Hace algunas semanas, el amigo Paco Pepe comentaba en esta misma sección que había caído en la cuenta no hacía mucho de la cantidad de marcas que utilizan el “yo” como reclamo. De manera sutil nos recuerdan que el ego es lo que importa. Ese “yo”, que vemos y oímos, se puede instalar en nuestra mente sin ser del todo conscientes.
Yo mismo escribí hace un tiempo sobre palabras “envolventes”, que hacen mella en nosotros y en nuestros jóvenes; todas pensadas para atraer y encandilar, ya sean manipuladas, con el sentido cambiado, o insulsas y superficiales.
Yo también veo,
oigo y leo
palabras que nos envuelven,
que nos rodean,
que envuelven a jóvenes y adolescentes,
en redes, canciones,
en teles, en series.
Y en medio de ambiente agradable
alguien las vende y ofrece
cual tesoro, perla fina
que sí puede
llenar de sentido la vida.
Además de las palabras que nos envuelven y que nos bombardean, están las que elegimos (porque podemos elegir las palabras con las que “envolvernos”). En uno de sus artículos, Ruth Giordano, teóloga y copastora de una Iglesia Evangélica, pregunta ¿De qué llenas tus pensamientos? Argumenta que el exceso de información y de conocimientos parece ser que no nos favorece, porque no ayuda a tener espacios de reflexión, tan necesarios. Se pregunta de qué llenamos nuestros pensamientos y confiesa que, a ella, en muchas ocasiones, la lectura de los salmos le ha servido como fuente de reflexión y de inspiración, y para afrontar momentos difíciles de su vida. Y se atreve a reivindicar un “¡menos exceso de ruido informativo y más salmos!”
Claro que hay que preguntarse de qué llenamos nuestros pensamientos, qué palabras permitimos que invadan nuestra mente, con qué alimentamos, en definitiva, nuestro espíritu: para contrarrestar las palabras que, nos demos cuenta o no, nos invaden y nos influyen; para mantener fidelidad a nuestros objetivos personales; para que nuestra coherencia no sucumba ante la primera idea de moda que se nos ponga delante; por un cierto sentido de responsabilidad, si de alguna manera estamos en vinculación con el mundo educativo, porque sabemos que vamos a iluminar con aquello con que nos iluminemos.
Palabras que nos envuelven y bombardean, palabras que elegimos para llenar nuestros pensamientos… y también palabras que emitimos, de maneras diversas y en variados contextos. Aquí quiero tener un recuerdo especial -porque creo que se lo merecen- para las palabras al oído, con las que podemos influir positivamente, animar, aumentar autoestimas, aconsejar, hacer pensar, orientar, acoger, demostrar cercanía… No olvidemos estas palabras (quizás mejor que “palabritas”), porque, bien usadas, son de gran valor educativo. Sabemos que, dichas en un contexto de relación sana, desde el afecto y no desde el interés, y de corazón a corazón, una de esas palabras puede “quedar sellada en la mente y en el corazón del joven de modo que ya nunca pueda arrancarla”. Vaya, que, con suerte, puede influir más que un Tik Tok. Lo cual, por cierto, no está nada mal.
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