“Ojos verdes son traidores / azules son mentideiros / los negros y acastañados son firmes y verdadeiros”.
Amigo Javier, yo creo que esa letrilla triunfa en el pueblo, porque nace de un idealismo más potente que el de la búsqueda de la verdad: es decir, el atávico objetivo de que nuestra tribu prevalezca. Esa especie de cableado síquico es el que permite a unas razas, etnias, tribus, primar sobre otras y aún más, y no es nada desdeñable, el que la especie humana reine sobre la faz de la tierra. Oye, y si lo tararea, en un silencio de ricos, la navarra María Ostiz; sí, hombre, la mujer de Zoco, el del Real Madrid, mejor. Esa voz directa, expresiva, convincente…
Mira: Leonardo di Caprio o Angelina Jolie, ¿quién no quisiera sus ojos? Max Iglesias o Katy Perry, Brad Pitt o Sofía Vergara, Daniel Craig o Jordan Strauss, ¿quién no quisiera sus ojos? No pasa una semana sin que alguna publicación se haga eco de una encuesta en la que el pueblo se manifieste así: nos gustan los ojos claros. Y aunque las miradas oscuras nos generen más confianza, como publicó la revista Plosone, tras un estudio de la Universidad Charles de Praga, la seducción sigue perteneciendo a los iris más claros.
Seducción he dicho. La seducción.
Mira, Francisco de Sales, al que yo quería llegar, ha sido llamado el santo de la dulzura. Bueno, bien, vale, ya. Más de setenta años llevo oyéndolo y siempre de la misma manera. ¡Habráse visto! De hecho ejerció la dulzura con muchísimo éxito. Pero hay que adentrarse un poco más. Guapo, alto, inteligente, bueno, simpático, ingenioso… pudo ser un brillante caballero de éxitos mundanos, que, por otro lado, acaso no le hubiera privado de la santidad («La santidad es para todos», dijo). Fue obispo católico de Ginebra, diócesis enriquecida con calvinistas consecuentes y decisivos en su trayecto pastoral; quizás algunos de los que quemaron, a su vez, a uno de los mejores médicos y humanistas de Europa, el aragonés Miguel Servet.
¿Demasiado perfecto el de Sales? Sí, porque conviene añadir que “el natural” de este dechado de virtudes no era precisamente la dulzura innata. “A la menor palabra la sangre se le subía al rostro… y sentía erguirse la cólera en su ánimo como el agua en el fuego”, según el mismo dijo. ¿Más perfecto todavía? Pues sí. A veces, nuestros buen Dios se empeña en despertar prodigios humanos como Francisco de Sales. El malogrado novelista Maurice Henry Conannier lo llamó “el santo de la amistad”. Porque resulta que dotado de tantas y tan brillantes dotes, nunca fue altivo o de acceso difícil, no por orgullo, sino por el hecho mismo de su perfección. (Sólo después su Tratado de la perfección tendría sentido). Personas como Francisco de Sales suelen despertar más admiración que amor. Pero Francisco despertó amistad. Fueron muchos los que gozaron de su amistad, y ese es el mejor síntoma de que la perfección del obispo de Ginebra estaba empapada de humanidad. Bienhumorado y llano, simpático y sabio, se siente un poco preso del nistagmo de una pupila.
Francisco de Sales… su duende en los ojos.
Un duende que traspasa el hielo de la noche, del tiempo, del espacio. Ya lo dijo Lorca, de forma análoga, sobre una cantaora de flamenco: “El duende no está en la garganta, el duende sube por dentro desde la punta de los pies”. De Sales puso verdad, lírica, ángel, maestría, seducción, escribiendo, predicando, comunicando; mejor, viviendo, mejor sintiendo. Está en la lista de mis sentidores predilectos: Machado, Umbral, Unamuno, Montalbán, Quevedo, Juan de la Cruz.
Y el duende del de Sales sube por dentro y alcanza las niñas de sus ojos.
Y en esas niñas está el compás de su atracción.
Y como el medio es mensaje, sólo él podía abducir a la benignidad pastoral de Alfonso de Ligouri, Vicente de Paul, Benito Cottolengo, Leonardo Murialdo, Juan Bosco, criados todos ellos entre el Evangelio de las Bienaventuranzas, la calle, el hospicio, el hospital.
Francisco de Sales es portentoso, un divo, es decir, una especie de monstruo también para el mundo del famoseo de hoy. Sotana y esclavina morados, zapatos relucientes con hebillas doradas y fajín rojo de seda, un corazón expresivo en mil detalles y unas manos de escritor y creador. Pero cuando no me fio de mí mismo consulto a los expertos. El gran historiador y compañero mío de bancada de la Gregoriana, el jesuita Rafa Sanz de Diego, poco ha desparecido en accidente de tráfico, me explicó: “Veo a Francisco de Sales como el hijo de esta fuerza única que viene de lo más profundo del tiempo y de la larga marcha de la Iglesia. El santo obispo de Ginebra no sólo tiene talento, tiene un conocimiento del alma único y cultivado por sus estudios, oraciones y silencios. Veo tanta personalidad en sus escritos que será difícil que le manipulen. Está más allá de toda miseria. Tiene el talento de Agustín de Hipona, la fuerza de Francisco de Asís y el arte de Juan de la Cruz”. O sea, amigo Javier, que con él nació un nuevo San Agustín, que sin ser Padre apostólico, fluye como un manantial. Es un gentleman inglés, un Spaniard/hombre de bien español, un decidor a la italiana, con sonidos saboyanos y divinas comedias. La humorada eclesiástica de haberlo convertido en patrono de los periodistas y de los sordomudos, hace reír a más y mejor sus acerados y dulces ojos gris-azules. Que ojos negros son traidores / acastañados son mentideiros, los grises y azulados son firmes y verdadeiros. ¿Por qué no?
«El talento de Agustín de Hipona, la fuerza de Francisco de Asís y el arte de Juan de la Cruz”. ¿Se puede aspirar a más? No es difícil comprender por qué en su humildad y clarividencia, D. Bosco quiso unir el nombre de Salesiano a la entrega en favor de los jóvenes, porque en ellos está la semilla del talento, de la fuerza y del arte que sólo necesita de una mano amiga para que no se agoste.
Q talentos! Por tener un patrón como San Fco. De Sales yo también quiero ser periodista.
Más Franciscos de Sales necesitamos hoy