San Francisco de Sales, fundador de la Orden de la Visitación

17 junio 2022

Eugenio Alburquerque

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San Francisco de Sales fue el fundador de la Orden de Religiosas de la Visitación de María, junto con santa Juana Francisca de Chantal. Es un instituto de vida consagrada que vive en clausura, pobreza y humildad.

San Francisco de Sales ocupa en la historia de la vida religiosa un lugar eminente. Conoció y afrontó los grandes problemas de la reforma en los institutos de vida consagrada. Hasta el fin de su vida estuvo comprometido con las dificultades que la afectaban. Y, conociendo su situación y necesidades, llega un momento en que se plantea intentar algo nuevo. Piensa en un nuevo tipo de vida consagrada que, manteniendo los grandes valores, se caracterice sobre todo por la simplicidad: una congragación sin votos solemnes ni clausura, con una dimensión contemplativa muy firme pero limitada, compaginada con tiempo de servicio a los enfermos y los pobres.

En Dijon, predicando la cuaresma en el año 1604, encuentra la piedra fundamental para construir el proyecto divino. Allí comienza a gestarse, a través del discernimiento y acompañamiento espiritual de la joven baronesa viuda de Chantal. La acción de la gracia se abre paso hasta llegar lentamente, en 1610, a la fundación de la Orden de la Visitación de Santa María en Annecy, una Orden destinada a expandirse por todo el mundo.

Al servicio de Dios

Para san Francisco de Sales, un instituto religioso es una escuela de perfección, en la que se entra para “dedicarse a la perfección del amor divino”. Este es el sentido de la nueva congregación que funda. Ya en el esbozo de las constituciones que entrega a las primeras salesas expresa con claridad su finalidad: “Consagrar todos los momentos de la vida al amor y servicio de Dios”. Lo esencial para el santo, es la búsqueda de la perfección, que está en la caridad. Todo lo demás se ordena a este fin.

Desde el principio Dios bendijo a la nueva congregación con muchas y buenas vocaciones. La comunidad crece de día en día y muy pronto comienzan las nuevas fundaciones. Había sido proyectada y erigida muy sencillamente en Annecy, como una congregación de derecho diocesano, pero en muy pocos años se convierte en una orden de derecho pontificio. En este rápido proceso de transformación, mantiene fielmente su propia fisonomía de mansedumbre y dulzura, de humildad y ascesis, de oración, contemplación y vivencia del amor de Dios.

A Annecy, aun en vida del santo fundador, le siguen las fundaciones en Lyon, Moulins, Grenoble, Bourges, Turín, Montpellier, Valence, Clermont, París… Él expresa su agradecimiento y confianza en Dios, en una carta dirigida a quien el Señor había puesto a su lado como madre y fundadora, Juana Francisca de Chantal: “¡Cuán obligados estamos a Nuestro Señor y cuánta confianza debemos tener en que lo que su misericordia ha comenzado en nosotros, lo terminará, y dará tal acrecentamiento a este poco de óleo de buena voluntad que tenemos, que todas nuestras vasijas se llenarán, y muchas otras de las de nuestros vecinos, por medio de diferentes fundaciones!”.

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