El otro día, esperando en un centro comercial para entrar en el cine con mi hijo, propuse un experimento que había leído en Twitter: montarnos en el ascensor y saludar amablemente a quienes subieran. Con cara sonriente, había que decir: “¡Hola, buenas tardes! ¿Qué tal?” a quien entrara en el ascensor (de los que entran entre 10 y 15 personas, así que tuvimos oportunidad de saludar a mucha gente). Además, dije a mi hijo: “Hay que adivinar la edad aproximada de la gente para ver qué grupo saluda más y a los que más les cuesta”.
Y dicho y hecho, allí que nos fuimos los dos a montarnos en el ascensor.
¿A qué viene esta historia?
Nos ayuda a reflexionar sobre la importancia de ser amables y los beneficios que puede generar. En la antigua Roma, el saludo amable era una forma de respeto y reconocimiento. Actualmente, incluso en esta era digital, la amabilidad es esencial para conectar a las personas.
Saludar amablemente nos hace sentir bien y es bueno para todos. No sólo para los demás. También tiene un impacto muy positivo en la salud emocional de quien lo practica.
Ser amable significa ser compasivo, comprensivo, generoso y respetuoso. Una persona amable muestra actitudes y comportamientos que van, desde pequeñas acciones como una sonrisa o gesto amable o respetar las opiniones, hasta más significativas como prestar ayuda desinteresada, escuchar activamente o mostrar gratitud y aprecio.
Las personas amables reflejan su preocupación por el bienestar del otro, son sensibles a necesidades y sentimientos y están dispuestos a ayudar. En definitiva, puede llevarnos a todos a tener una vida más satisfactoria y feliz y a hacer del mundo un lugar mejor.
Añadamos a esto el apellido ‘salesiano’: la amabilidad salesiana implica ser acogedores, alegres y cercanos a todos, especialmente los jóvenes, brindándoles apoyo y orientación. Don Bosco lo llamaba amorevolezza, que no es cualquier tipo de amabilidad; se trata de un cariño comprometido, un afecto cercano y preocupado, dispuesto a dar lo necesario por asegurar que cada persona, especialmente los más jóvenes, se sientan protegidos y amados. Esta amabilidad cercana implica entregarse desde el corazón con acciones diarias y concretas, sinceras y sostenidas en el tiempo. ¡Qué maravilla que podamos ser y actuar así!
Y sobre la historia del ascensor, te cuento cómo acaba…
Comprobamos que, independientemente de la edad o lo que estuvieran haciendo (con cascos, con niños pequeños, adolescentes, en pareja, comiendo, etc.), todos, sin excepción, respondieron con cordialidad al saludo; es más, sus rostros reflejaban alegría o satisfacción; incluso entablamos interesantes conversaciones.
Esto nos dice que independientemente de los factores externos, si queremos, podemos tomar la iniciativa y dar el primer paso para que nuestro mundo sea más amable. Conseguirlo va a depender de cada uno. ¿Quieres? Pues, tú decides…
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