“No me vengas con rollos…”, “no me des la paliza”, “ese es tu problema”, “que cada palo aguante su vela”. Estas y otras frases similares las hemos escuchado, o dicho todos, en alguna ocasión. Y es que, en nuestro mundo de hoy, con tantas posibilidades de comunicación de todo tipo, tenemos un grave problema de escucha, de una buena escucha. Y, ¿eso por qué? Por muchos y variados motivos como las prisas, el temor a que su problema nos toque y no podamos seguir leyendo el periódico, o viendo la tele o jugando a nuestro video juego favorito; porque, escuchar es mucho más que oír pasivamente, significa prestar atención a la otra persona, hacerse cercano y vulnerable al que nos habla y a los problemas que le preocupan y eso, no siempre está uno dispuesto a hacerlo. “No me rayes” dicen los jóvenes ahora.
Pensamos que escuchar es un algo natural que se consigue con la maduración biológica del individuo, tan fácil como otros procesos naturales como el dormir, crecer, comer etc., que no necesitan ningún tipo de aprendizaje ni entrenamiento. Vamos, que “eso se aprende solo”, viene con el paquete de entrada en este mundo. Pero esta visión simplista de la escucha choca con la realidad que nos presenta las grandes dificultades que tiene escuchar bien, y los muchos conflictos que genera la falta de una buena escucha, ya sea en la vida de pareja, familiar o profesional.
Escuchar supone estar abierto y atento al otro, no estar a la defensiva, pensando la respuesta que tengo que darle o que cambie el semáforo para intervenir en la conversación. Supone tener en cuenta sus mensajes no solo verbales, sino, sobre todo, los no verbales. Ponerse en su lugar y no estar haciendo juicios de valor continuamente. Ponerse en los zapatos del otro.
Saber escuchar no solo a las personas sino también a Dios. A Dios que nos habla a través de la gente que vive con nosotros, o se cruza en nuestro camino. Saber escucharle en los acontecimientos de la historia en general o de nuestra pequeña historia de cada día. Dios nos habla en la Natualeza, en la belleza de la creación, de los campos, las montañas, el mar… Estamos a un tiro de piedra de las vacaciones de verano y quizá tengamos mayores oportunidades de contemplar esas maravillas que Dios puso a nuestro alcance en los lugares a los que vayamos. Para eso necesitamos estar atentos a su voz, a ralentizar nuestro rimo de vida, a pararnos a contemplar y a escuchar sus mensajes.
Dice el Papa Francisco: “Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así, puede ocurrir, que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón”. ¡Feliz verano y felices vacaciones!
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