio propio. En el fondo, no les molesta su presencia en nuestro país, si se dejan explotar. Lo que no admiten es que vivan con igualdad de derechos.
Otro elemento importante para desencadenar el pánico es la continua insistencia en que estos inmigrantes son “delincuentes”, para lo que elevan a categoría permanente los ocasionales actos delictivos cometidos por inmigrantes, que no dudan en generalizar y aplicar a todo el colectivo.

A esta gente les molesta que el colectivo musulmán tenga sus propias mezquitas, que celebren fiestas; que tengan sus lugares de encuentro. Preferirían que vivieran segregados, o bajo tierra, y sacarlos de vez en cuando para dejarse explotar, y luego, hacerlos regresar a sus tugurios.

La xenofobia es parte del discurso de una ideología que distrae la atención de los verdaderos problemas, y hace olvidar, en medio de himnos patrióticos, y nubes de incienso, que las causas de la desigualdad y la pobreza no están en quienes llegan huyendo de los infiernos que se han diseñado para ellos, sino en quienes azuzan a los pobres contra otros más pobres que ellos, y así poder colar propuestas como la privatización de la salud, de los servicios; la eliminación del Estado y exaltación del mercado libre, que no es más que la consagración de la ley del más fuerte. Es la vieja fórmula manipuladora, que siempre se repite, y siempre funciona, como el truco de la estampita.

Defender una Europa más cristiana es apostar por la defensa del pobre y del oprimido, en la más pura tradición bíblica.

Porque la esencia del cristianismo es referirse a las actitudes de Jesús, que no dudó en acercarse a los marginados; puso como el héroe de la historia al samaritano, que era un hereje y extranjero para los judíos; que rompió toda barrera entre los humanos, y proclamó que el máximo criterio por el que se iba a valorar la adecuación de nuestra vida al plan de Dios era la misericordia con el que sufre.

Hacer que nuestra sociedad sea más cristiana es ir exactamente en contra de estos discursos de salvadores de la patria y de la civilización cristiana. A Dios se le defiende en la persona del débil e indefenso. La identidad cristiana no se basa en repetir consignas o sacar estandartes a las calles. Ser cristiano es intentar parecerse a Jesús en sus actitudes profundas. Y lo específico de Jesús es la misericordia; el acercamiento a los que están lejos, y saltarse las barreras que separan a las personas. Sin eso, todo lo demás es fachada.

1 Comentario

  1. JOSE ENEBRAL

    Muy de acuerdo, Pedro, en general y muy grata la lectura; solo digo (por comentar algo) que no tengo especial empeño en hacer que nuestra sociedad sea más cristiana, sino más plural, tolerante, abierta, libre… Yo creo que la Iglesia es poco tolerante; no me quiero extender con mis opiniones, pero observo que se empeña en hacer política; en oponerse a leyes democráticas, como las referidas a la eutanasia, el matrimonio igualitario… Esta leyes no obligan sino que permiten.

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