Tenía yo unos veintialgo años. Era mi segundo Campobosco en Italia; esta vez, como animadora y todas las noches, mañanas, mediodías, cuando nos reuníamos en asamblea general, salía un salesiano, delegado de pastoral juvenil de la Inspectoría de León; Ángel Fernández Artime se llamaba, el encargado de los avisos. Una paciencia… “Hay aquí una crema de Elizabeth Arden. Me han dicho que es cara…“. “¿Quién ha perdido unas gafas?…”. Y decíamos nosotros: Oye, vaya tío más majo. Qué simpático, y todas esas cosas.
Lo que es la vida
Después yo seguí adelante como animadora y trabajando con los Salesianos y me fui encontrando en múltiples ocasiones otra vez con ese salesiano: En un momento, Provincial de la Inspectoría de León. Y cuando yo iba a dar formación a los profesores, él estaba allí. Charlábamos. Qué majo, me seguía diciendo yo. Luego dejé de verle un tiempo. Andaba por las Américas. Y así, de repente, un día te encuentras que le hacen Rector Mayor y dices tú ¡Ay, madre! Menuda responsabilidad. La que le ha caído (con perdón).
Y nada. Ahí ha estado. Ahí ha estado. Y cada vez que he tenido la oportunidad de encontrarme con él, igual de campechano, agradable… ¡Hasta nos hizo unas buenas noches para María Auxiliadora en la pandemia por pódcast!
A mí esto me ha hecho pensar mucho. Porque a veces todas estas personas que tienen cargos o van adquiriendo cargos tan importantes y de tanta responsabilidad te parece que son personas de otro mundo; pero, cuando te encuentras en un servicio así a una persona a la que conoces, con la que has convivido, te hace ver las cosas de otra manera. Y también te hace volverte hacia ti misma. Pensar las veces en las en nuestro trabajo o asociación –en mi caso de Cooperadores– o en lo que sea, de repente se nos pide o se nos plantea una responsabilidad: coger un cargo, asumir alguna cosa. ¡Uff! –dices tú– ¡Terror! No, no. Si yo probablemente no valgo, si yo soy una persona de a pie… Igual tenemos que pensárnoslo dos o tres veces… ¿Si todos hiciéramos eso?
Hay una frase que a mí me gusta mucho, que he usado a veces para mí misma y con la que he bromeado con mis amigos: Dios no elige a los capaces sino capacita los disponibles. Así que, como Don Ángel, manos a la obra. Tenemos que darle las gracias por su entrega y su ejemplo. Y ya de paso, ¿alguien sabe dónde se entregan las hojas de reclamaciones en el Vaticano? Ya les vale (con perdón, otra vez).
En uno de nuestros viajes a Roma, mi mujer y servidor, por invitación de nuestro hijo Paco, tuvimos la gran suerte de convivir unos días con el Rector Mayor, no entro en detalle porque sería prolijo; pero sí me impactó cuando decía: —Voy a cumplir con el cuarto Mandamiento— y se ausentaba para habla con sus padres… Es un detalle que nunca olvidaremos, un fuete abrazo D. Ángel y nuestra oración