Seguramente recordaréis aquella pegadiza y simpática canción del musical Don Bosco. Recreaba un diálogo entre el pequeño Juan y su madre Margarita, que nos invitaba “a limpiar el mundo que está sucio y huele mal”. En efecto, basta una mirada a nuestro alrededor para decir: ¿quién puede dudar que el mundo necesita “un buen fregao”?
Sin embargo, la misma canción también ponía en boca de Mamá Margarita una afirmación que parecía contradecir el mencionado ‘ritornello’: “Juan, mira, Dios ha hecho el mundo, porque Dios ama la vida. El mundo es una maravilla”.
Me quedo con esto último, “el mundo es una maravilla”, porque sintetiza a mi juicio el mensaje más importante de la canción.
La sentencia de aquella santa mujer, llena de sentido común y de sentido espiritual, nos descubre dos actitudes que debemos adoptar los hijos de Don Bosco antes los evidentes males del mundo.
Una primera actitud, que podríamos definir como “reflexiva”, debe llevarnos a indagar por las causas del mal que percibimos a nuestro alrededor. La mayor parte de las veces notaremos que el mal suele obedecer a fenómenos muy complejos. De ahí que solucionar las cosas negativas del mundo suponga abordar con frecuencia desafíos colosales.
Por tanto, ¡huyamos de las soluciones simplistas! Empezando, sobre todo, por la violencia, en todas sus manifestaciones, físicas o verbales. El “¡No con golpes!” sigue teniendo hoy plena vigencia.
Por otro lado, y sin negar los incuestionables retos que el mundo plantea, no es menos cierto que la humanidad vive actualmente mejor que en el pasado. Nunca como ahora ha existido tanto acceso a la educación, a la salud, a la protección de los poderes públicos. Se producen avances notables en el respeto a las minorías, en los descubrimientos científicos, en la promoción de la igualdad y la libertad. El mundo avanza hacia el bien, con tropiezos constantes y retrocesos grandes o menudos, desde luego, pero avanza.
Hablo en términos generales, repito, pero avalado por multitud de datos objetivos de organismos internacionales. Sólo esta incuestionable realidad, que estamos mejor que hace décadas y mucho mejor que hace siglos, exige manifestar a Dios y a los demás un sentimiento de gratitud hacia el mundo que nos ha tocado vivir.
Considero absolutamente necesario transmitir a la juventud este mensaje: “Vivís -vivimos- mejor que nunca. Lo cual no significa que no tengáis problemas, algunos muy graves. Pero sí que disponéis de más y mejores recursos que en otras épocas pocas para solucionarlos”.
Debemos desterrar de nuestro lenguaje, sobre todo frente a hijos y alumnos, cualquier componenda con una visión derrotista, quejumbrosa o pesimista sobre el futuro.
La segunda actitud que promueve la frase de mamá Margarita, al calor de este agradecimiento que mencionaba antes, es la proactividad. Una actitud derivada de la confianza en las extraordinarias potencialidades del ser humano, sobre todo cuando se sabe acompañado de Dios, aquel que “todo lo puede”.
Don Bosco tuvo hartas razones, incuestionablemente objetivas, para haber pasado de largo antes tantísimos problemas que salieron a su encuentro. Pero hizo exactamente lo que canta la canción: ponerse a limpiar esa parte del mundo que tenía alrededor y que estaba sucio.
Don Bosco no podía resolver las clamorosas injusticias laborales de la sociedad industrial del siglo XIX, pero avaló los primeros contratos de aprendizaje, donde se estipulaban derechos para sus chicos. No pudo construir complejos urbanísticos, pero acogió a miles de personas que de otro modo habrían muerto abandonadas por las calles. No pudo modificar las condiciones carcelarias de su tiempo, pero proyectó numerosos rayos de humanidad a tantos presos que habían perdido toda esperanza.
Definitivamente, Don Bosco supo poner en práctica el consejo de su madre terrenal y, tomado de la mano de su Madre del Cielo, activó la escoba que llegó a sus manos para limpiar la parte del mundo que estaba a su alcance.
¿Seguiremos el ejemplo de don Bosco, en la parte del mundo que nos toca, o nos uniremos al coro del “¡qué mal está todo!”?
(Dedicado a los voluntarios, mineros, policías, sanitarios, ciudadanos, hombres y mujeres de bien que trabajaron sin descanso para recuperar el cuerpo del pequeño Julen).
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