El drama histórico se desarrolla durante la agitación y la violencia que se desencadena con la partición de la India y Pakistán tras su independencia de Inglaterra (15 de agosto de 1947). Un exsoldado sij del ejército británico, atormentado por la recién acaba Segunda Guerra mundial, ofrece refugio a una joven musulmana que había sido separada de su familia con la que huía (14 millones de hindúes, musulmanes y sijs se desplazaron “forzosamente” en la mayor migración de la historia humana) y que había sobrevivido a una cruel matanza con tintes étnico-religioso (según estimaciones murieron entre 200 000 y 2 000 000 de personas). La acoge en su casa en una pequeña aldea, con el consiguiente enojo de sus vecinos, enamorándose perdidamente de ella con la que se casa, forma una familia y tiene un hijo. Tras muchas vicisitudes el final es trágico y casi imprevisible (no quiero hacer espóiler…)
La palabra castellana “pasión”, que viene del verbo latino, “patior” (significa sufrir o sentir), es una emoción humana, comprendida normalmente como un sentimiento muy intenso de algún tipo, que se experimenta hacia una persona, una idea o una cosa.
Baruch Spinoza (1632-1677), filósofo racionalista holandés desarrolló una clasificación y descripción de las pasiones en la Ética y en el Tratado Breve (publicados póstumamente). Spinoza divide las pasiones según el valor que les atribuye siguiendo el modo de conocimiento que nos conducen a ellas:
Pasiones malas, las originadas en la mera opinión; pasiones buenas, procedentes de la razón convencional; pasión más elevada: el amor verdadero, única pasión deseable. Este amor, dirigido al único ser perfecto (Dios), es el fruto necesario de la intuición o conocimiento verdadero, objeto último de todo individuo que persiga la perfección.
Esta teoría de las pasiones se inspira directamente en René Descartes (1596-1650), filósofo, matemático y físico francés, y cuyo origen remoto encontramos en el filósofo griego Platón (427 a. C.- 347 a. C.), situando la idea o pensamiento como elemento antecedente a la pasión.
La pasión es un estado alterado del ánimo, una fuerte exaltación, una fuerza impetuosa que supera toda razón y puede permitir realizar nuestros sueños. Sin duda que, en nuestra sociedad, uno de los personajes que mejor representa esta particular condición humana es el artista. Su producto, el arte, es más que un color en un cuadro, mucho más que unas palabras unidas con destreza, unos movimientos plásticos sincronizados o unos sonidos armoniosamente conectados. Quiere hacer brotar la pasión en el otro. Cuando escuchamos la guitarra flamenca de Paco de Lucía (1947-2014), podemos percibir con claridad la pujanza apasionada del pueblo andaluz-gitano más profundo. Lo mismo nos ocurre cuando deleitamos con la profunda voz de Adriana Varela (1952), cantante argentina, con la que podemos imaginar el humo embriagador de un tango porteño, o conectamos con la voz de Eva Ayllón Urbina (“la Perla negra del Perú”, 1956), cantante y compositora peruana, nuestra mente vuela rápidamente a las tierras de Lima. Algo parecido nos sucede al ver una película de Steven Spielberg (“Tiburón”, ET”, La lista de Shindler”, Caballo de Guerra, Lincoln, 1946) guionista y director de cine estadounidense, que es capaz de transportarnos a diversos espacios y hacernos sentir, en pocos minutos, los más diferentes sentimientos: amor, dolor, felicidad, angustia y desesperación.
Personalmente soy un convencido de que el verdadero arte provoca la pasión; en otras palabras, utiliza un lenguaje humano, universal y sencillo, que permite dar sentido a nuestro caminar por la vida. Parafraseando a Aristóteles, estimo que el arte debe provocar un estado de “catarsis”, de sublimación de los sentimientos y emociones latentes y que, a través del proceso de la creación artística, adquieren belleza y generan deleite en las personas.
Posiblemente, el principal desafío para los jóvenes artistas, apasionados y buscadores de la verdad, sea la expresión libre de esa “visión interna”. En definitiva: es la pasión de los artistas la que crea historias que se extienden más allá de las fronteras y de los tiempos. Es la única herencia que podrá compartir las generaciones venideras y que posiblemente darán origen a nuevos sueños.
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