Tema delicado.
El grupo de fe está reunido on line -como lo hace desde el tiempo de la pandemia-, en horario de viernes noche -como lo hace desde hace muchos años-. Es un grupo de personas “jóvenes” (entre comillas, porque fueron jóvenes, ahora ya son… bastante adultas). Es final de curso, y cada cual comenta y revisa cómo le ha ido su proyecto personal. Una de las personas comparte su proceso de los últimos meses. No entro en detalles, simplemente explico la “sorpresa” final: ha contactado con una Iglesia Evangélica de la población y se está integrando a ella. El primer contacto fue casual, en una boda a la que fue invitada por una compañera; allí vio algo especial (en el ambiente, en la gente), tanto que más adelante se acercó a la sede de la Iglesia para hablar e informarse; y está haciendo su camino de incorporación en ella.
Ningún juicio en el grupo, eso sí, algunas preguntas. Pero con una actitud de comprensión, y de animar a seguir el camino de Jesús como cada uno vea conveniente, dentro de la coherencia personal.
Personalmente, algunas de las razones expresadas por esta persona me hicieron pensar en la diferencia entre lo que dice encontrar en esa Iglesia y su experiencia en alguna de nuestras comunidades cristianas. Y eso me suscitó algunas preguntas: ¿podemos aprender algo?, ¿se nos escapan algunos detalles de importancia?, ¿damos demasiadas cosas por supuestas?, ¿ponemos el acento pastoral en lo importante? Comento solamente cuatro aspectos.
1-La acogida. Es normal, porque, aunque no siempre, suele tratarse de comunidades más pequeñas que las nuestras y se ofrece una acogida más personalizada a las personas nuevas. En las comunidades cristianas de nuestras obras hay una buena acogida, es innegable. De todas formas, no iría mal que en algunas se cuidara más este aspecto con las personas que se aproximan por primera vez, acercándose a ellas, para saludarlas, para interesarse, para invitarlas a alguna actividad… Sin agobiar, claro. Y para potenciar que se vean reconocidas y no queden en el anonimato.
2-Hablan de Jesús. Se entiende que de forma explícita y en momentos considerados ordinarios (al saludarse, en las conversaciones); esto sí lo hacen, según mi opinión, más que nosotros. Decía, ya hace años, Álvaro Chordi en su escrito “¡Jesús en el centro!”: “Me pregunto a menudo cómo es posible que el Señor de nuestra vida y nuestro corazón esté tan ausente en nuestros labios, en nuestros diálogos en casa, en el trabajo, en la familia, etc. ¿Será por vergüenza? ¿Será por cierto rechazo a ser tachados de ‘carcas’? ¿No será más bien porque tenemos tan intelectualizada nuestra fe que no somos suficientemente ‘tocados’ en el corazón y ‘trastocados’ por el Dios de la Vida?” Las razones pueden ser muchas; el caso es que parece que reservemos hablar de Jesús, de Dios o del evangelio para momentos de celebración, de comunicación o de oración. Y a algunas personas les puede parecer significativa la poca presencia explícita del Señor Jesús en lo ordinario de nuestra vida, incluso de nuestras conversaciones. No digo que una cosa sea mejor o peor que la otra, simplemente digo que sí hay una cierta diferencia.
3 – Estudian y trabajan la Biblia. Se hace, lo hacemos, seguro que sí. Aunque quizás podríamos plantearnos hacerlo más, y de forma más sistemática (ofrecer más grupos para estudiar la Biblia, o para profundizar en las lecturas dominicales). Es un aspecto a tener en cuenta; no se puede ignorar la necesidad de formación bíblica y se puede valorar invertir energías en ello. Invertir también supone motivar, despertar la sed de conocer más la Palabra (no utilizar como excusa que no hay demanda).
4 – El centro es Jesús (ni María, ni santos y santas…) Por supuesto, no vamos a prescindir de Don Bosco, ni de otros santos y santas de nuestra familia (y de otras), ni de nuestra Auxiliadora (ni de otras advocaciones de María…) Eso sí, sin olvidar que no son ellos el centro de nuestra fe, y que nos tienen que conducir a Quien debe ocupar ese lugar central. ¿Es así realmente en nuestra pastoral?
Repito: ni mejor ni peor. Simplemente, ante un hecho concreto, me pregunto si podemos aprender algo y tenerlo en cuenta en nuestra acción pastoral. Para acentuar lo que hay que acentuar.
Y sí, lo sé: tema delicado.
Hacemos mucho y todo con la mejor buena voluntad.
Pero… me identifico con tu escrito. Hace años, en Barcelona, contaba lo mismo el inquieto Monseñor Joan Carrera: invitó a un joven protestante al grupo para que «narrase» su Fe… Le impresionó. Los «nuestros» son pobres a la hora de decir su Fe. Decía él. ¡¡Y hace años… y lo recuerdo como si fuese hoy!!
Para pensar…