“Simio no mata simio”, dicha por César, el protagonista de la nueva saga de El Planeta de los simios, es una expresión semejante a la que comenzábamos este artículo que puede significar que los semejantes no se hacen la guerra entre ellos. Esta condensa toda una serie de significados complejos: la identificación de la existencia de un yo y de un tú, la existencia de una identidad de grupo, una conciencia desarrollada, …
Hace poco leía un artículo sobre la batalla de Manila (febrero de 1945), en la que el comandante de la armada japonesa, Iwabuchi, desobedeciendo las órdenes de sus superiores en el mando, decidió desatar la barbarie en la ciudad por su cuenta y riesgo y acabó, en solo 29 días, con más del diez por ciento de la población de la capital filipina (contaba entonces de un millón de habitantes y dio la orden de masacrar a la población civil inocente) cuando ya el ejército imperial japonés se batía en retirada. La única película que no he llegado a ver completa porque me hacía daño fue Los hombres detrás del sol (1988), en la que recogen, con gran realismo, los inhumanos y horribles experimentos médicos (armas biológicas) realizados por médicos japoneses en Manchuria durante su ocupación en la II Guerra Mundial (Escuadrón 731). Shirō Ishii, se retrata como el mayor criminal de guerra médico conocido de la historia. Lo peor de lo peor.
«Un ustacha (ultranacionalista croata) que no puede sacar al niño del vientre de la madre con una daga, no es un buen ustacha». Estas palabras fueron atribuidas a Ante Pavelic, el líder del movimiento fascista más cruel de la historia, que asesinó a más de un millón de judíos, serbios y gitanos durante la Segunda Guerra Mundial. El corresponsal de guerra italiano, Curzio Malaparte, escribió un reportaje sobre la Segunda Guerra Mundial, donde aseguró que durante una entrevista con el líder ustacha, vio un cesto de mimbre que «parecía estar lleno de mejillones u ostras sin concha», pero que el mismo Pavelic le explicó sonriendo que se trataba de «un regalo de mis leales ustachas. 20 kilos de ojos humanos».
Los míticos empalamientos del ejército asirio o las torturas turcas o las atrocidades de la ola mongola que arrasó el Oriente y el Occidente, se quedan en mantillas por lo maquiavélico y el refinamiento irracional de estas actuaciones “humanas”.
¿Quién puede decir ante estos espeluznantes testimonios de la historia, que el mal no existe en su estado puro? Ello nos hace pensar en la posibilidad que tiene el hombre, aún con conciencia desarrollada y formada en universidades, de destruir o hacer sufrir a los de su propio género. La maldad elevada a su enésima potencia ha sido ejercitada por el ser humano sin distinción y sin una nacionalidad o raza concretas. Dicho con palabras del mismo apóstol Pedro, “el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pe. 5, 8).
En Carta de don Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de la Familia Salesiana en 2018, titulada “Señor, dame esa agua (Jn 4,15). Cultivemos el arte de escuchar y acompañar”, nos llama a ser como la samaritana que “aprendió de Jesús a ser más humana, y quizá un poco más experta en humanidad, algo que es un permanente desafío para nosotros” (ACG 426, 30) y para la entera Humanidad que no debe deshumanizarse y tiene el reto de no perder el norte y no perder su carácter de hacer y luchar por el bien de sí misma. ¡Humanidad, humanízate siempre!
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