- El “traghetto” / La nave
El 14 de abril de 1969, embarqué de noche
en un “traghetto” sardo para hacer el trayecto
Civitavecchia-Alghero
en el inquieto y desasosegado Mediterráneo
por entre el encajado Tirreno.
Desconocía todo sobre Cerdeña.
Sabía solo un nombre: Pérfugas
y el por qué de mi viaje: “cura estudiante para todo
durante la Semana Santa”
en la parroquia de Santa María de los Ángeles.
Fue un viaje raro, difícil, distinto,
sin perder su autenticidad en el balanceo,
–el primero en barco y el último–
y con un inconveniente fuerte:
nunca había navegado.
El mar es eso otro que no vemos,
un espacio sobrado de peligros,
de delirio, de imprevistos incalculables.
Altivo e implacable, vaya.
De aquella aventura, iniciada en el 69,
regresé en 1973 con una familia inesperada:
Pescadores del Atlántico: los invisibles del océano;
Pastores de Nulvi: los auténticos de los montes;
Labradores de Pérfugas: los artistas de los terrenos;
Artesanos de Tempio-Pausania: los orfebres de la madera;
Pescadores de Olbia: los sabores conserveros;
Marinos de Alghero: los cargadores de puertos.
Emigrantes de Alemania, más de un millón…
Gentes, todas, de un primer encuentro difícil.
Rudos, extraños, callados, observadores,
pero de un pensamiento muy fino y elemental,
hecho de miles de horas de mar, de monte, de campo, de fábrica,
de soledad, de ausencias, de contratiempos, de mudez.
Capaces de soportar sin temor ni temblor,
la muerte, el desprecio, la injusticia, la humillación.
Saben que su vida es aquello,
que el mar, la empresa, el bosque, el ganado,
todavía no les ha querido arrancar.
- Mussolini
A pie de andén me espera un señor mayor:
Giuseppe.
Las claves del éxito residen en la minucia
de lo imprevisto.
Sin resolver mi ignorancia, le abrazo.
Desde ahora me toca ponerme a disposición.
Pienso en el trasteo redentor de Don Bosco,
–que activaba el afán de supervivencia,
de los que hasta hace un segundo
eran sus perfectos desconocidos–.
– Me llamo “Franchesco”.
– “Evviva la’Spagna”.
En estos momentos no vale contener meado el adoquín.
– ¡Evviva l’Italia bella! –añado.
Apenas resuelta la bienvenida caminamos a su casa.
– Me dice el párroco, Don Possadino, que llegará el miércoles santo.
– Mientras será nuestro huésped.
– Sandra, mi mujer y yo estamos muy agradecidos.
Giuseppe hablaba y hablaba sin parar.
Bastaba con tirar de un tema o abrir el portillo de un relato.
Y Giuseppe descubría sus querencias por Mussolini.
Mussolini / Franco. Franco /Mussolini, tanto monta.
Incluso se daba el milagro de hablar del “Duce”,
si nombraba a Pío XII, Juan XXIII o Pablo VI.
Fueron tres días de espera al párroco muy interesantes.
Recorrí todas las calles del pueblo varias veces.
Llamé a las puertas de cualquier negocio, tienda,
hasta me compré unos zapatos en la primera zapatería abierta
–“hizo usted mal, ya se ha enemistado con el otro zapatero” –me dice Giuseppe.
Sólo quería conocer desde la calle
quién llevaba la voz cantante en Pérfugas.
Y oí a Mussolini rogando desde la tumba
que nadie repitiera más eso de que la “DC (la Democracia Cristiana)”
siempre ganaba.
Tras oler los orines de los sardos por los rincones,
ya sólo me quedaba oler mis propios orines,
y me retiraba a casa de Giuseppe / Mussolini
para dormir la siesta
tan española y tan sarda
y rezar el rosario juntos antes de acostarnos por la noche.
- Ojos verdes
Voy a mi lugar de aislamiento,
a mi confesonario en Pérfugas, me tranquiliza,
dejo de ver el mundo,
sólo veo rostros cuadriculados,
tras las rejillas.
Ver cómo las personas sufren al asomarse,
no es bueno.
No es bueno. Duele.
Oír cómo las personas se critican no es bueno.
Oír cómo nombran el nombre de Dios en vano, no es bueno.
Oír cómo no santifican las fiestas, no es bueno.
Oír cómo no honran padre y madre,
no es bueno. Duele.
Hay más vida en los pastores malolientes.
Hay más vida en las viejas desdentadas.
Hay más vida en los labradores desharrapados,
que en el anciano despilfarro
del amor y de la furia,
mecidos por las rutinas automáticas.
– Sia lodato, Gesù Cristo.
– Siempre sea alabado.
– Soy española. ¿Puedo confesarme en español?
Miro la rejilla. Me observan unos ojos verdes.
– Padre, hablaré muy bajito. Tengo detrás de mí a mi marido. Es muy celoso.
No soy capaz de describir lo que vi y oí. Nada.
Todo fue un cráter de silencios.
Tal vez pudiera proporcionar algún dato
de los “ojos verdes” de la española, pero nada más.
Vino más de medio pueblo para confesarse. Eran un total de…
Viví como un satélite mental, y sólo mental,
de un amo atemporal y gigante, encarnado en lo real,
porque Nuestro Señor Jesucristo, “ascendido al cielo”
no ha perdido la condición humana.
- ¿Cuestión de piel?
Mi cuerpo poco a poco ha ido decreciendo,
camino de ese paredón que perdonará todos mis errores. Tantos.
Parece que no, amigo Javier,
curiosamente te vas volviendo más y más irreal,
más y más a ras de tierra,
a medida que la piel me va separando de la vida,
brutalmente.
Finalizado el “triduo sacro”
y antes de volver a Roma
y entrar en ese túnel abierto de la comunicación,
que es la historia, en la Gregoriana,
pasé la “Pasquetta” con los sardos de Pérfugas,
mecido por una rutina automática y tradicional:
“la comida del cordero pascual” en el campo,
en las tierras, en la Tierra.
La Tierra,
ese único lugar conocido del universo
donde nos hacemos daño al caer,
y con todo, aceptamos esa posibilidad de caer
en cualquier momento y en cualquier sitio.
– Don Franches, le costole, le costole –es la voz de Don Possadino.
– Lo mejor del cordero, las costillas.
– Tome, tome –dice Carlo Fois, el maestro.
– Don Franches, un goccio di vernaccia!
– ¿Le esperamos para el verano?
– Ya vemos, Giuseppe… Mussolini dirá.
– O Berlinguer… quien sabe.
A medida que la piel me acercaba brutalmente a la vida,
la materia, la piel, la materia, Cerdeña,
las paradojas de la utopía,
porque todo es una cuestión de piel,
dije:
– Volveré chicos, os necesito.
La piel es esa academia
donde se aprende que la libertad no significa nada
si nadie necesita nuestra libertad.
Yo necesitaba
a Don Possadino, a Don Fois y a Don Fresi,
a Giuseppe y Sandra, a Carlo y Angeline,
a zia Lucía, zia Catheriny, zia Angelica
y de “Encina”, la de Ponferrada,
la de “ojos verdes”…
0 comentarios