Si perteneces a la Generación X, como yo, recordarás perfectamente el gran avance que supuso la llegada del ratón a nuestras vidas y cómo transformó nuestra manera de interactuar con la pantalla. Aquello tenía sentido dentro de nuestra forma de pensar: carpetas, directorios, archivos… todo respondía a una lógica afín al mundo en el que nos movíamos. Adaptarnos no nos supuso un gran esfuerzo.
Pero si hoy le pides a un niño o adolescente de la Generación Alpha que use un ordenador con ratón, probablemente verás que le cuesta manejarse. Estas nuevas generaciones han crecido tocando pantallas, no haciendo clics, y lo que resulta más preocupante es que lo hacen inmersos en un entorno gobernado por lo que se conoce como “scroll infinito”.
A menudo, cuando comento con otros padres que no es buena idea que sus hijos pasen tanto tiempo viendo vídeos cortos uno tras otro, me responden que no hay tanta diferencia con ver la televisión. Sin embargo, sí la hay, y mucha. La forma en que se consume contenido en el móvil no se parece en nada a la televisión, y el efecto que tiene en el cerebro tampoco es el mismo. La clave está precisamente en ese gesto tan cotidiano de deslizar el dedo hacia arriba sin parar.
Scroll hasta abajo
El scroll infinito nació como una mejora técnica: permitía que el contenido se cargara automáticamente a medida que el usuario se desplazaba por la pantalla, evitando interrupciones. En su momento pareció una buena idea, pero con el tiempo se ha convertido en una herramienta para mantenernos conectados durante más tiempo del que quieres o necesitas. Algunas plataformas están empezando a cuestionar su uso, pero las grandes redes sociales lo mantienen como parte esencial de su modelo de negocio, ya que cuanto más tiempo pasamos mirando, más anuncios pueden mostrarnos.
Este diseño no es casual. Se apoya en principios psicológicos muy estudiados. Cada vez que hacemos scroll, nuestro cerebro espera una recompensa: una imagen divertida, un vídeo interesante, una historia sorprendente. Esa expectativa activa el sistema de dopamina y genera una sensación de placer breve, pero suficiente para querer repetir el gesto una y otra vez. Como no hay un final claro, ni una pausa natural, sigues deslizando sin darte cuenta, atrapado en lo que algunos llaman el “desplazamiento zombi”. Ahí tienes el famoso “ya voy” cada vez que le pides algo a tu hijo mientras mira el móvil.
En el caso de niños y adolescentes, el riesgo es mayor. Su cerebro aún está en desarrollo, especialmente las zonas relacionadas con el autocontrol y toma de decisiones. El uso constante de estas aplicaciones puede alterar ese proceso, favoreciendo comportamientos compulsivos y provocando dificultades para mantener la atención. Además, la exposición continua a información breve y superficial reduce la capacidad de concentración, y el contacto permanente con contenidos idealizados o negativos afecta a la autoestima y bienestar emocional.
Poco a poco nos vamos dando cuenta de las consecuencias de determinados usos de las pantallas. A veces, lo más saludable y enriquecedor sigue siendo lo más sencillo: un cuaderno y unos lápices o un rato de juego en el parque mientras los adultos charlan tranquilos en una cafetería. No hay mejor scroll que el de una pelota rodando o una idea naciendo en una hoja en blanco.




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