Su origen se encuentra en un clásico rompecabezas llamado “El problema de los nueve puntos”. El reto consiste en conectar los nueve puntos que forman el dibujo de un cuadrado, en tres filas de a tres, usando sólo cuatro líneas rectas, sin levantar el lápiz del papel. La solución correcta requiere dibujar líneas más allá del borde del cuadrado (caja) formada por los puntos.
Es, pues, una poderosa metáfora que nos empuja al pensamiento creativo: salir de los límites mentales que nos autoimponemos (o nos impone la cultura o la sociedad). Una llamada a fomentar ideas o proyectos innovadores.
Esta profunda reflexión innovadora, me hace recordar el famoso poema “Caminante, no hay camino” del escritor, Antonio Machado (1875-1939):
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vida atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar”.
Lo recogió en su libro “Campos de Castilla” (1912). Escrito en un momento vital de profundo dolor en lo personal y en lo nacional. Vivía en Soria, como profesor y la muerte prematura de su amada esposa, Leonor Izquierdo, le causó un agudo sufrimiento existencial sumiéndolo en unas reflexiones profundas sobre la fugacidad de tiempo y la levedad de la vida. Todo ello dentro de la crisis de valores y del camino incierto que vivía España en esos comienzos del siglo XX. Este poeta del alma, con una gran sensibilidad, nos sugiere que la vida se construye con cada paso que damos y es como un viaje sin mapa. Las estelas en el mar, aluden a la fugacidad y originalidad de nuestras huellas, que efímeras desaparecen como cualquier signo en el agua.
La vida de Don Bosco (1815-1888) está llena de estos “pensamientos fuera de la caja”. Quizás uno de los que más me han impactado a lo largo de mi vida (las filminas Don Bosco tienen algo de culpa) es cuando dos de sus compañeros intentan internarlo en el manicomio de Turín. Esta historia aparece en las Memorias del Oratorio y reflejan meridianamente el carácter firme, ingenioso y profundamente humano del santo:
En 1845, comenzó Don Bosco con sus escuelas nocturnas para jóvenes pobres en Turín. Su método educativo era tan innovador que algunas personas lo consideraron una amenaza o una locura. Algunos sacerdotes y teólogos de la ciudad pensaban que estaba “perdiendo la cabeza” por dedicar tanto esfuerzo a chicos marginales, fuera del sistema tradicional de las parroquias. Dos curas, “amigos suyos”, don Vicente Ponzati y don Luis Nasi, convencidos por estos rumores, llegaron a casa de santo para llevarlo al manicomio en una carroza. Don Bosco, con su habitual astucia y sentido del humor, les invitó a subir primero al carruaje. Cuando lo hicieron, cerró la puertecilla de golpe y gritó al cochero: “¡De prisa! ¡Al galope! ¡Al manicomio, en donde aguardan a estos dos curas!”.
¡Una jugada maestra! Una respuesta inesperada e imprevista con la que no sólo evitó su encierro, sino que dejó claro que su trabajo, sorprendente y novedoso, era una respuesta necesaria y eficaz para el ambiente juvenil tan degradado que vivía Turín.
Apliquémonos esta profunda reflexión a nuestro trabajo en el mundo de la fe juvenil actual: ¿Vivimos en un “mundo” cerrado a la novedad y poco creativo? ¿La edad nos hace “copiadores” y no “creadores” de nuevos “caminos” pastorales? ¿Estamos repitiendo fórmulas evangelizadoras y pastorales de hace décadas (“Siempre se ha hecho así”)? ¿Sospechamos “juiciosos” de toda novedad? ¿Nos atrevemos a “pensar fuera de la caja” como Don Bosco o como Jesús de Nazaret?
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