NUEVO LIBRO DE PACO DE CORO

De andar y pensar   |   Paco de Coro

11 octubre 2022

En un tiempo de tan baja calidad humana, la autenticidad es, sin más, motivo de sospecha. Pienso en San Juan Bosco ahora que estoy terminando mi pequeño trabajo Santos y señas. Ciento once “discípulos de Don Bosco” para conocernos. Once capítulos, once subcapítulos, once personajes en cada capítulo. El once es el símbolo de la lucha interior, de la disonancia, de la rebelión, del extraño, de la transgresión de la ley, del pecado humano, de la rebelión de los ángeles.

El once, el once.

“Ciento once discípulos de Don Bosco para conocernos”.

Doscientos años para descubrimos.

Doy por bueno lo cierto: San Juan Juan Bosco, el chico de posguerras de Castelnuovo, es uno de los mejores acontecimientos de Italia (“El santo más italiano y el italiano más santo”), de la Historia de la Iglesia del siglo XIX y de la sociedad moderna. Sólo ha necesitado depositar un sistema de educación preventivo (Razón, religión y amor) descomunal en la mucosa de la memoria de quince generaciones para dejar más surcos que tantos ídolos de arcilla cruda.

Ahora que en tantas y tantas cosas la Edad Media se avecina no sólo a uña de caballo, sino a golpes de “influencers”, San Juan Bosco suena mejor. Su presencia gigantesca (y a la vez sencilla) es un buen antídoto contra tanto cafre, contra ese exceso de cafres. Lo siento.

San Juan Bosco: “ese cura sin parroquia y ese maestrillo de suburbio”.

A veces uno admira sin razón –por pura inercia– y otra porque sobran los motivos: junto al artista Bosco Occhiena está el sujeto cívico (“buen cristiano y honrado ciudadano”), y de esa masa madre sale pan bueno en La Mancha, La Alcarria, Vasconia, Andalucía, Cerdeña, el Lazio. Es algo que yo he tocado en persona.

Con sus discípulos no sólo de cuerda al corazón de los chicos, sino que impulsa su cerebro hasta empujar porqués, dudas, certezas, afectos, desafectos. En sus “buenas noches” hay una emoción o una historia que cuenta algo vivido. Y en sus palabras cabe una sociedad, y un país y un tiempo. Y en su corazón caben todas las sociedades, todos los países y todos los tiempos.

Cuando se logra unos resultados así suele haber un par de virtudes por encima de las otras: talento y elegancia.

Desconozco (es un decir) si San Juan Bosco es clásico o moderno; progresista o conservador; liberal o carlista (carlista, de Carlos VII, de los que querían rescatar al papa Rey de Roma). Qué más da. Sólo narra historias veraces y sencillas, como el calambre de cuando alguien quiere a alguien; la soledad de quien se queda solo ante la muerte (todos); el desgarro de aguardar en las estaciones del Piamonte y de Italia a todos los chicos que pierden el tren y no sólo en Carmagnola a Miguel Magone, consciente de que no habrá ningún retorno; apostar a un vaso de buen vino –un Barolo por ejemplo– que lo alumbra todo; lanzar palabras de afecto al oído como esa manera sutil de gozar y de sufrir junto a nosotros.

Talento y elegancia.

Y entre ese talento y elegancia saltan mis poemas desiguales en prosa.

  1. SOÑADOR QUE NO CONOCE LA DERROTA: DON BOSCO

Formó parte de la mejor escudería de sacerdotes italianos del siglo XIX: José Cafasso, Benito Cottolengo, Leonardo Murialdo. El Risorgimento, como a tantos otros creadores y/o fundadores, le sometió a un infierno de humillaciones, desafíos, silencios, desprecios. Contaminado por el extravío de los muchachos, puso la brasa de su entrega en dirección al suburbio de Turín y de allí al de Italia y después al del mundo entero. Altamente intoxicado del “celo de Dios” transmitió todas las sendas, aún las prohibidas, para salvar las almas sin desaliento.

  1. LA RESPIRACIÓN DE DON BOSCO: MIGUEL RUA

Se instaló en el “Oratorio de Valdocco” como eje vertebral de los discípulos del fundador, de una inteligencia regida a partes iguales por la gracia y por la esperanza. Ejerció un magnetismo incombustible a la muerte del santo, que fluctuaba entre la gimnasia de la libertad, el talento sutil que arde en todas direcciones y una fidelidad creativa, desde la que estableció un código propio, que sumaba a su rectitud de ángulos fuertes un atractivo para degustadores de la intrepidez.

  1. GENIALES SIN AMARRE: MÁRTIRES

Inquilinos en el amor desaforado de Jesucristo.

Se “consumieron” por el amor extremo hacia Nuestro Señor, que alentó sus obras y su vida. En todos hay ramalazos, de genialidad sin amarre, de hombres sensibles, confeccionados, para el éxito de dar la vida. El caudal de su confianza en Dios les desborda. Encontraron en su vocación una cantera inagotable de novedad y entrega que alcanzaría su cima en su muerte. Abollados por las pedradas del suplicio se hicieron un sitio glorioso y eterno en medio de aquel relente de aulladores verdugos (Versiglia, Caravario, Kowalski, Calasanz, Aparicio, Comini, Jiménez, de los Ríos, Swierc, Alzneta, Sandor).

  1. BIOGRAFÍAS SIN AÑOS: SUCESORES

Los primeros sucesores de Don Bosco se instalaron en Valdocco, en Turín propiamente. La ciudad tenía el color curo de las urbes industriales, ese arpegio de aceros y carbonilla, chimeneas de ladrillo y bocina fabril. Los segundos, hasta hoy, en Roma. Insólitos todos por dentro y por fuera, hicieron de su trabajo un caudal de dedicación a los muchachos necesitados. Todo en ellos resultó inalcanzable. Todos líricos de Don Bosco, de primera, segunda e última generación, armados con su tomavistas personal, escucharon el gran poema universal de la verdad y de la libertad (Albera, Rinaldi, Ricaldone, Ziggiotti, Ricceri, Viganó, Vecchi, Chávez, Berruti, Coppo).

  1. MUERTOS DE SOBREDOSIS: FUNDADORES

Vivieron al límite. Pasaron de vagabundos misioneros a líderes. Desde el silencio y el sacrificio se echaron a las calles del mundo con un apetito incombustible por ofertar cauces a chicos y grandes en colegios, instituciones, congregaciones. Todo en ellos resultaba incalculable. La fuerza de su vida estuvo en que supieron conectar con lo invisible a dentelladas secas y calientes. Unas cuantas papelinas –tantas– de amor a los demás acabaron con sus vidas. Cuerpos sin rastro de violencia. Profesión: fundadores. Murieron por muchas locuras hermosas. Murieron todos de sobredosis (Variara, Belloni, Cimatti, Ferrando, Olaechea, Braga, Pittini, Ulliana, Almeida, Cognata, Silva Enriquez).

  1. MANSEDUMBRE ARRIESGADA: MISIONEROS

Están en la acera anónima de la vida, borrando su pasado a golpes. El final de todos es sublime, por arriesgado. Y es que los misioneros, heridos, mansos, solos, envueltos en leyendas y realidades hoscas se estrellan una y otra vez contra la pena de los demás. En el rastro que deja su aceleradísima biografía hay mansedumbre de silencios y de soledad, que es el porvenir arenoso y sureño de los seres que un día escogieron no aceptar otro cauce que el del Sermón de las Bienaventuranzas. Perdieron la vida, para ganarla. Escogieron la gran conspiración de Nuestro Señor Jesucristo (Malán, Milanesio, Balzola, Carreño, Mathias, Ximenez Belo, Convertini, Mederlet, Fuchs, Ortíz Arrieta, Maradiaga).

  1. PILA BAUTISMAL DE SABIDURIA: MAESTROS

Ignífugos, poderosos, deseados. Nadie que se acercara a ellos salía ileso. Jamás perdían su independencia e hicieron de su magisterio, con o sin tarima, patrimonio fecundo entre sus discípulos. Ejercieron un magnetismo incombustible entre la gimnasia de la libertad y el talento, que arde en todas las direcciones. A su inteligencia de ángulos fuertes sumaron el atractivo de su palabra/vida apta sólo para degustadores de la búsqueda, la concentración, el riesgo. El suyo no fue un magisterio de verja cerrada, sino una pila bautismal de sabiduría (Quadrio, Chiandotto, Javierre, Hlond, Conci, Stuchly, De los Santos, da Silva, Arias, Gil Pérez, McPake).

  1. FAROS DE COSTA: PIONEROS

Estos y otros pioneros fueron de esos tipos que caminan mejor sin bocado ni bridas. En algún lugar de su lóbulo occipital se inflamaba un entusiasmo por la disciplina, para convertirse después en implacables y desordenados creadores. Cada uno con su epifanía: la música, los leprosos, los enfermos, los beduinos, los refugiados, los menas, la Amazonía. Alistados todos con una ansiedad implacable, han dejado rastros de emociones, sentimientos, discípulos, atendiendo sobre todo a los ramalazos de su jurisdicción. Ya todos con lugar propio en la fabulosa generación de los exploradores del deseo. Faros, eso, faros de costa (Cagliero, Zatti, Srugi, Beltrami, Czartoryski, Mertens, Constamagna, Arribat, Petraitis, Alcántara, De Aquino).

  1. MITOS DE RESISTENCIA INDOMABLE: MUJERES FUERTES

Todas, todas, con sed de vida propia. Y qué rara es la vida; el mundo comienza a ordenarse a su alrededor con ese desorden de las mujeres hermosas que tienen por segunda piel un fuego perpetuo. Todas desde bien jóvenes comenzaron a ser libres con zancadas de pie fino y supieron ofrecer a la “familia de Don Bosco” su “desigualdad propia”. Su misterio sofisticado hace nido a la vez en los salones de la nobleza y en los tugurios de las favelas. Contrarias algunas a lo que en casa esperaban de ellas, comenzaron a empoderarse del lado opuesto a las convenciones hasta que lograron el altísimo galardón de ser expulsadas “del mundo”, que era algo así, como la “Legión de Honor” para muchachas con sed de vida propia (“Mamá Margarita”, Mazzarello, morano, Valsé, Palomino, Vicente, Dghero, Meozzi, Troncatti, Romero, Vallese).

  1. BULLICIO DE ECOS: “LOS CHICOS DE DON BOSCO”

Con ellos el mundo se ensancha y todos, a su manera, saben bien cuál es el sitio que buscan. Son chicos de gesto decidido. Unos de rostro pálido, otros de cuerpo fuerte. Tienen una belleza acorazada que, al mirarla, hace cómoda la amistad. Los avatares de su vida son la plantilla de todas las virtudes que caben en el camarín de su fe y de su moral. Lo que a cualquier humano devastaría por dentro, a ellos les da una pátina de vida extra, haciendo de sus elecciones, siempre virtud. Su presencia recuerda a nubes claras que embellecen el horizonte de la sociedad (Savio, Vicuña, Namuncurá, Marvelli, Blanco, Magone, Cobo, Pulido, Irisarri, “los chicos de Dresde”, “los innumerables de Valdocco”.

  1. TESTIGOS DESIGUALES: COOPERADORES

La pasión por los demás les llevó la vida. Tuvieron en las “obras de misericordia” un lugar de entrega y de encuentro con el mundo. En cualquier caso les dio tiempo a la grandeza y también a la extensión del humanismo cristiano. Fueron, cada uno a su manera, la indicación de lo colectivo frente a lo individual. Demasiadas veces los sentimientos sobre la razón, cincelando así su condición de “testigos desiguales” del evangelio. Pudieron ser una cosa y fueron otra. Hay algo de magia en su madurez brillante, que simplifica su biografía y la engrandece con una punta de fe y otra de estremecimiento. Ocuparon el mundo de los necesitados sin reglamentos (Teresa de Baviera, Lastres, Ulloa, Lluch, Aróstegui, Urquijo, Chopitea, Da Costa, Giordani, Salem, Bauer).

El once, el once.

Así pues, once capítulos, once subcapítulos, que logren de alguna manera la cima sorprendente y fecunda, que resuelva el impresionante vitral de este “Santos y señas”, de este San Juan Bosco, uno y múltiple. Que por serlo y para serlo tiene que ser distinto. El matiz, los ritmos, la ligereza, hasta el anarquismo de los biografiados quiere saltar aquí como personalismo literario y vital, con motivo del ochenta aniversario de mi nacimiento (14-IV-1941).

Once, el exceso, la desmesura, el desbordamiento, lo inacabado, lo incompleto, lo “acojonante”. Once. La apertura a nuevas generaciones, para descubrirnos, para conocernos, para querernos. “Acojonante San Juan Bosco; acojonante, San Artémides Zatti”.

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