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Pujos
Pujos de risa. Pujos de llanto.
Pujos de deseos. Pujos de afectos.
Tengo un amigo vejeriego que, a la menor oportunidad, se declara
ciudadano del mundo mundial y gran abanderado del mestizaje.
Así, todo con seis dóciles letras mayúsculas. Es decir,
proclamado con toda solemnidad, como si hablase con mayúsculas.
Pero ¡ay!, amigo Antonio, no soporta para nada a los de Barbate.
Es un tipo culto, viajado, simpático, acogedor, muy cosmopolita y
receloso de cualquier nacionalismo, pero la simple alusión a Barbate
le pone de los nervios: le produce urticaria, algo así como una
irritación incontenible.
Siento que todavía no lo conozcas.
Y también conozco el caso contrario.
A la barbateña ilustrada que se declararía inmediatamente hutu si los vejeriegos fueran tutsis.
Pujos de tanteos. Pujos de decisiones.
Pujos de subidas. Pujos de bajadas.
Entre Vejer y Barbate hay sólo diez kilómetros. Son como dos barrios
de una misma ciudad atlántica, con una población diseminada
de 12.500 habitantes por un lado y 24.000 por otro, distribuidos
en pedanías: Zahara, El Palmar, La Muela, Naveros.
De todas formas hay gente en ambos lugares que cavaría gratis
y con frenesí una fosa, de esas de cocodrilos, para separarse para siempre.
¡Hala! ¿Es así? No del todo.
La verdad, la verdad es que vejeriegos y barbateños no miran hacia
su frente, prefieren no verlo. Inmóvil, en la penumbra que aleja, les causa
inquietud. La oscuridad es Tetuán, es Marruecos, es África, allí viven
todas las ausencias, todas las distancias.
Y así y así para Tarifa y Algeciras, para Málaga y Mijas, para
Motril y Granada, para Ceuta y Melilla. Más aún para Ceuta
y Melilla la oscuridad es la verja misma, la frontera misma
en la que están envueltas las casas.
Las casas.
Las casas de Ceuta y Melilla viven envueltas en una sombra constante.
Todos sus recuerdos están guardados con celo en ventanas opacas,
como si siempre hubieran tenido las cortinas echadas,
¡y pensar que no tienen cortinas!
El sol se merece allí su fama y se va a él como a una plaza
para coger agua con cubos secos.
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Políticos
Con la llegada del buen tiempo hay sol por todas partes
y también oscuridad progresiva en los ojos de los emigrantes,
llegan aquí docenas y docenas de Aquarius
con cientos y miles de subsaharianos hasta que se les nubla la vista
a los gaditanos,
y no pueden atinar en las acogidas.
Los gestos de todos se vuelven imprecisos, confusos,
por una apresurada ceguera, que no da tiempo a acostumbrarse
al nuevo paisaje.
Demasiado velozmente acuden los políticos
de Madrid o de Sevilla, sin saber caminar por las calles
de la Costa de la Luz,
por esa mochila de luz que llevan los ojos
y no sólo por las cuestas:
Ni poder reconocer a las personas. O sea.
Así no tienen tiempo de crear un lugar mental
que los guíe hacia las cosas que rodean a gaditanos y emigrantes,
desde la ropa del día a día hasta los vasos en la mesa.
Acumulan aquí más biografía
que en la política torticera de la nación
y de la región.
Y es que el mar no admite otro cálculo que ser bien navegado.
Y sus puertos de Cádiz dan gas a la cabeza
de marinos, pescadores, guardias, arrieros de prisas,
que sólo valen para llegar antes al fondo.
Los murmullos rascados de las radios de Ángel Tinoco
dejan en la atmósfera vejeriega una música de lija,
mientras los atuneros se mueven a 10,5 nudos,
con una potencia firme, sonora, expectorante,
como un viejo animal resignado,
a su manera altivo.
– ¿Hacia dónde vamos? –pregunta Don Antonio con ánimo de abrir conversación.
– A Ceuta –el tono de la respuesta no deja hueco para más.
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Nacionalistas
Todos, todos, estamos por el mestizaje ¡faltaría más!
Todos somos muy universalistas, pero luego vamos y se nos cruzan
los cables con el vecino cuando se muestra diferente.
Se supone ¡claro! que son los nacionalismos los que estiran las distancias.
Y así puede ser. No sé.
Que si Gales e Irlanda en Reino Unido.
Que si Normandía y Córcega en Francia.
Que si Sicilia, Cerdeña o la “Liga Norte” en Italia.
Nacionalismos mansos que se sienten a gusto en sus cuerpos,
con las líneas del puerto inglés, francés o italiano
haciendo de límite.
Esa es la conquista más clara antes de volver al chantaje
del mar.
Sigo con los ojos su romería modesta.
Pero el cerrilismo nacionalista suele estar más repartido de lo que parece.
Si uno lee el periódico valenciano Las Provincias, por ejemplo,
sin ir más lejos, puede llegar a la conclusión de que
Girona está en Noruega.
Las abstracciones suelen ser muy abstractas,
cuando la abstracción se llama nacionalismo.
Los nacionalismos son mundos difíciles.
Los nacionalismos hacen los mundos difíciles.
Si yo te contara…
Tanto tiempo con la misma gente y en espacios reducidos
y, picardeados, solo trae problemas.
Cada uno con sus manías y sus rollos identitarios
o por identificar sus intereses.
Es raro el día que sale limpio, siempre hay algo.
Y, claro, la gente gripa.
La vida nacionalista agita mucho los nervios, oye.
En una Italia o España plural, los nacionalismos democráticos
y con una visión clara del mundo pueden facilitar una mejor convivencia.
Por el contrario cuando se les funden los plomos son más localistas
que la tarantela napolitana o el bombo de Manolo.
Amigo Antonio, el mar da seso y lo quita;
y enseña que más allá de lo que creas, careces de un lugar propio.
Desde el mar, desde los pueblos de la costa
las cosas de tierra a veces parecen ajenas,
pero colocadas en su sitio exacto no,
y esa es una buena ley.
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Mestizaje
Amigo Antonio,
el problema de los nacionalismos en España responde
a no estar mucho mejor en cualquier otro lugar.
Su apuesta es difícil y lo saben, lo saben,
lo saben mejor que quienes nos hemos acostumbrado
a observarlo y calificarlo de lejos. O de cerca, como es mi caso.
Siempre se mueven juntos, repartidos en cuadrillas.
Hablan sólo de lo necesario con el resto, con los demás.
A veces su discreción parece más desconfianza.
A veces la desconfianza se parece al temor.
A veces el temor incuba odio.
“Paco de Coro” es de los nuestros, oí decir a muchos vascos.
“Paco de Coro” es de los nuestros, oí decir a muchos sardos.
“Paco de Coro” es de los nuestros, oí decir a muchos romanos.
“Paco de Coro” es de los nuestros, oí decir a muchos manchegos.
Y es que en los ojos de un cura católico, nacido en posguerra
se almacena una pureza combatida que descuaderna
al interesado, al codicioso, al intruso.
En este sentido, el problema nacionalista se parece un poco
a los eternos pleitos de una comunidad de propietarios.
Se exagera, se deforma, se conforma, se enreda, se desenreda, y,
a veces, se envenena.
Visto con la perspectiva de siglos, no debe ser para tanto,
aunque haya manipulados y hasta tasados, que confunden
el valor de la identidad con el calibre de un arma.
Piensa en Londres, París, Bruselas, Madrid, Barcelona…
Los grandes dramas están –estaban– en otro lado. Muy cerca
¡y tan lejos! ¡Muy lejos! ¡Y tan cerca!
Pero si ya están aquí, oye.
Pero sí lo mejor de la humanidad ha nacido del mestizaje,
“la gran barrera arquitectónica” del mundo es la desigualdad económica,
la que obstaculiza este mestizaje.
Lo que pesa es amor, por eso hay algo patético al sentir
que el vértigo del inicio es, antes o después,
un fuego con asas.
Eso es lo que sucedió con el mestizaje.
Eso es lo que sucede.
Con Iñaki Williams y Nico Williams, por ejemplo.
Un puñado de matices sentimentales
e instantes de memoria podrida
modulada a gusto rastrero imperdonable,
¿hubiéramos ganado la Copa?
Y es que, sin acontecimientos extraordinarios
con lo que justificar tanta hostilidad,
mi artículo sería un vulgar relato de chimenea.
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