Navidad de silencio y Amor

El Rincón de Mamá Margarita

30 diciembre 2025

Yasury Romero

Yasury Romero

Las calles y las casas se llenan de luces, villancicos y dulces. Miles de planes para quedar “antes de que se acabe el año”. Tiramos de todos los recursos posible para “celebrar” y exteriorizar la felicidad que nos trae el nacimiento de Jesús.

Sin embargo, me gustaría detenerme en la invitación que el Papa Francisco nos hizo hace algunos años por estas fechas: «La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien estar un poco en silencio, para oír la voz del Amor». ¿Oír la voz del Amor? ¿Cómo es su voz? ¿A qué suena el Amor? Entre tanto ruido tal vez sea la voz de tu sobrino diciéndote: -“Tío, juega conmigo”, o de la yaya: – “Cariño, a qué hora llegas” o de un amigo diciéndote: – “Necesito hablar contigo”.

El brillo de nuestras navidades contrasta con el pesebre sombrío en el que nació la Navidad. Qué gran lección nos da Dios: La luz del mundo nació en la humilde penumbra. ¿En medio de qué penumbras debemos nacer de nuevo? Recientemente, una amiga, luego de muchos años de batallar contra el dolor y una profunda tristeza puso fin a su vida. Se apagó su luz, se marchó en la penumbra. Un hecho tan doloroso contraste conque días antes planificaba cómo celebraría la navidad, qué comida quería preparar, qué compras le faltaban. En el ruido tal vez buscaba un consuelo que no encontró.

Al ser testigo de su proceso no pude evitar recordar la frase de San Juan Bosco “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”. Don Bosco, que fue casa de puertas abiertas para tantos, que se hizo hogar para los sin hogar, echaba de forma enérgica la tristeza y la melancolía de su casa, sabía que era una visita que debía durar poco; que si se quedaba a vivir con nosotros podría hacer mucho daño. ¿Cómo se expulsa la tristeza en medio de tanto barullo? Quizás las palabras de Francisco nos dan la clave: nos vendría bien estar un poco en silencio, para oír la voz del Amor. Esa voz que nos guía al atravesar senderos oscuros, que nos consuela en nuestra sed y nos arrulla en nuestros quebrantos.

Vendría bien detenerse esta navidad, y todas las veces que sean necesarias, para escuchar las necesidades que susurran nuestros hermanos, nuestros vecinos; las voces de los sencillos, de los últimos; para oír con atención el sollozo de María, el llano del Niño, los susurros de José, los sonidos del establo que nos remontan a lo esencial. Nada de esto nos robará la alegría de estos días, la luz y el brillo que poseen, al contrario, la harán más profunda, más auténtica, más real, más humana.

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