He aquí un eslogan de amplia vigencia social que hemos oído más de una vez y hemos visto en pintadas y murales en los informativos de las televisiones: “Ni olvido, ni perdón”. Su contundencia y actualidad me obliga hoy a situarme frente a esta afirmación y tomar partido, sobre todo porque en este final de verano me he encontrado con dos hechos que de alguna forma vuelven a ponerla de actualidad.
Primer hecho que me sale al encuentro: el estreno en el Festival de Cine de Málaga de la película “La mort de Guillem” y su posterior difusión no solo en salas sino en los canales autonómicos de la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares y Cataluña. El film reconstruye la muerte del joven activista valenciano de solo 18 años, a manos de un grupo neonazi, el 11 de abril de 1993 en la localidad castellonense de Montanejos. El horrible crimen de este joven antifascista e independentista sacudió a toda la sociedad valenciana y quedó la convicción de un proceso cerrado en falso. La frase “Ni oblit, ni perdó” sigue teniendo amplia vigencia y es citada incluso en declaraciones institucionales.
Segundo hecho: a principios de septiembre, la Audiencia Nacional condenó a 133 años y cuatro meses de prisión al excoronel salvadoreño Inocente Montano por ordenar, junto a otros altos mandos militares de El Salvador, “los asesinatos de carácter terrorista” de cinco jesuitas españoles, entre ellos, el prestigioso teólogo de la liberación, Ignacio Ellacuría. El asesinato de estos religiosos y dos seglares tuvo lugar el 16 de noviembre de 1989 y conmocionó al mundo entero. Fue un ejemplo del llamado “terrorismo de Estado”.
Ante este múltiple crimen y el reciente juicio no parece haberse escuchado la famosa frase de “Ni olvido, ni perdón”, cuando habría razones más que suficientes para gritarla a los cuatro vientos. ¿Es una muestra de desinterés de la opinión pública por el crimen y su reciente juicio? No lo creo.
En una reciente nota firmada por el provincial de la Compañía de Jesús en España hay un claro posicionamiento mostrando la satisfacción porque “el principio de Justicia Universal haya servido para avalar jurídicamente una verdad acreditada a través de numerosos testimonios” y subraya que la sentencia sobre Inocente Montano no agota las responsabilidades individuales en aquellos hechos del caso de los “mártires de la UCA”, y afirma que la justicia que aún se deba ejercer en El Salvador “contribuirá a la reconciliación del país y a la paz para los propios victimarios”. Solo cuando se reconozcan los hechos, se esclarezca la verdad y se determinen las responsabilidades correspondientes, los jesuitas estarán en “disposición de perdonar a quienes planearon y ejecutaron ese horrendo crimen”.
Invocar el perdón y la misericordia ante crímenes de esta calaña se considera hoy por buena parte de nuestra sociedad como un síntoma de debilidad, como un buenismo trasnochado y, sin embargo, creo que en un proyecto de nueva humanidad -ese es el sueño de Jesús- solo el perdón y la misericordia pueden sentar las bases de una sociedad en la que el hombre vaya dejando de ser lobo para el hombre.
El olvido será humanamente imposible en muchos casos, pero solo la vía del perdón salvará a esta humanidad herida. Un perdón que no significa irse de copas con el malhechor o el asesino, sino que presupone el justo castigo, pero siempre con la perspectiva de la redención personal. No se quiere la muerte ni el aniquilamiento del reo, sino su redención personal, en la medida que esta sea posible.
El papa Francisco en su carta apostólica “Misericordia et misera” afirma que “el amor permite mirar más allá y vivir de otra manera”; posibilita entrar en la esfera de la misericordia como acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida”.
Cuando triunfa el rencor, la rabia o la venganza, la vida se vuelve infeliz -afirma Francisco- y se anula el alegre compromiso de la misericordia; porque solo la misericordia, que no niega la justicia, como bien manifiesta la declaración de los jesuitas de España, solo la misericordia renueva y redime. Cuando no pueda haber olvido, que haya justicia y no falte el perdón.
Josep Lluís Burguera
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