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El Manzanares
Amigo Antonio:
A mí me encanta el río sucio
de mi sucia ciudad de Madrid.
De posguerra.
Después de ochenta años
el río sigue turbio pero lleva mucha corriente embalsada,
forzada, saneada, en el rasguño de las mañanas.
Del desamparo moderno.
Se abrían las fosas del río, las tinieblas que ellas habitaban,
la noche que revelaba el último misterio del Matadero
–Paseo de la Chopera por medio–,
mientras se percibía el triste olor de la melancolía,
porque sangraba la derrota ante la vida,
en las cárceles cercanas de Yeserías o Ronda de Atocha
por todas las miserias de vencedores y vencidos.
Quien ha visto llorar a la madre, de pequeñajo,
se convierte en dueño de las sombras.
Fue el tiempo de los azules,
de los miedos y de los fracasos
de sarampiones y tosferinas
de misterios y de incertidumbres.
Quien ha sentido la pérdida de hermanos no nacidos,
pedía la luz y el descanso eterno
para las madres de Lavapiés, Inclusa o Sol.
Nací entre la plaza de Legazpi y el río Manzanares y
tomé mi voz de lluvia
para caer, constante y perseverante,
sobre Delicias, Atocha, Embajadores y Prado.
El tiempo que huye es implacable para el amor.
Devastados, maculados, caedizos
sólo en sus brazos éramos lo que éramos,
que anhelábamos saltarnos la tapa de los besos.
Nos salvó el temblor de su ternura,
la angosta razón de su fe católica
implacable para el amor,
quizá el fuego de nacer agonizando.
Pero la memoria es un águila cobarde, oye,
que se posa sobre el amor más desterrado,
negándose a acariciar la piel
de claras imposiciones y cauces prefabricados.
Amor en vilo.
Al salir por la tarde de la escuela
destejíamos el cuerpo en las raíces de los árboles
para merendar pan y quesillos (la flor de acacia
con algarrobas como postres).
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Alforja de vida
Y desde el amor en vilo al cura Metola,
el “Padre Jandilla”
siente la espada por la Costa de la Luz vencida
y quiere descubrir para Vejer, Medina Sidonia, Benalup,
Barbate, Jerez y Arcos,
escuelas y más escuelas –lejanas, solas, inacabadas–
en chozas hechas con pajas de la laguna de la Janda
sobre estructuras de troncos amarrados, primero,
y después construidas con materiales propios y con techos de tejas,
“en la brasa que arde” del Sagrado Corazón de Jesús
en la finca Jandilla,
hasta acarreando piedras para la construcción de su monumento.
La memoria del ayer se ha hecho fugitiva.
La agonía de la piel gaditana y vejeriega
se estremece entonces sobre el amor perdido
pero tampoco sabe cómo hacer trampas al olvido.
Desde el amor en vilo,
Metola accede al “todo Cádiz”
como creador, maestro y misionero.
Y lo hace con esa alforja de vida que da el celo,
la pasión sin fin, el sacrificio tenaz
y la insistencia insaciable.
Después de tantas sombras y tantos hachazos
sabe que los años le van arraigando
con sus agrietadas huellas.
La Escuela Misión de la Barca de la Florida,
del término de Jerez de la Frontera, con sus doce escuelas.
La Escuela Misión del Majuelo, que recoge
parte de la campiña jerezana, con sus catorce escuelas.
Las Escuelas de la Comunidad de Regantes, en el
Cortijo de Tercia y Cortijo Los Solares.
Sol sobre las tumbas de posguerra,
ferozmente libre,
se hace interna música
en sus catequesis, clases, misas, sacramentos,
acompañado de la implacable
razón erguida de la Virgen de la Oliva,
a la que visita con frecuencia en su ermita.
Aprende entonces a morir de sed,
junto a la fuente.
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El Barbate
Naufrago del mar de Alborán
el “Padre Jandilla”,
se queda por las riberas del Barbate devastado.
Azules los rastrojos del amor,
azul la lejanía de La Rioja.
El misionero maestro guarda su historia en el desván de los recuerdos
y se consagra al deleite de su sacerdocio.
La vida para él se ha convertido en senda de amor
hacia la muerte y ella, la amante verdadera,
era a la vez hielo y era brasa
en innumerables ejercicios espirituales y misiones populares.
Dijo Gerardo Diego:
“Tu llamada es la seña de la lluvia…
El néctar misterioso que da sentido a un hombre,
la brizna de memoria salvada tras un sueño”.
Ferozmente libre.
“Padre Jarandilla”
bordea las riberas del Barbate,
desde Los Alcornocales, donde nace hasta Barbate donde muere,
pasando por Alcalá de los Gazules, Benalup y Vejer de la Frontera,
por donde atraviesa un desfiladero
en la Barca de Vejer.
Mientras abrevaba el caballo Sabino,
él saciaba sus hambres nocturnas y a destiempo
con socorridas algarrobas, que eran su mejor salvavidas.
Setenta kilómetros de recorrido a caballo
en los que “Matola” se hace interna presencia
y en ocasiones se desmorona en vida sin relieve,
o en procesiones por las playas del Palmar o Zahora
o en misiones por la sierra de Algeciras, pasando por El Castaño
y el Puerto de Galós a la Polvorilla,
donde había peligro por los huidos de la guerra
o en encuentros en Larache con la comunidad marroquí
donde revienta tanta autoridad y respeto
que nadie resulta indiferente.
Ferozmente libre.
“Padre Jandilla”
llama a su puerta en cada flor,
mientras desentierra la noche;
Llama a su puerta en cada casa
de Vejer de la Frontera, Medina Sidonia y Barbate,
mientras desentierran su noche
más de 3.000 gaditanos urbanizados
y más de 2.000 diseminados en caseríos y pedanías.
El tendal invisible de los sacramentos
esparce sus hilos junto al Barbate.
Aquí la semilla brota antes que el surco,
entre magníficas vegas de formación colonial
y de magníficos hujeos hasta llegar
a los terrenos desecados de lo que fue
la laguna de La Janda.
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“Santo Súbito”
La parroquia del Divino Salvador de Vejer acogió en un acto histórico
la apertura del expediente de beatificación y canonización
del Reverendo Padre Francisco González Metola, conocido en la comarca
como el Padre Jandilla.
Acto que fue presidido por el obispo de la diócesis de Cádiz-Ceuta,
monseñor Rafael Zornoza
el 14 de octubre de 2019.
Se le enferman al sacerdote “horizontes” las manzanas en las manos.
Como Sísifo, las arrastra sin descanso porque el hacedor de católicos
practicantes y de campesinos cultos nada espera.
Es el misionero despertando a las calas del mar
en Algeciras, en Cádiz, en Puerto de Santa María
que bautizaron con un nombre distinto cada día.
Es el camello que esconde sus huellas en los desiertos
del “Protectorado Español”.
Es el océano negro que envuelve misericordioso y amigo
todos los cayucos presentes, ausentes y venideros
entre los mantos de la Virgen de la Oliva, de La Palma,
de los Recuerdos, del Rosario, del Carmen.
Es la marca de obsidiana, esa roca volcánica vítrea
con la que se fabrican armas cortantes, flechas y espejos.
La obsidiana negra que llega a lo más profundo de la mente
y del corazón en el sacramento de la reconciliación
y estimula a trabajar los miedos y vacíos de los niños
en escuelas y misiones. Hasta 350 en veintiséis años.
Es el rojo despertar de la amapola
en cientos de rosarios de aurora, las construcciones de escuelas
en Cantarranas, Libreros, El Soto, Nájara, Naveros y Los Badalejos.
Es la carne abrasada por el tiempo
para saciar el hambre generalizada de chicos y grandes
en la Cañada de Taraje y en Los Badalejos.
Su corazón estirado, como infinitas arenas de playas,
–a la manera de San Juan Bosco–
cose sin parar los pedazos de piel entre las hojas
de campesinos, ganaderos, pastores, obreros.
Los árboles se cubren de pájaros.
Y el apóstol “Padre Jandilla” se enciende en la quietud
del ramaje, mientras en su hocico de musgo y miel
tiemblan las palabras de un “pico de oro”
entre los zumbidos de las abejas.
Saltándose a su manera la tapa de los besos.
Ferozmente libre.
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