El sueño y el silencio convertidos en lujos para el mundo occidental. Si mi abuelo, pastor trashumante en la sierra cordobesa y que falleció hace más de 40 años, escuchase este titular creería que el mundo se ha vuelto “loco”, y no iría mal encaminado. Por desgracia la salud mental es nuestra epidemia silenciosa y aunque empieza a visibilizarse de una manera más notoria, mucho nos queda por caminar con preocupantes datos como que una de cada cuatro personas en España tiene o tendrá a lo largo de su vida un problema de salud mental.
La línea de atención telefónica gratuita, el 024, que el Ministerio de Sanidad puso en marcha para casos de salud mental, atendió cerca de 15.000 llamadas e identificó 290 suicidios en curso durante su primer mes en funcionamiento. El suicidio es la primera causa de muerte externa en nuestro país y la primera causa de muerte en jóvenes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Datos tan graves y alarmantes tienen que ser tratados con la seriedad que se merecen. Estos titulares, informes o análisis no pueden dejarnos impasibles porque algo podremos hacer. Factores como el acoso escolar, la violencia y los problemas de salud mental, ser migrante, tener discapacidad o pertenecer al colectivo LGTBIQ+, aumenta el riesgo de suicidio. Evidentemente algo sí que podemos hacer: tenemos que estar muy alerta con nuestros jóvenes, en colegios, centros juveniles, parroquias. Todos tenemos una doble responsabilidad pues, como salesianos, justamente aquellos en situación de mayor vulnerabilidad tienen que ser nuestro objetivo principal.
Según la OMS, “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Tenemos que seguir dándole visibilidad y debemos comenzar con nosotros mismos. Que levante la mano quien no haya tenido episodios de ansiedad, estrés, incluso depresión. Por nosotros y por el ejemplo que damos a nuestros menores, tenemos que cuidar nuestra salud mental. Según estudios recientes, la mala calidad en el sueño y la falta de silencio en nuestra vida repercuten negativamente en ella. No descubro nada si digo que el móvil, ese pequeño aparato capaz de programarnos y controlarnos, cuando debería ser justamente lo contrario, aparece en el vértice de muchos de estos problemas.
Nos hemos acostumbrado al ruido. Generamos ruido continuamente hasta el punto de sentir como incomodas situaciones silenciosas. Nos quejamos por tener a nuestros adolescentes literalmente pegados a un móvil y lo complicado que resulta que nos presten atención, pero seamos realistas: ¿qué hacemos nosotros? ¿Qué ejemplo les damos?
Llegó el verano, el ocio y el tiempo libre. Podemos hacer dos cosas, seguir pegados a las pantallas o apagarlas. Desconectar para resintonizarnos a la vida real, a nuestros momentos cara a cara con amigos y familia. Practiquemos el silencio, la meditación, la lectura y disfrutemos, siempre que nos sea posible, de la majestuosidad de la naturaleza.
¿Qué opción eliges? Yo lo tengo claro: “No molesten, reconectando con la vida”.
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